Parientes de Gilmer Enrique Altuve Espinoza, de 62 años de edad, denunciaron ayer que su muerte fue causada por un presunto envenenamiento, cuya sustancia le fue suministrada en las comidas.

En la sede de la medicatura forense, ubicada en Bello Monte, Abigail Altuve, hija mayor de la víctima, relató ayer que su padre presentaba complicaciones estomacales por lo que el pasado viernes, en horas de la mañana, fue remitido de emergencia al CDI de la avenida El Cuartel, en Catia. “Mi papá escupía sangre y espuma, se doblaba de dolor en el piso; se notaba que sufría”, dijo.

A las 12:00 del mediodía, especialistas del ambulatorio notificaron su muerte y en el reporte médico plasmaron que Altuve Espinoza había muerto de un paro respiratorio.

No conformes con el resultado, los hijos de Altuve Espinoza solicitaron en la morgue de Bello Monte que le practicaran estudios de rigor para determinar las causas de muerte. Pacientemente aguardaron hasta el final de la tarde cuando un patólogo se les acercó y les informó que a través de un estudio toxicológico se reveló que la víctima había sufrido de un envenenamiento progresivo, con una sustancia que le fue incorporada en los alimentos.

Los motivos. Gilmer Enrique Altuve Espinoza se desempeñaba como mecánico independiente. Era divorciado y padre de cuatro hijos. Su divorcio lo llevó a ocupar una vivienda en situación de riesgo, situada en la Escalera Oriental, un barrio que divide a los bloques 7 y 8 de Lomas de Propatria.

El sexagenario no vivía solo. Tenía tres inquilinos, entre ellos dos mujeres y un hombre. Una de las mujeres tenía un bebé recién nacido. “Mi papá les alquiló, sin contrato, hace más de un año; cancelaban solo 40 bolívares, un pago insignificante. Pero así era mi padre, noble y gentil con las personas necesitadas”, sostuvo Altuve.

El mes pasado –a petición de los hijos– Altuve Espinoza les pidió a sus inquilinos que desalojaran la casa, con la excusa de que le harían reparaciones para luego venderla, pero los inquilinos, cuya identidad no se conoció, se negaron a la solicitud, situación que luego generó conflictos entre estos y el propietario.

Vecinos escuchaban las peleas constantes que provenían de la casa número 14, propiedad de la víctima, y que luego reportaban a sus hijos. “Varias veces me llamaban porque mi papá era lanzado a la calle como un perro; sus horas de siesta las pasaba en la acera de la casa, mientras que los inquilinos negaban la situación. Papá fue desmejorando progresivamente, casi no comía y manifestaba que lo que ingería en la casa era una comida de mal aspecto y con mal sabor. Los primeros sospechosos en este hecho son los inquilinos”, dijo Abigail Altuve entre lágrimas.


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