El alcoholismo es una enfermedad crónica e incurable. Lo único que se le opone es la sobriedad. Llegar a estar sobrio durante 24 horas y renovar diariamente esa promesa no cambia el padecimiento, pero anima a tener una vida productiva, explica María, quien ofrece un nombre ficticio por su pertenencia a Alcohólicos Anónimos (A. A.) desde hace 26 años.

Por vez primera el tema del alcoholismo fue planteado en 1935 y hoy, 82 años después, cuenta con mucha literatura y una comunidad mundial de más de 2 millones de miembros. En Venezuela reúne a alrededor de 3.000 en 250 grupos.

María conoce la eficacia de la historia personal del alcohólico para ayudar a otro porque de un diálogo de un enfermo con otro (el corredor de bolsa de Nueva York,Bill Wilson, y el cirujano Bob Smith) fue que surgió la comunidad de A. A. “La enfermedad empieza con la obsesión. Yo me despertaba pensando dónde me iba a echar el trago ese día, si en La Candelaria o en Sabana Grande, era una locura. Y después de probar el primero, ya no podía parar. Mi hija, que era una niña entonces, me pedía que llegara temprano para ayudarle en las tareas y yo le juraba que iría, pero cuando bebía la primera copa, ya no sabía más de mí”.

Israel, su “ahijado” en A. A., refiere: “El borracho bebe porque nace un bebé o porque se muere un abuelo, porque llueve o porque hace sol y así traspasa esa línea invisible entre beber socialmente y alcoholizarse, como me pasó a mí, que llegó un momento en que bebía tanto que estuve a punto de rondar las aceras del Guaire. Mi hígado estaba a punto de colapso. Solo paré cuando me hice miembro de A. A. Mi reunión diaria en mi grupo y llevar el mensaje a otro alcohólico es la pastilla para mi enfermedad porque sí podemos dejar de beber siendo obedientes y aplicando nuestro programa de doce pasos”.

En el grupo local discurren los relatos sobre cómo viven la enfermedad y asumen el plan de las 24 horas: “Los alcohólicos no tenemos ningún otro día que no sea el de hoy. El de  ayer es solo experiencia; el futuro no cuenta. Así que hoy prometo no tomarme esa primera copa porque si no lo hago no bebo nunca más, pero si me la tomo, (dará pie a) la compulsión”, revela María. Israel, licenciado en Derecho, tiene 8 años sin beber con la convicción de que si lo hace no sabe si podrá parar y ese trago lo llevará a la muerte.

La dinámica de las reuniones grupales se celebra en todas las comunidades de A. A. sobre la base de una escucha empática con la historia de vida de cada alcohólico. “Lo que pasa es que cuando estamos sufriendo de manera individual no nos imaginamos que hay alguien viviendo la misma pesadilla, pero lo que me pasó a mí les ocurrió a todos y en comunicarlo consiste el trabajo terapéutico y restaurador. Es muy sencillo”, describe María, profesora magna cum laude de una universidad venezolana.  

En todo el mundo, el alcohol es el principal factor de riesgo de muerte y discapacidad entre personas de 15 a 49 años, edades en las que suelen ser más productivas. Además de ocasionar tumores, cirrosis hepática e intoxicación etílica, hay más de 60 afecciones provocadas por el alcohol. Estos datos de la Organización Panamericana de la Salud (2015) son inquietantes y en las reuniones de A. A. tienen correlato.


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