América es tierra de deslumbramientos. Las historias de aparecidos son parte esencial de nuestro menú. En el tráfico de los siglos se fue haciendo misteriosa. La influencia africana y las crueles matanzas que vinieron al unísono del gran saqueo, hicieron que escudriñaran en las fuerzas oscuras de los espíritus.

El continente se llenó de leyendas, construyó fábulas extraordinarias arrancadas de la tierra misma. En cada espacio de nuestros territorios crecieron ríos subterráneos de verdades ocultas que no sepultó el destino. Las raíces originarias cedieron su resplandor a la punzante herida. Magnificas civilizaciones desaparecieron en la medida en que sus descubridores advirtieron las riquezas de su suelo. Ese encuentro de cultura y sangre fue originando pueblos rebeldes que siempre buscaron liberarse del yugo. Cada camino hizo florecer un personaje destinado a la adoración. Es la magia imperecedera de su férreo corazón irreductible, en sus afonías la historia de un territorio que resistió los embates de feroces enemigos que regresaron con la derrota entre los dientes. Piratas hambrientos de tesoros vinieron a sus costas en la búsqueda de quebrar su enjundia. Hombres agitados en sus oscuras historias cadavéricas transpusieron los confines para estrellarse con la heroicidad emancipadora de esta tierra.

Se levantaron peligrosos adversarios que trataron infructuosamente de desgarrarla, solo que su valor reverdeció para hacerse una sólida roca que defendió su honor por encima de la piocha. Sobre el lienzo de su origen el manto sagrado de los héroes que la honraron irrigando su sangre entre los surcos de su gente noble. Jamás quebraron su escudo forjado con la esencia de un destino que escribieron las estrellas.

El Dorado

Cuenta la leyenda que un rey descubre a su mujer en brazos de otro hombre. El ofendido monarca invoca a los espíritus y la somete al peor de los suplicios, día y noche un coro de indios se encargaba de atormentarla. En su desesperación la mujer se lanza al lago Guatavita y se ahogó en compañía de su pequeña hija Zibtra. El rey se llenó de honda pena, comenzó a tener alucinaciones que fueron convirtiéndolo en un díscolo gobernante sometido por los barrotes de su conciencia. Una noche, un gigantesco búho gris se cruzó entre sus pesadillas para indicarle que su esposa vivía con su pequeña en un palacio de oro en el fondo del lago que se tiñó de dolor. Acudió ante los sacerdotes, quienes le señalaron que debía entrar al lago en la búsqueda del amor perdido. Que la única manera que tenía de traerla y saldar sus angustias era con un conjuro. En medio de sus desgarradores agonías el ave se le volvió a cruzar en sus tormentos. Con voz de ultratumba le fue dando una serie de indicaciones para poner en práctica. Cada tres lunas de menguante los indios debían tirarse al agua, siempre de espaldas, luego de lanzar ofrendas perfumadas de profusas oraciones. El final del rito iba acompañado del rey cubierto de polvo de oro. Este hundía su cuerpo en cuatro direcciones buscando el eslabón perdido que diera con el rastro de su mujer. Solo un enigmático búho gris lo observaba minuciosamente.

La mujer cubierta de oro

Tercer mes de luna. El rey se baña de polvo de oro después de las oraciones aborígenes. Cuando llegan hasta una barcaza observan cómo se agitan las aguas del lago Guatavita. Un aleteo sorprende a todos. Un gigantesco búho se posa en la superficie mientras de las entrañas húmedas brota la mujer cubierta de oro. Aquella diosa esmaltada en refulgentes emanaciones doradas los deja perplejos hasta enloquecerlos. La belleza de la diosa era incomparable. Su cuerpo sinuoso con cascadas de cabellos hasta la cintura, senos profundamente hermosos: alzados hasta el cielo palidecido de sus encantos. En sus manos un dibujo de una ciudad cubierta de oro con enormes edificaciones nunca vistas. Las aguas seguían agitándose hasta la vista de los impávidos espectadores, ni siquiera los sacerdotes expresaban algo, el miedo fue turbándoles sus corazones hasta reducirlos a la parálisis. Todo estaba envuelto en misterio. Su irrupción fue de apenas segundos. Su leyenda se transformó en historias que viajaron de generación en generación, fue así como la leyenda de El Dorado daba cuerpo a las más ávidas de las imaginaciones. Durante siglos muchas jóvenes desnudas se introducían en el lago creyendo que sus cuerpos saldrían cubiertos con el atrayente metal.

El despertar de la ambición

La leyenda hizo que muchas expediciones partieran afanosamente en su búsqueda. Cada una de ellas se imaginaba descubriendo aquella ciudad dorada. Recorrieron incontables territorios tratando de lograr el objetivo, en la medida en que se iban adentrando el misterio de nuestros pueblos lo ataba. Cada pisaba fue confundiéndolos hasta someterlos al desequilibrio. Una de las más famosas la encabezaron Francisco de Orellana y Gonzalo Pizarro en 1531, que anduvo por vastos territorios andinos. Un desvío en las profundidades de un río hizo que descubrieran por error al Amazonas. Sin embargo, las traiciones de esas expediciones hicieron que sus colaboradores fueran reducidos al mínimo. En octubre de 1533 cuatro de sus más cercanos colaboradores fueron ejecutados por traición. Cada vez se sucedían eventos donde la vida costaba un cuchillo en la garganta. Seres irreprensibles, almas que como áspides se arrastraban hasta el chinchorro de su oponente, para eliminar a un futuro oponente a la hora de repartirse el botín. La brújula de la ambición los fue llevando hasta la mayor de las frustraciones…


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