Llegar de noche a Chiloé es atravesar la escenografía de una película de terror. La penumbra sobre sus vías principales, trochas y caminos destapados deja ver, en sombras, las siluetas de pequeñas casas que parecen habitadas por seres misteriosos.Para entrar a este archipiélago, conformado por más de 50 islas en el sur de Chile, la ruta más común es la marítima, a través del canal de Chacao, cruzando en barco los 26 kilómetros que separan al continente de la isla mayor de Chiloé.Una vez en tierra, el suspenso del arribo aumenta si se hace acompañado por un lugareño que conozca todas las historias de brujas y seres fantásticos de la región. Que el Trauco, un hombre pequeño y deforme que porta un hacha mientras va detrás de las mujeres solteras para desflorarlas, ronda a hurtadillas; que el Chucao, un pequeño pájaro que se esconde en los bosques, presagia la suerte de los navegantes con su silbido; que la esposa del Trauco, la Fiura ?una mujer horrenda, terror de los solteros? se sienta sobre las piedras a esperar que ellos pasen para llevárselos.A la luz del día. Al amanecer, cuando el sol empieza a entibiar el aire en esta fría región, que en el invierno puede alcanzar temperaturas hasta de 2° Celsius, la historia cambia y Chiloé se llena de color. Sus pastos verdes contrastan con el gris del cielo lluvioso y el azul oscuro del mar, que se alcanza a divisar desde cualquier punto elevado de la agrupación de islas, cuya capital es Castro.Contrastan los colores de los pájaros con las ramas de los árboles sobre los que se posan; al igual que lo hacen los filetes de salmón que venden en los mercados con los tonos brillantes de las ostras y mariscos que ofrecen los comerciantes y con los diferentes tipos de papas de colores.Pero el mayor contraste es el que con la claridad componen aquellas casas que por la noche se veían oscuras y lúgubres, y que de día dejan ver toda la belleza de sus coloridas fachadas y la magia de su arquitectura, caracterizada por el uso de la madera y de los palafitos, que tienen alturas que aumentan si las construcciones están cerca del mar y disminuyen a medida que se alejan del océano.Sorprende la variada paleta de tintes que escogieron para pintar las viviendas: distintos tonos de azul, morado, verde, rojo y blanco.La mejor forma de apreciar estas llamativas moradas es dar un paseo en barco por los fiordos de Castro. Si se logra salir a la cubierta de la embarcación y superar el viento helado que viene de la Antártica, se puede ver el arcoíris de casas del barrio Gamboa ?el más representativo de la capital? amontonadas unas sobre otras.Imperdibles- Para los adeptos del turismo de contemplación, una buena opción es hacer el denominado circuito de iglesias de Chiloé, que consiste en visitar uno por uno esos 16 templos católicos hechos obras de arte y que en el año 2000 fueron declarados Patrimonio Histórico por la Unesco. Fueron construidas por los jesuitas a partir del siglo XVIII, y están repartidas por todo el archipiélago, con la mayoría (nueve) en la isla Grande.- Antes de abandonar Chiloé, un plan que vale la pena hacer es visitar algunos de sus más de 20 miradores. Uno de los más bellos es el de la Paloma, en Achao, desde el cual se pueden avistar diferentes especies de aves acuáticas y, además, apreciar una postal única: las vacas y ovejas pastando a pocos metros del mar, como si fuera un lago en medio de una sabana.


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