Curvas irregulares de arena naranja crean caminos inciertos. Un sol inclemente broncea el paisaje y dibuja pretenciosos espejismos, mientras el silencio pesa y se mezcla con la densa atmósfera que cubre la zona. La inmensidad es indiscutible sobre una de las dunas más altas del Sahara.

Erg Chebbi es el único conjunto de médanos del desierto en Marruecos. Se trata de un territorio sin desmesura. Mide solo 5 kilómetros de ancho y 22 kilómetros de altura, pero agrupa elementos típicos de un ecosistema árido, lleno de misticismo e intensidad. Para acceder a él, la entrada más conocida es Merzouga, un pequeño pueblo situado al sureste del país.

“Erg significa zona arenosa. Aquí las dunas miden aproximadamente 150 metros de altura. Situarse sobre ellas es conocer la grandeza de un lugar alucinante. No hay otro sitio como este en el mundo. Es mi vida”, señala Brahim Anaam, guía turístico nacido en Merzouga.

Como un extranjero rebelde, Erg Chebbi está aislado del resto del Sahara. En un mapa se observa solitario, rodeado de una muralla de montañas negras argelinas que rompen el horizonte desértico. Se llama Hamada del Draa y es la frontera natural con Argelia.

De las leyendas que se cuentan sobre el origen del lugar, la más popular narra que Erg Chebbi apareció como un castigo divino. En el pasado, los habitantes de la zona le negaron alojamiento a una mujer y por eso fueron enterrados en la arena. Así se formaron las dunas y se recordó la importancia de una de las principales cualidades de los marroquíes: la hospitalidad.

Guardianes. Los mitos y las leyendas se mantienen vigentes a través del tiempo. Los principales voceros son los bereberes o amazigh, miembros de un grupo de etnias autóctonas del norte de África. En el desierto de Marruecos los nómadas forman parte de la tribu chleuh.

Libres, sencillos y carentes de lujos, deambulan entre las dunas de Erg Chebbi. Instalan campamentos rudimentarios cerca de los escasos pozos de agua. Crean hornos de barro y acumulan ramas para cocinar y calentarse en las noches. Telas de diversos estampados les cubren todo el cuerpo y los resguardan del sol. Son los guardianes del Sahara.

Los hombres de estas familias suelen extraer fósiles y minerales en la montaña o trabajar con el ganado, mientras que las mujeres se encargan de las tareas del hogar, de buscar agua y leña para el fuego. Sus vidas en las jaimas, o tiendas de campaña hechas de cuero, se anclan en lo arcaico, alejadas de desarrollo y avances tecnológicos. Esa simplicidad olvidada en las ciudades de cemento reina en su cotidianidad.

Sus días se trasladan a la era de la globalización cuando comparten con turistas. En sus campamentos, aprecian cuando los extranjeros los visitan para tomar una taza de té con menta e intercambiar sonrisas. Con los niños en brazos disfrutan de la presencia de extraños. Entienden que es una actividad que los beneficia porque reciben cariño, respeto e incluso alimentos.

Las condiciones en el desierto los obligan a ser nómadas. Se aferran a sus costumbres y las transmiten con orgullo de generación en generación. Evitan que los encuentros con otras culturas afecten su forma de ver la vida.

Intrusos foráneos. El silencio exorbitante de Erg Chebbi solo se interrumpe por dos razones: una tormenta de arena arrastrada por la inclemencia del viento o las risas pasmadas de extranjeros que ven por primera vez el desierto. Foráneos que, sin permiso, se cuelan en un mundo solitario y repleto de paz.

Ese viento, siempre incansable, crea y borra dunas a su antojo. El panorama cambia constantemente y perderse es inevitable si se desconoce la zona. No existen rutas ni caminos señalizados. Es indispensable ir acompañado de un guía local si se desea explorar en profundidad este lugar.

“Para ubicarnos de día nos guiamos por las dunas más altas. Conocemos sus nombres y sabemos que no cambiarán a pesar de las fuertes brisas. De noche, las estrellas son nuestras aliadas. Sobre todo la constelación Cruz del Sur, que funciona para nosotros como una brújula”, asegura el guía local Brahim Anaam.

Con el paso del tiempo es más fácil el encuentro entre los viajeros curiosos y Erg Chebbi. Caravanas de dromedarios cargados con pasajeros y sus equipajes frecuentan las dunas. Los sueños de admirar una puesta de sol ardiendo, detrás de montañas de arena, se materializan gracias a las agencias de viajes y empresas locales dedicadas al turismo. Todos serán bienvenidos cordialmente siempre y cuando se respete el medio ambiente.

Un convivir exótico. El ser humano suele imponerse en el entorno que habita y lo acondiciona a su conveniencia. En Erg Chebbi ocurre lo contrario. El poder natural es infranqueable. Las dunas son protagonistas y los seres que las recorren deben convivir armónicamente.

Entre el naranja intenso con destellos dorados de la gruesa arena, una silueta completamente negra se abre paso: un escarabajo sin alas explora en búsqueda de materia en descomposición para alimentarse. Insignificante ante tanta magnificencia, combate con todas las adversidades que se encuentra para sobrevivir. Prefiere la noche y su oscuridad antes que el abrasador día. Junto con los escorpiones, esquivan las dificultades de formar parte de un entorno vasto.

Sobre él, la sombra de unas delgadas y largas patas cruzan sin percatarse del diminuto animal: un dromedario sigue el recorrido de una línea apenas marcada en el terreno. Aunque su apariencia luce frágil, la fuerza lo domina. Su joroba funciona como un almacén de alimentos que le permite resistir varios días sin comer y transitar largas distancias. Puede aguantar hasta 250 kilos de mercancías y más de 50°C de temperatura. Sin él, el hombre en el desierto no podría sobrevivir.

A su lado, un par de manos rugosas halan la cuerda que impide un acto de desobediencia: un bereber con turbante azul llamado Mohamed se traslada a su campamento. Su adolescencia se oculta bajo los efectos del arduo trabajo que desempeña día a día. “Mercurio es mi mejor amigo. Pasamos cada hora juntos. Él no podría estar sin mí y yo no podría estar sin él”, afirma.

Como el escarabajo, el dromedario y el bereber, las especies que hacen vida sobre las dunas comparten su pasión por el desierto. Nómadas y turistas admiran la soledad del lugar. Guías locales plantan palmeras para simular un oasis y decorar el paisaje. Erg Chebbi es un rincón excepcional de África, un orgullo para el pueblo marroquí y un escape inolvidable para quienes tienen la fortuna de sentirlo.


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