Entre la muchedumbre, carretilleros y bajo el sol, María Duque, de 67 años de edad, está sentada con su hija, sobrina y nietos en la acera reposando del agitado viaje que implica emigrar de Venezuela. “Estoy cansada y estresada”, dijo secamente, con gesto de agotamiento.

Durante el largo recorrido, María y sus familiares estuvieron acompañados por dos carretilleros que hicieron de la agotable caminata, por el Puente Internacional Simón Bolívar, un paseo único y de distracción hasta llegar a la frontera del lado de Colombia.

“Él (carretillero) nos agarró allá del lado de Venezuela, me agarró cariño y no nos ha dejado, nos está acompañando. Está conmigo ahí esperando para ver adónde vamos a agarrar”, dijo sonriendo y mirando al joven, que también sonreía junto a ella.

María es de nacionalidad colombiana y vivió 42 años en Venezuela. Su decisión tan radical de partir de nuevo a su país natal la impulsó la enfermedad de una de sus hijas, quien sufre de la tiroides y en Venezuela no tenía para tratar la enfermedad.

“Yo la tengo a ella enferma y no le he podido dar su tratamiento porque no he podido costear la ida al médico. Si la llevo al médico no le compro medicinas y si le compro la medicina no comemos. La llevo a Medellín para que le hagan los exámenes para saber qué es lo que ella tiene”, contó Duque a El Nacional Web, mientras se dedicaba a señalar a su hija, que mecía en sus brazos a su bebé de meses.

Para Duque su destino es incierto, no sabe cómo la recibirá Colombia luego de tantos años que pasó en Venezuela. No sabe si logrará conseguir trabajo, aunque sus hermanos la esperan en Medellín para al menos brindarles hospedaje.

“No sé qué haré porque con mi edad (…), pero así sea barriendo piso o calle, algo voy a hacer”, dijo con voz contundente y siempre mirando hacia al frente.

Confesó que cuando huyó del vecino país, hace más de 40 años, no fue por la misma situación por la que hoy huye de Venezuela, nación que le brindó estabilidad y un hogar.

“Emigré de Colombia porque sufrí de maltratos por el padre de mis hijos, no porque pasaba hambre”, contó la mujer colombiana de alma y corazón venezolano.

María habla de Venezuela como si hablara de un hijo. Por cada palabra que expresa sobre el país, que una vez la recibió con los brazos abiertos, esboza un sinfín de ternura y agradecimiento. Aún quedan parte de sus hijos en la nación y dejarlos, para poder buscar la solución a la enfermedad de su hija, es lo más difícil que ha debido hacer.

“Lo más fuerte de dejar Venezuela es dejar a mis hijos. Ellos quieren que su hermana se trate la enfermedad. Me dijeron que algún día los iba a poder ayudar para que ellos se vinieran también”, mencionó entre lágrimas.

“Todo esto es para que ellos entiendan que uno debe luchar en la vida, por la felicidad y la paz de nosotros mismos. Allá en Venezuela no tenemos paz ni tenemos vida”, agregó.

Aseguró que nunca pensó, ni imaginó, que debería salir de Venezuela por la crisis que actualmente enfrenta el país.

“Yo tengo todo allá, mi casa. Yo vivía bien, pero llegó el momento en que se acabó todo. Yo críe a todos mis hijos en Venezuela, no me puedo quejar, Venezuela me dio mucho. «Viví bien en Venezuela, ahora debo emigrar porque no tengo ni para comer”, lamentó.

“Venezuela era grande. Yo trabajaba en la semana y compraba comida, llevaba a pasear a mis hijos, les compraba ropa y guardaba porque el dinero me alcanzaba. Llegó el momento en el que trabajaba y trabajaba y el dinero no alcanzaba”, agregó.

María envió un mensaje a los venezolanos, específicamente a los jóvenes, que aún siguen en el país para que continúen luchando y sacar a Venezuela adelante. Instó a la sociedad a votar en las próximas elecciones, en las que se decidirá quién gobernará a la nación.

“Salgan a votar, demuestren que de verdad ellos pueden sacar al país adelante. Tampoco se dejen manipular el voto (…) Si Venezuela se acomoda yo vuelvo porque yo quiero mucho a ese país. Sé que no volverá a ser la Venezuela que conseguí cuando llegué, pero que haya tranquilidad, comida, paz. Que seamos más unidos, porque ahorita no hay valores”, expresó María con nostalgia y esperanza.

Tras los largos minutos de conversación, María se despidió con una luz de esperanza que le iluminó el rostro, no sin antes agradecer y abrazar a los jóvenes periodistas que la hicieron desahogarse y recordar a la nación que la vio crecer como cabeza de familia, Venezuela. El camino que le esperaba era aún más largo, pero continúo sentada en la acera de la frontera colombiana junto a su hija, sobrina y nietos. Todos sonreían a pesar del cansancio, pues mantienen la esperanza y la convicción de que su futuro será mejor y su lucha valdrá la pena.


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