Apresuradamente podría decirse que actualmente HBO intenta darle visibilidad a dos tipos de series: las ambiciosas sagas de enorme espectacularidad Game of Thrones, y los dramas prestigiosos protagonizados por grandes nombres Big Little Lies. En ambos casos, y más allá de que la señal tiene una lista mucho más extensa de títulos en su haber (de hecho Vice Principals o Barry son buenos ejemplos de grandes ficciones que no tuvieron la recepción que merecían), HBO pone el acento en estos tipos de series como barcos emblema de su calidad todo terreno.

Siguiendo ese esquema, Sharp Objects se presenta como una heredera natural de aquel relato protagonizado por Nicole Kidman. Entre ambas no solo hay un mismo director (Jean Márc Valle), sino también una historia sobre heridas familiares y cómo los mundos íntimos parecen repercutir en el ámbito público.

La protagonista de Sharp Objects es Camille Preaker ( Amy Adams ), una periodista con problemas de alcoholismo que debe ir a su pueblo natal a cubrir la aparición de un posible asesino serial. Una vez allí, Camille se reencuentra con las miserias de su pasado: una madre fría y distante con la que no puede mantener una relación afectiva; una medio hermana a la que jamás conoció; un padrastro incapaz de contener la situación y el doloroso recuerdo de una hermana fallecida que quebró la juventud de la protagonista. Y mientras Adora (Patricia Clarkson) le dice a su hija que no escarbe en los asesinatos de su pueblo, Camille no tiene más remedio que hundirse en el barro del lugar no para dar con la identidad del asesino, sino para retratar de qué manera afecta a un lugar tan pequeño la aparición de un homicida. Aunque claro que lo más interesante no estará en el futuro, sino en el pasado.

El pasado y el presente constantemente se confunden en esta historia, y los flashbacksque muestran a Camille en su adolescencia (interpretada por Sophia Lillis), afectan y se cruzan una y otra vez con el presente, en un ejercicio estético evidente por destacar que la juventud dejó muchísimos cabos sueltos que la protagonista nunca llegó a resolver. Y si bien Camille tiene un mundo privado que se convierte en el timón del relato, el problema de la ficción surge cuando la balanza no se equilibra y deja en un segundo plano la trama policial que, es evidente, resulta mucho menos interesante que los conflictos familiares de la protagonista. Y ahí es donde Sharp Objects enfrenta su principal desafío: en mantener el balance entre los dos aspectos de su historia, algo que Big Litlle Lies sí logró con eficacia.

En Sharp Objects hay tres cuerpos que hablan y muestran el espíritu de la serie. Uno es el de la segunda víctima del asesino serial que es mostrado con una evidente sordidez para generar un impacto fácil e inmediato, cuando el horror funcional a la historia está en la expresión de la protagonista. El segundo cuerpo es el de Marian Preaker, que ubicado en el féretro y maquillado, es el que parece disparar esa necesidad de Camille por romper con las estructuras que moldearon toda su vida y contra las que se cansó de pelear (“yo también soy incorregible, aunque mamá no lo sepa” le aseguró unos instantes antes su medio hermana, casi confesándole que ella es una versión mejorada de Camille en términos de la lucha entre madre e hija). Y el tercer cuerpo, que cierra el episodio con la palabra “Desaparecer” escrita en la piel de la protagonista, es la declaración de principios más rotunda de la serie con respecto a, literalmente, cómo los cuerpos de los vivos terminan siendo son más reveladores que los de los muertos. Por ese motivo, el corazón de la historia estará no en los asesinatos, sino en las verdades ocultas de Camille y ese infierno que fue su juventud.


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