A diferencia de ciudades más movidas y modernas de Suiza como Zúrich o Basilea, Berna se mantiene erguida, y muestra con orgullo su historia, sus episodios de renovación y hasta de tecnología, que la convierten en un destino muy apetecible, aunque un tanto costoso, en comparación con otros parajes europeos. Pese a ello si tiene la oportunidad de conocer este cantón, no lo piense dos veces y adéntrese en la también conocida como Tierra de los Osos, con panorámicas increíbles y sabores finos. Toda una experiencia única que le ofrece la capital y centro político de Suiza.

Con un casco antiguo reconocido, hace tres décadas, como Patrimonio Mundial por la Unesco, Berna figura en los mapas europeos con una historia que se remonta a 1191, cuando el duque Berhtoldom (Herzog V. von Zähringen) la fundó en la zona del Mittelland (meseta suiza).

Con tan larga vida luce una impresionante muestra de arquitectura medieval y renacentista combinada con la tecnología de vanguardia que caracteriza al país helvético. Muchos la consideran una ciudad “gris”, pero es precisamente eso lo que la define y hace que sus detalles resalten en sus innumerables calles. Cuenta con el bulevar de compras más extenso de Europa, seis kilómetros de arcadas o “lauben” que protegen a sus transeúntes de la intemperie, un motivo que resulta, anualmente, en millones de visitas.

Su oferta gastronómica es conservadora, aunque con mucho estilo. Quienes se adentran en sus calles empedradas se deleitan con el conjunto paisajístico que ofrecen sus fachadas, torres y fuentes. Son paisajes capaces de elevar los sentidos durante cualquier época del año.

Una de las vistas más bellas del casco antiguo se ubica a orillas del río Aare, aunque también puede observarla desde la plataforma de la catedral de 101 metros de altura. Los cafés, bares y teatros de la zona antigua se encuentran en las bóvedas de sótanos, un atractivo adicional tanto para sus habitantes como para extranjeros.

En Berna hacen vida todos los poderes públicos suizos. A poca distancia de la estación principal del ferrocarril se encuentra el impresionante edificio Bundeshaus, sede de la Autoridad Federal. Otra edificación de puertas abiertas es el Parlamento.

Comunidad reservada. La calidez de los berneses es particular. Tienen muy presente el sentido de ayuda y colaboración hacia los turistas, aun cuando muchos los describen como personas frías o secas. Quizás el estereotipo del gentilicio de quienes habitan el centro de Europa les ha dado esa fama. Lo cierto es que son una comunidad reservada y respetuosa, a la que, en ocasiones, le pueden abrumar algunos rasgos culturales.

En contraste los visitantes pueden sentirse abrumados por la “excesiva” tranquilidad de la ciudad, tan precisa como un reloj. Su excelente sistema de transporte público es digno de admiración. Es un sistema de referencia mundial. Su pulcritud, organización y, por supuesto, una puntualidad como la de los famosos relojes producidos en suelo suizo.

Una recomendación es explorar a pie, el centro y periferia de Berna. Es allí, en ese paso a paso, en el que se disfruta la magia de esta ciudad: el Rosengarten (Jardín de Rosas), Bärenpark (Parque de los Osos), el Centro Paul Klee y los museos Histórico, de Comunicación y de Arte, además de la Torre de la Prisión, la fuente del Devora Niños, Bernaqua, y, por supuesto, la casa y museo de Albert Einstein.

RECUADRO

Para llegar

Desde Frankfurt o Múnich se puede llegar a Berna en tren. El viaje es de 4 horas y media. En avión, el vuelo demora entre 50 minutos a una hora. Si desea hacer la experiencia más económica también hay una ruta de autobuses.

Si se encuentra en Berlín, la distancia se acrecienta y el trayecto en tren es de 9 horas.No olvide que Berna es una ciudad diseñada para peatones, por lo que una vez allí lo ideal es caminarla o disfrutarla en bicicleta.


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