Al ritmo de tambores y clarinetes, una familia judía desfila por la calle celebrando un bar mitzvah, el día en que uno de sus integrantes varones, de 13 años de edad, se vuelve un adulto. Bailan y lanzan dulces en honor al festejado. Al mismo tiempo resuena una voz profunda cantando el adhan, el llamado a oración para los musulmanes, que se transmite por altavoces desde las mezquitas, cinco veces al día. Y muy cerca de ahí, un grupo de viajeros latinos camina hacia el Santo Sepulcro. En un rato, su parloteo se convertirá en lágrimas de emoción.

En Jerusalén, es imposible ser indiferente a la fe, pues parece estar presente en todo momento. La ciudad aloja sitios sagrados para el judaísmo, cristianismo y el islam.

No parece una metrópoli muy distinta a las ciudades occidentales, con tráfico, mercados pintorescos y restaurantes trendy frecuentados por jóvenes. Pero tiene cierto aire de misterio. Puede ser el color terroso que predomina en sus edificios o que se trata de un lugar con más de 4.000 años de antigüedad.

La Ciudad Vieja de Jerusalén hace sentir insignificante a cualquiera. Al menos eso se siente en sus calles de roca calcárea. A veces es abrumador pensar en la cantidad de culturas que aquí se han asentado y los personajes que han formado parte de ella.

La insignificancia parece crecer conforme el visitante se acerca al Muro de los Lamentos o Kotel. Se trata del lugar más venerado por el pueblo judío, pues es el único vestigio que queda del Segundo Templo, el cual fue destruido por los romanos en el año 70 d.C. Esta construcción sustituyó al Templo de Salomón (o de Jerusalén), que resguardaba reliquias de esa religión.

Se dice que ambos fueron edificados en el Monte Moriá, donde, de acuerdo con el relato bíblico, Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac. Esta historia es muy importante también para los musulmanes, por eso en el monte se levantó el Domo de la Roca, la enorme mezquita cuya cúpula dorada sobresale en el paisaje de la ciudad.

El sitio ha provocado numerosas disputas entre las dos creencias. Lo más simple es pensar en el conflicto como su aspecto más importante. Pero para los viajeros, significa mucho más. Hay personas que cantan y arman una verdadera fiesta. Otras ni se inmutan del ruido, porque rezan con tanto fervor que parece no existir nada más a su alrededor. Algunos más observan asombrados la gama inmensa de emociones que se perciben en un mismo instante. Pocos lugares logran generar todo esto.

A simple vista, el Muro de los Lamentos no es muy extenso. En realidad mide 488 metros de largo, pero no puede verse en su totalidad porque está cubierto por otras construcciones. Lo correcto es llamarlo Kotel, que significa Muro Occidental.


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