Perú no solo alberga una de las siete maravillas del mundo moderno, como lo es Machu Picchu, también es la sede de innumerables museos que se destacan por su valor arquitectónico, histórico, religioso o cultural.

En el centro de Lima se encuentra una de estas joyas históricas que al día de hoy conserva la memoria y fe de uno de los tres santos dominicos de esta nación andina: el Jardín de Santa Rosa de Lima.

Ubicado a un lado del santuario homónimo, es uno de los museos y lugares de peregrinación más visitados por turistas y fieles durante todo el año, sobre todo cada 31 de agosto, cuando se celebra su memoria.

Al entrar se observan los leños de un naranjo, que según se cuenta, Rosa de Lima utilizó para atar sus cabellos tras una adulación de Satanás a su fina cabellera.

Siguiendo el trayecto, se puede adentrar en la casa que habitó la primera santa de América hace ya más de 400 años. La habitación más apartada, solicitada por la joven a sus padres para estar en constante oración sin ser interrumpida, está detrás de una pared de cristal con el fin de que los visitantes observen sus aposentos sin destruir su armonía.

En el patio se encuentra la ermita, una pequeña construcción de adobe de dos metros cuadrados, que la santa hizo con sus propias manos y donde pasaba largas horas en constante oración y llevaba a cabo sus penitencias.

Aquí también está el foso de 19 metros de profundidad donde Rosa arrojó la llave de una cadena que se ató a la cintura como símbolo de castidad. En él miles de creyentes lanzan sus peticiones en cartas, ya que según dicen es muy milagrosa.

Durante todo el recorrido se observan las habitaciones donde la santa curaba a los enfermos, así como también placas incrustadas en la pared, en las cuales se cuenta de forma cronológica la vida de la santa patrona de América.

Al final del paseo hay una estatua de la santa limeña rodeada de velas y flores dejadas por sus devotos.

Algo muy curioso es que sus restos no descansan aquí, sino que reposan en el museo del Convento del Santo Rosario, más conocido como el Convento de Santo Domingo, ubicado a pocos minutos del Jardín.

Tesoro. Al entrar al convento lo primero que llama la atención es el techo machihembrado de la sala de recibo, construido con más de 3.000 piezas de madera de cedro traída de Centroamérica, y cuyas paredes fueron testigos de la creación de la melodía del himno nacional de Perú.

El costo de la entrada al convento donde san Martín de Porres vivió gran parte de su vida, es de 7 soles (2 dólares) y para los estudiantes, 3 soles.

El primer claustro forma una perfecta armonía entre arquitectura y arte que transporta a sus visitantes al siglo XVII, época en que fueron puestos en las paredes los azulejos sevillanos y los 36 lienzos que cuentan la vida de santo Domingo de Guzmán.

Las capillas de santa Rosa de Lima, san Juan Macías y de san Martín de Porres son los próximos destinos del recorrido. En ellas se pueden ver la estatua de mármol que se utilizó para la canonización de Rosa de Lima, una réplica de la silla utilizada por san Juan Macías y la cama de san Martín.

En la capilla de este último, antigua enfermería del convento donde él mismo curaba a los enfermos, se hallan sus restos y una réplica de los estantes del boticario.

En el patio central está una pileta, donde según cuentan san Martín realizó uno de sus milagros, convirtiendo azúcar morena en blanca.

Las oscuras catacumbas del convento también están abiertas al público. En ellas se pueden encontrar las tumbas de virreyes y obispos de la orden dominica.

En el centro de la Sala Capitular, antiguo recinto de la Universidad de San Marcos, una de las primeras casas de estudios del Nuevo Mundo, se encuentra la cruz ante la que vieron levitar a san Martín.

Bajo este salón están los restos de santa Rosa de Lima, que reposan en lo que hoy es considerada la tumba más grande de América Latina, decorada con cientos de azulejos limeños.

RECUADRO

Vistas de vértigo

Al salir del convento y entrar a la Basílica de Santo Domingo, cerca del coro de la iglesia, se yergue uno de los sitios más interesantes del recorrido: la torre de la basílica, con 46 metros de altura. Es perfecta para obtener una vista panorámica de la ciudad de Lima y del océano Pacífico.

Subiendo los 135 escalones que llevan al piso más alto de la torre, el vértigo aumenta, pues los pisos de los balcones de madera crujen y su barandal es muy bajo. Nada apto para las personas con fobia a las alturas.


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