Antes del actual renacimiento de Medellín, a los paisas les gustaba vanagloriarse de haber construido la primera línea férrea de alta montaña de Colombia, de “la eterna primavera” que es su clima templado, de sus festivales de flores y de poesía, de su aguardiente con sabor a anís, y hasta de que allí, en 1935, murió el gran Carlos Gardel, en un accidente aéreo.

Los paisas son anfitriones gozadores, divertidos, extrovertidos. ¿Qué es lo que un forastero no debe perderse? Pasear en Metrocable o, mejor aún, hacer el Graffitour de la Comuna 13, que son dos de los grandes símbolos actuales de la transformación de la ciudad.

En los tiempos de Pablo Escobar, la Comuna 13 era una de las áreas más peligrosas de Medellín y del mundo: una zona tomada por sus hombres, donde la violencia y las balas estaban siempre al acecho. Luego de su muerte en 1993, sus sucesores siguieron peleándose el control de estas calles, lucha en la que también participaban llas FARC y paramilitares.

En 2002, el entonces presidente Álvaro Uribe ordenó la controversial Operación Orión, destinada a acabar con los grupos violentos. Más de 1.000 policías y soldados con helicópteros atacaron el barrio, donde en ese entonces vivían unas 100.000 personas. Oficialmente, se habló de más de una decena de muertos y cientos de heridos, pero hasta hoy no hay claridad sobre el número de desaparecidos.

Ese episodio fue el comienzo del cambio. Los residentes de la Comuna 13 salieron a las calles y manifestaron su ira pintando murales y organizando eventos comunitarios. La zona se reinventó.

Los tours guiados cuentan esa historia y muestran los murales más destacados. Es una fiesta de color. El circuito permite además observar y probar dos desarrollos urbanísticos esenciales en la transformación del barrio: el Metrocable que lo conecta con el resto de la ciudad y las escaleras eléctricas exteriores, que facilitan la movilidad interna. También hay proyectos educacionales, como el Parque Biblioteca, que da acceso a niños de bajos recursos a computadores, talleres y espacios para jugar fútbol y hacer otros deportes. Varias agencias lo ofrecen, pero el de los muchachos de Casa Kolacho es insuperable (se los puede contactar por Facebook).

Completamente diferente, pero igualmente imperdible es el Museo de Antioquia. El edificio, de imponente estilo art déco, alberga la colección más grande del mundo de Fernando Botero. También hay colecciones de la historia de la región de Antioquia y de Colombia, de arte religioso, de cerámicas precolombinas, objetos coloniales y otras muestras permanentes y temporales.

Para el paladar. La recomendación es no dejar Medellín sin haber probado su tradicional bandeja paisa, un pantagruélico plato de arroz blanco, carne de res, chicharrón, huevo frito, plátano maduro o patacón, chorizo, arepa, frijoles, tomate y aguacate. También habría que hincarle el diente al mango biche (mango verde, con limón, sal y picante opcional) que venden en la calle y beber –sí o sí– jugo de naranjilla o lulo y agua de panela, un dulcísimo brebaje que los locales insisten en alabar.

Hatoviejo es una apuesta segura, tradicional, perfecta para conocer los platos típicos no solo de Antioquia, sino que de toda Colombia. Aunque es muy frecuentado por turistas, también es recomendado por los propios paisas. Tiene cuatro restaurantes, aunque el original abrió hace más de 30 años en Las Palmas, justo frente al Hotel Intercontinental. Y una vez ahí, la recomendación: el ajiaco bogotano es realmente delicioso.

Otro buen sitio es El Social, un favorito de los medellinenses: una especie de taberna muy popular, donde sirven aguardiente, ron y cerveza, y cosas para picar: chicharrón, chorizo, arepitas. Es ese tipo de sitios que se vuelve imperdible cuando uno quiere sentir el pulso de la ciudad, que luego puede comentar con un buen trago en el Panorama Rooftop, o en alguno de los bares del barrio Carlos E. Restrepo, bastión de los más bohemios.

RECUADRO

Más experimental

Quizás por esa propensión a “lo propio”, los restaurantes más experimentales suelen tener en Medellín una vida corta, pero El Herbario ha logrado establecerse como uno de los mejores de comida fusión de la ciudad. El estilo del chef Rodrigo Isaza destaca por la incorporación de hierbas y especias a ingredientes y cocciones colombianas.

Para los más atrevidos está el premiado El Cielo, del chef Juan Manuel Barrientos, que tiene un original menú con base en la llamada cocina molecular. Tiene un mérito adicional: 30% de las ganancias anuales se invierten en proyectos dedicados a capacitar a ex soldados, ex guerrilleros y ex paramilitares en labores gastronómicas.


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