Uno de los cargos más prestigiosos y posiblemente más codiciados dentro del actual sistema venezolano es la dirección del diario El Nacional. No se trata de una opinión personal mía sino de un convencimiento generalizado. En el escalafón de la opinión pública esa función periodística ha adquirido rango más elevado que un sillón académico, una curul en el Senado o una dignidad ministerial.

Sin embargo, pocos destinos como este acarrean en su desempeño mayor número de preocupaciones y responsabilidades, mayor cúmulo contrapuesto de recelos y resentimientos. El diario El Nacional es, desde su constitución misma, una empresa periodística muy sui generis, tan sui generis que un buen número de personas, de dentro y de fuera de nuestro país, se resisten suspicazmente a aceptar como reales sus principios y sus estructuras.

Los periódicos del mundo entero caben dentro de una de las tres siguientes categorías: a) los diarios políticos, nacidos para expresar las opiniones de un partido o de una personalidad con ansia de poder; b) los diarios establecidos como industrias empresariales, que son los más sólidos en los países del mundo occidental, y en los cuales los accionistas designan una dirección y una administración acordes con sus intereses particulares; y c) los diarios pertenecientes a una misma familia, que son los más corrientes en América Latina, y cuya línea política y periodística es fijada y mantenida por el jefe de dicha familia.

Sostengo que El Nacional no debe ser incluido en ninguno de esos tres géneros. Ni siquiera en el tercero, no obstante que todas sus actuaciones son propiedad de una familia que en su seno no reconoce jefe y que, por añadidura, ha estado siempre caracterizada por sus opiniones políticas diversas.

En lugar de adoptar uno de los tres modelos típicos de diarios que he mencionado, El Nacional ha estampado en sus estatutos las reglas peculiares que rigen su acción y su existencia, reglas que le otorgan al director la facultad legítima e inalienable de determinar la orientación política e informativa de la publicación.

En los estatutos de El Nacional se leen textualmente los párrafos siguientes: “El director tendrá la autoridad y responsabilidad en la aplicación y mantenimiento de la orientación del diario, rigiéndose por las normas siguientes:

a) Se observará en todo momento una línea democrática y objetiva.

b) Los reporteros y corresponsales se limitarán a informar, absteniéndose de comentar las noticias.

c) Las informaciones sobre conflictos laborales expresarán objetivamente las opiniones, tanto de los patronos como de los obreros, siempre que esas opiniones no contengan conceptos injuriosos contra la otra parte.

d) Las informaciones relativas a sesiones y actividades de las cámaras legislativas se harán con toda objetividad y reflejarán las intervenciones de las diversas tendencias representadas en esos organismos.

e) La actitud u orientación del diario no será en forma alguna oficialista, como tampoco de oposición sistemática.

f) En cuanto a campañas electorales, el diario no se pronunciará en respaldo de ningún candidato a la Presidencia de la República, ni de ninguna plancha para cuerpos legislativos. Informará equitativamente sobre las actividades y campañas de propaganda de todos los candidatos postulados dentro de las normas constitucionales».

Efectivamente, la dirección de El Nacional no es un lecho de rosas. Además de las cualidades intelectuales y profesionales, el director de El Nacional precisa de un corazón templado que no se doblegue ante las disímiles presiones que lo cercan. “Es más fácil ser débil que justo”, o algo parecido, dijo una vez Víctor Hugo. El director de El Nacional adquiere el compromiso de ser justo y, para cumplirlo, renuncia a las facilidades de ser débil.


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