Un guerrero remontó el vuelo hacia la eternidad. Desde niño supo sobreponerse a las dificultades, convirtiéndose en un adalid de la cultura en el municipio Crespo. Siendo muy joven ayudó a fundar el Grupo Cultural Duaca, un movimiento que recogió nuestras raíces desperdigadas en el desuso del olvido, para transformarlas en savia redentora. Esfuerzo de jóvenes que hicieron de sus sueños, un hito que marcara un rumbo en la vida de una entidad huérfana de apoyos. Los renuentes escarabajos de siempre, se colocaron en su contra. Aquellos que creían que detrás de los inquietos soñadores, solo existían bostezos en un desierto de medianías. Eran jóvenes con las inquietudes propias de quien anhela implantar su universo, desde las entrañas mismas del pueblo.

Duaca, el mayor de sus orgullos y desvelos. Ninguna iniciativa cultural lo supo ausente, siempre estuvo presto a brindarse por lograr que nuestro pueblo no se anegara en su esencia, nervio motor de grandes iniciativas que muchas veces, no contaron con la cooperación anhelada. Su tenacidad abrió caminos hasta lograr consolidar las ideas, su acendrado amor por las palabras se adhirieron a las bandadas de loros que surcan el azul cielo duaqueño. Argimiro Figueredo, se marchó hace algunos meses dejándonos un gran vacío. Su huella es la perennidad de una historia que escribieron los antepasados. Un hombre de convicciones firmes como una roca que no la sometieron las tempestades.  

Su enfermedad como canción de cuna… 

Un buen día la poliomielitis se asomó en su cuna, movió sus gélidas manos en la oscuridad de la habitación, para llegar hasta sus tiernas extremidades inferiores. La vieja desalmada logró atravesar su humanidad para sembrar su veneno, el pequeño niño no se amilanó ni por un instante, con gran valentía aceptó convivir con sus secuelas, aquella feroz arremetida del infortunio, no pudo con su espíritu de gallardo caballero de armadura y ristre, andando siempre sobre los lomos de un tiempo de caminos atragantados, sus hermanos lo convirtieron en el alma de los juegos infantiles, lo montaban en hombros para transformarlo en el toro bravío perseguidor, otras veces era el cantinero que servía los tragos en las imaginarias fiestas patronales del pueblo. Jamás estuvo ausente de las jocosidades, tampoco le negaban la posibilidad de ser miembro de la cofradía de las aventuras, aquel amplio solar supo de su risa profunda. Ya era un sabio entendiendo que sus dificultades físicas podían ser repelidas con inteligencia.

Desde el fuego del amor sus padres estimulaban al niño a crecerse por encima de las dificultades, fue su pequeño David en la lucha contra el Goliat que se erguía como fiero mecenas del infierno. Cada día enfrentaba sus desafíos con el tesón de saberse más fuerte, sin bien existían las dificultades en las piernas, el cerebro se fue haciendo un receptáculo para el conocimiento, hizo de la lectura un compañero infatigable, las palabras le brindaron su andar apresurado, llenó sus alforjas en la heroicidad de los libros, que llevan sus verdades en las olas de sus océanos quejumbrosos, no necesitó de absolutamente nada para volar hasta los confines del más profundo de los amores. Supo que el saber era el brebaje perfecto para alentar al espíritu, que nada ganábamos con quedarnos con la taza humeante de dolor, que ir más allá de los aromas: significaba encontrar el sendero de la gran realización personal.  

En el barro del Alfarero…

Una gran cantidad de iniciativas fueron promovidas por Argimiro Figueredo, su vida fue un constante azar de emprender nuevas actividades, cuando culminaba alguna tarea del sombrero del mago aparecía un nuevo proyecto. Fue así cómo desde 1975 el cultor fue partícipe del nacimiento del Grupo Cultural Duaca, embrión que trajo a la luz a su acreditada coral; dirigida para aquel entonces por el recordado profesor Jhonny Gómez.

Del ingenio del artesano existencial aparecieron en el firmamento creativo: el Grupo de Tamunangue, agrupación Golpera Los Juanchitos, El Grupo de Teatro Duaca, El Grupo de Música Latinoamericana Huaca y más tarde La Estudiantina Juan Linares. A través del Grupo Cultural se desempeñó como Cantante de la Coral, Artes Plásticas, Serigrafista, Relator Popular. Tuvo un frenético peregrinaje por la crónica popular. Le encantaba descubrir las historias de los personajes del común. Esos que no gozan del relumbrón de la fama, los olvidados de la tierra fueron la arcilla que fue moldeando el carácter monumental de su obra; hijos de una fecundidad existencial que logró muchos reconocimientos. Condecoraciones de varias clases, lo hicieron personaje distinguido. Jurado permanente en cualquier festival de nuestras cosas, las puertas de su hogar siempre abiertas para todo aquel que buscaba orientación para sus inquietudes. Hizo con sus manos arte al lograr tallados con taparas y camazos, que brindaron su rustica piel vegetal para el ingenio creador. De esa inquietud por alcanzar nuevos espacios surgieron obras para la perennidad.

Un día apareció la muerte…

Sesenta y tres años después, el infortunio vuelve a la vida de nuestro personaje. La muerte disfrazada de un severo ACV aparece en escena un 13 de julio de 2017. Ya no era la poliomielitis con sus inexorables consecuencias motoras, el fuetazo del destino penetraba el privilegiado cerebro del simpar adalid cultural crespense. La angustia de todos se manifestó en profusas oraciones, los amigos acompañaron a sus familiares en el doloroso trance. Un dieciséis de agosto, rodeado de todos los cariños coleccionados en su fecunda vida, murió entre voces que cantaron Luna de Margarita, la última melodía que solicitó para despedirse de un mundo en donde fue el quijote de los tiempos idos…


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