A una hora y media de la capital, San José, el valle de Sarapiquí es una zona rural del norte de Costa Rica que ha ganado fama por su biodiversidad y porque allí continúan los hallazgos científicos. Hoy este valle está potenciando además el turismo ecológico como una forma de protegerse de las amenazas que enfrenta el valioso corredor biológico del país.

Algunos lo conocen como “el supermercado de Costa Rica”, pues allí se produce la mayor cantidad de frutas y verduras del país, y aún es un rincón que no figura en los grandes mapas turísticos.

Puerto Viejo de Sarapiquí –nombre oficial del distrito y del pueblo cabecera– queda a solo 90 minutos de San José de viaje por tierra. Y por eso mismo las agencias suelen ofrecer este destino como una excursión de un día, para quienes quieran avistar fauna, hacer rafting en ríos cristalinos o visitar reservas tropicales, entre otras actividades de naturaleza.

Reservas. El Selva Verde es uno de los diez hoteles en el valle, hasta donde se llega después de viajar tres horas por tierra desde San José (si elige el camino a Vara Blanca, una ruta más “escénica”, pero más larga). Todo en Sarapiquí se trata de pequeños negocios privados, familiares o relacionados con ONG. Las grandes cadenas hoteleras no existen (todavía).

El hotel funciona dentro de una reserva privada de 500 hectáreas de bosque lluvioso, donde se llevan a cabo actividades de ecoturismo –como caminatas nocturnas por la selva, observación de aves o navegaciones en bote–, y además se apoya el trabajo de científicos y estudiantes de Biología, locales y extranjeros.

No está de más recordar que Costa Rica es reconocido por tener una gran biodiversidad y por su política de protección medioambiental: 25% de las tierras del país son áreas protegidas.

El valle de Sarapiquí es un buen ejemplo, pues está rodeado por ríos y bosques tropicales que atraen especialmente a observadores de aves (en el país existen alrededor de 900 especies, y este lugar es una escala muy concurrida para ver quetzales, tucanes o picaflores).

El ícono natural de la zona es el Parque Nacional Braulio Carrillo, uno de los más extensos de Costa Rica (44.000 hectáreas), aunque también existen varias reservas privadas como el propio hotel Selva Verde y otra muy reputada, llamada La Tirimbina.

En Selva Verde, además, se siguen realizando descubrimientos científicos. El más reciente ocurrió en febrero, cuando miembros del equipo del hotel encontraron una colonia de murciélagos de la especie Furipterus horrens, que no se veían en el país desde hace 45 años y que, incluso, son poco abundantes en el mundo.

Lo de la biodiversidad en Costa Rica no es un simple eslogan turístico: el país alberga 500.000 especies de flora y fauna, lo que representa 4% de las especies del mundo. Por eso, aquí de verdad resulta muy fácil ver animales. Aves y anfibios sobre todo, pero también monos, cocodrilos, serpientes y murciélagos.

Historia. Puerto Viejo de Sarapiquí es la ciudad más importante del cantón. Atravesada por una sola calle principal y con sencillas casas desperdigadas a lo largo del valle, aquí se ven más tiendas de electrodomésticos y repuestos mecánicos que de souvenirs.

Su nombre se debe a que está al lado del río Sarapiquí, que a mediados del siglo XIX fue uno de los principales puertos de salida de Costa Rica hacia Europa. El río llega hasta la frontera con Nicaragua, donde se junta con el río San Juan y sale al mar Caribe. Además es un lugar de importancia histórica: el 10 de abril de 1856 ocurrió aquí la llamada batalla de Sardinal, en la cual el Ejército costarricense, organizado por el presidente y héroe de Costa Rica, Juan Rafael Mora Porras, se enfrentó y venció a filibusteros comandados por el estadounidense William Walker, que querían adueñarse del país y de Centroamérica.

Al pasear en bote por el río Sarapiquí se llega hasta un monolito blanco que recuerda la batalla de Sardinal, en el recorrido se ven enormes cocodrilos –algunos de dos metros de largo– que retozan tranquilos en las orillas.

RECUADRO

Artesanía y cacao

Además de naturaleza hay tours para compartir con los artesanos y campesinos de la zona, comer en sus casas e incluso aprender a hacer manualidades con materiales reciclados. Patricia Montero es una de esas artesanas. “Nuestra idea es elaborar una artesanía con identidad, que sea reflejo de la flora y fauna del valle, dice, mientras muestra su joyería inspirada en los distintos colores de los ríos de esta región. “Esta zona es como un pulmón, hay muchos ríos de agua pura, que nacen en la montaña”.

También se puede aprender sobre el cacao y el proceso de elaboración de chocolate en un tour de la reserva privada La Tirimbina.


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