Albert Camus hablaba de esas “islas lejanas donde los hombres viven y mueren locos y felices”, esas islas lejanas que nos ponen a soñar a los apasionados del exotismo y de la belleza del planeta. Grecia, madre de la cultura del mundo occidental y que embelesa con sus templos, sus acrópolis, sus oráculos y sus dioses, ofrece a los nómadas y viajeros el encanto de las islas del Egeo.

El extremo oriental del Mediterráneo, con el cielo más puro y limpio del mundo, aportó su grano de azul y de pureza a la claridad suprema del pensamiento griego, y a las islas Cícladas su belleza singular.

Son más de 200 islas e islotes. En Naxos hizo escala Teseo luego de matar al Minotauro. En Miconos están enterrados los gigantes que Hércules venció. En Delos nació Apolo, el dios de la serenidad y de la belleza, y en Amorgos se encuentra uno de los más impresionantes monasterios de Grecia, el de Panaguia Jozoviótissa. Escoger no es fácil. Pero un buen punto de partida es Santorini.

Su mitológico y volcánico pasado es uno de sus atractivos. Cadmo, hijo del rey de Tiro en busca de su hermana Europa raptada por Zeus que para evitar los celos de Hera, su esposa, se había convertido en toro, llegó a la isla en la que su hijo Thera fundó una colonia griega que llegaría a llamarse Kallisté, que significa “la más hermosa”. El nombre actual de Santorini viene de Santa Irene, patrona de los comerciantes italianos que en sus correrías recalaban en la isla.

En el año 1627 a. C. ocurrió una de las más grandes erupciones volcánicas de la historia. El cráter del volcán se hundió y formó una laguna ovalada de 12 kilómetros de largo por 7 de ancho cuyos bordes son tres islas, una de las cuales, la más grande, en forma de arco, es Santorini. El paisaje de la caldera lagunar y de las islas es de impresionante belleza. Fira y Oia, dos de los pueblos de la isla Santorini, se asoman al borde de un acantilado cortado a pique sobre el mar desde una altura de 300 metros.

Moldeadas por dioses. Blancas, como todos los pueblos de las islas, Fira y Oia parecen ciudades moldeadas por los dioses, o las hadas, o demiurgos que trabajaran en competencia. Todas las construcciones son blancas, las puertas y ventanas azules y predominan los domos y las formas curvas.

La armonía, la simetría, el sentido de las proporciones, todo apunta a la perfección. Muchas casas y hotelitos apretujados se escalonan en el acantilado unos sobre otros y su inmaculada blancura hace bellísimo contraste con el profundo color azul del mar. Dos caminos muy pendientes suben desde los puertos de mar hasta Fira y Oia. Se pueden transitar varias veces para detenerse, extrasiarse y fotografiar el inigualable paisaje. Hay un servicio de transporte en burros y mulas para los que no se animan a cubrir a pie los 300 metros de desnivel, y un teleférico hace el mismo trayecto desde el mar hasta Fira.

Erupción. En la isla más pequeña hay varios cráteres, algunos todavía activos. La gigantesca erupción que formó la caldera produjo un maremoto que llegó hasta Creta, ubicada a 110 kilómetros de distancia, y puso fin a la civilización minoica, que fue la madre de la civilización griega. También se dice que la erupción hundió a la Atlántida y que el maremoto llegó hasta Egipto y sus olas abrieron las aguas del mar Rojo, dando paso a los hebreos que en su Éxodo huían del faraón.

Datos confirmados por la ciencia dicen que el cielo se oscureció y la nube de cenizas llegó hasta China, que el enfriamiento que siguió a la erupción quedó marcado en los anillos de árboles de Canadá. Por otro lado, en jeroglíficos de Egipto se habla de la erupción, que fue calificada por el Instituto Smithsoniano con la puntuación de 7, que es la máxima para estos eventos. Una erupción de igual magnitud fue la del volcán Krakatoa de Indonesia en 1883.

Puede tomarse su tiempo para cenar o a degustar el “vino negro” griego, como lo llama Homero en La Ilíada, en los pequeños restaurantes que parecen suspendidos sobre el acantilado mirando allá abajo el mar y recordando las épicas hazañas de los aqueos y troyanos y los viajes de Ulises de regreso a su amada Ítaca.

En el pueblo de Oia, situado en un extremo de la isla, se puede presenciar el ocaso del sol que parece hundirse en el mar, ahogándose en paletadas rojas, naranjas, negras y violetas, el mismo sol que alumbró las gesta de Aquiles, de Héctor, de Príamo y de Ulises, sobre esta tierra sagrada y estas islas que dieron al mundo la filosofía, la ciencia y la cultura. ¡Oh Santorini, la isla más fotografiada del mundo!


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