En el verano, Moscú es color y gente en las calles, cuadrillas de obreros colocando flores en plazas y jardines y personas disfrutando del aire libre, aprovechando los días largos y esas semanas de tibieza estival. En cafés y restaurantes se percibe una particular ebullición y las salidas se extienden hasta bien entrada la noche.

La Plaza Roja es el comienzo de cualquier primera salida por Moscú. Hasta allí llegó Napoleón, pero no pudieron los nazis. Y por sus gastados adoquines marchó el Ejército Rojo durante siete décadas mostrándole al mundo el poderío soviético y la vigencia del bipolarismo.

El Kremlin –la fortaleza que toda antigua ciudad rusa posee– tiene murallas de color púrpura; cada centímetro parece recién pintado y los adornos dorados de sus torres refulgen como oro bajo el sol del verano. En su interior, la sede del gobierno, iglesias medievales y la Armería, este último un impresionante museo que despliega huevos Fabergé, joyas, carruajes, trajes y platería de seis siglos de monarquía, además de las armas que dieron origen a su nombre.

Frente a frente. Una buena parte del día se la lleva el recorrido por el Kremlin, pero bien vale hacer un alto, cruzar la Plaza y tomarse un cafecito en las emblemáticas tiendas GUM.

El bello edificio de 1893, construido siguiendo la moda de París, fue en sus orígenes el lugar de la aristocracia y los comerciantes ricos de Moscú. Hoy es un centro comercial de marcas caras y la mayor ironía de la ciudad: está ubicado frente al mausoleo del líder de la Revolución de Octubre.

En efecto, frente a las GUM y muy próximo a las paredes del Kremlin, se levanta el monumento de granito púrpura y negro que alberga al cuerpo embalsamado de Lenin.

Más atracción turística que objeto de devoción ideológica, el horario de acceso es bastante restringido y despierta más la curiosidad de extranjeros que de los propios rusos. No obstante, el edificio y su ocupante cada tanto se vuelven centro del debate sobre si el Estado debe continuar el costoso mantenimiento del cuerpo o darle sepultura final y dejar que el tiempo haga el resto.

En los extremos de la Plaza Roja, otros dos edificios llamativos. El Museo Estatal de Historia de un lado y del otro, la colorida iglesia de San Basilio, imagen icónica de Moscú y desilusión de la mayoría de los visitantes, pues el museo le arrebató su espiritualidad al templo.

Lo más nuevo. Detrás de San Basilio hay un nuevo parque, inaugurado hace menos de un año. Se llama Zaryadie, literalmente más allá de los arcos (de la Plaza Roja), y reúne plantas y árboles de todos los rincones de Rusia, desde la estepa hasta las tierras heladas del norte. Lo imaginó Vladimir Putin y 90 estudios internacionales compitieron por su traza. Cuenta con un anfiteatro, una cueva de hielo que nunca supera los -5ºC y, en un alarde de diseño futurista, un puente elevado en forma de búmeran que sale del parque, cruza la avenida costanera y se asoma atrevido sobre el Moskvá.

Justamente en este río, el plácido desplazamiento de los catamaranes tienta con un paseo. Es el mejor city tour. Placentero y agradable, se disfruta desde la cubierta y los grandes ventanales de la cafetería, o en la opción restaurante flotante, en el catamarán vidriado (y con música estridente) de la compañía Radisson. En el recorrido (de una o dos horas) se pasa frente a muchos de los lugares y edificios emblemáticos de Moscú e incluso, a la lejanía, se ven las torres de la ciudad, un lugar en general poco buscado por el turismo.

Pero si quiere sentirse un verdadero moskvichí (moscovita), aparte un domingo para ir al gigantesco parque Gorki, lugar preferido de las familias los fines de semana. Allí van con sus niños y cuanto vehículo portátil de ruedas tengan a mano: monopatín, bicicleta, triciclo, patineta, Segway y otras combinaciones inimaginables. En su costanera también se halla una de las amarras para los catamaranes.

RECUADRO

Repleto de esculturas

Una transitada avenida separa al Gorki de otro lugar imperdible. Es otro parque, un poco más pequeño, pero poblado de esculturas. Muchas de ellas están en un patio al aire libre adyacente al edificio nuevo de la galería Tretyakov; otras, distribuidas entre los senderos, bajo los árboles. Allí comparten territorio varios Lenín y pocos Stalin, un monumento contra el totalitarismo, figuras extranjeras como Mahatma Gandhi y Albert Einstein, y muchos personajes de la historia y la literatura rusa, encabezados por su máximo poeta, Alexander Pushkin.

Sobre el límite del parque, pero sin ninguna posibilidad de no verla, se impone una gigantesca estructura oscura de metal. Tiene casi 100 metros de alto y representa un barco a vela, con un personaje desproporcionado en la proa. Es el monumento al emperador Pedro el Grande.


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