El Tayrona es de esos destinos que valen la pena. Y aunque hay que caminar un buen rato, cada paso en este Parque Nacional Natural colombiano, en el departamento del Magdalena, viene acompañado de una playa de arena blanca y aguas cristalinas pintadas de azul, de una jungla con árboles centenarios y gigantescos por donde brincan monos y vuelan cientos de pájaros; de manglares y rocas tan grandes como iglesias. Y aunque hay que caminar, vale aclarar que tampoco es que sea necesario ser un gran caminante.

Antes, mucho antes de ser el segundo parque natural más visitado de Colombia (en 2016 recibió 391.442 visitantes de todo el mundo), el Tayrona era un lugar sagrado para koguis, arhuacos, wiwas y kankuamos, los pueblos indígenas que han habitado este territorio de la Sierra Nevada de Santa Marta desde todos los tiempos. Son los descendientes de los tayronas, los primeros pobladores de estas tierras.

Aquí, sobre este mar bello y tranquilo, rodeado de verde, nace la montaña costera más alta del mundo, que se corona en picos nevados a los 5.775 metros de altura.

Aquí, en este santuario de 15.000 hectáreas (3.000 son área marina) los indígenas les rendían tributo a la Madre Tierra y a sus dioses. Y lo siguen haciendo.

Para contemplar. El recorrido puede comenzar con una visita a la playa de Cañaveral, que es una de las más bellas de la zona. Y aunque den ganas de meterse a ese mar azul profundo y provocativo, podría ser peligroso. Un letrero de madera advierte que allí se han ahogado muchas personas. Es un sitio solo para contemplar, caminar y nada más.

Desde allí, a 200 metros, queda el punto de partida de la excursión. Es el Sendero Kogui, que ofrece dos caminos: uno para recorrer a pie y otro para quienes van a caballo. Para optimizar el tiempo y gozar más de las playas se recomienda que el primer trayecto se haga caminando y el regreso a caballo. Claro está, si solo se cuenta con un día para la visita.

Hay que contratar los caballos en el trayecto de ida y ponerse de acuerdo sobre la hora y el lugar donde los van a recoger (casi siempre es el Cabo San Juan del Guía, que es para la mayoría el final del paseo). En el camino hay varias asociaciones comunitarias que ofrecen este servicio, el cual resultará muy entretenido.

El sendero para los caminantes es una pasarela de madera perfectamente conservada que atraviesa la montaña en diferentes tipos de tramos: unos planos y otros un tanto empinados que conducen a miradores donde venden agua, refrescos y paletas, y donde la vista es privilegiada.

Ese primer trayecto se corona en unos 40 minutos, en medio de un bosque tropical, y termina donde comienza una nueva playa: Arrecifes. Aunque el mar se vea irresistible (una vez más) y el calor invite a darse un chapuzón, no se puede.

Allí, en medio de la arena, brota una montonera de piedras gigantes, blancas y lisas, como huevos escupidos desde alguna galaxia. Se sigue caminando por la playa y 500 metros adelante se llega a Arenilla, una pequeña playa de agua color turquesa donde –¡por fin!– es posible meterse al mar. Un mar de agua fresca y cristalina que alivia el sofoco.

Desde Arenilla hay que caminar 15 minutos más entre un bosque de palmeras hasta llegar a La Piscina, otra playa donde también se puede nadar, descansar sobre la arena suave o explorar la riqueza marina en una práctica de esnórquel o de buceo. Allí venden cerveza fría y arepas de huevo recién salidas de la paila.

La joya. Desde La Piscina hay que caminar 15 minutos más para llegar hasta la joya de la corona del Tayrona: la playa del Cabo San Juan del Guía. Es la postal más famosa, la que aparece cuando se escribe la palabra Tayrona en Google: una playa partida en dos con una chocita kogui en la punta de una roca gigantesca.

Han pasado dos horas de caminata. Tal vez un poco más. Todo depende del ritmo, del estado físico y el tiempo disponible. Todo habrá valido la pena para llegar hasta aquí.

El Cabo San Juan es el lugar más bello del parque, donde descansan cientos de viajeros. El lugar más recomendado (y usado) para acampar, donde además hay un muy buen restaurante especializado en pescados y mariscos, a precios muy razonables. Y también es posible conseguir el bocado local: un pan fresco relleno de chocolate, conocido como el pan Tayrona.

Después de disfrutar de la playa hay que subir a la roca donde se corona la chocita kogui: el mejor mirador de toda la región –360° de postales– que además es una cabaña muy codiciada por los viajeros. Allí alquilan hamacas para quienes quieran descansar un rato y disfrutar de las vistas más bellas posibles.


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