Aunque nació en las alturas del páramo de Mérida, Julián Mora encontró su pasión, literalmente, a nivel del mar.

Desde pequeño rehuía de las montañas para visitar las playas de Margarita y de Choroní. Alejado del frío, sintiendo el calor de la isla, poco tiempo pasó para que el agua salada lo vinculara con el surf y se convirtiera en su pasión de vida.

Sus primeros pasos (y caídas) no fueron fáciles. No existían academias ni abundaban los maestros. Además cargaba con el estigma de ser un estudiante de bachillerato que se la pasaba “tirado con una tabla viendo mujeres”, como pensaban algunas personas mayores.

Pero el impulso pudo más que el miedo de ser revolcado por las olas, a las que estaba decidido a dominar.

“Al principio todo lo hacíamos por ensayo y error. Nos tocó aprender empíricamente”, recuerda Julián, quien poco después de graduarse del liceo se inscribió en la universidad para estudiar Biología Marina. “Si no eres profesional no eres nadie”, recuerda en tono irónico, citando recuerdos de su juventud.

Por su cabeza, sin embargo, nunca pasó la idea de dedicarse a la Biología. Todo lo contrario: siempre sintió la necesidad de pararse en su tabla, deslizarse por las olas y mantenerse en un ambiente donde predominara la madre naturaleza.

A pesar de que su vida transcurrió entre Mérida, Margarita y Caracas, en plena búsqueda de sus raíces, Julián decidió dejar de vacacionar en Choroní y convertirlo en su lugar de residencia. A partir de allí comenzó a ejercer la docencia, un trabajo que para él es más un estilo de vida: con arena explica conceptos teóricos para ponerlos en práctica en el agua.

En 2009, decidido a vivir del surf, inauguró su escuela, ubicada en Playa Grande, en pleno epicentro turístico de Choroní. “Esto no es un deporte de vagos. Hay toda una estructura profesional detrás de él”, sostiene.

Lo hace con propiedad: antes de ejercer la docencia, sacó su certificado de la International Surfing Association, máxima autoridad del surf en el mundo, como la FIFA con el fútbol o la FIBA en el baloncesto.

“Aplicamos un concepto de aulas en la playa. Hay disciplina, atención, técnica. Existe una conexión con el medio ambiente y el mar, que permiten a los alumnos desarrollar su potencial”, argumenta mientras compara su academia con escuelas y liceos convencionales.

Entre sus pupilos no solo se cuentan turistas curiosos o niños del pueblo buscando esparcimiento. Destaca la presencia de Daniel Piña, quien a sus 16 años de edad pudo incluso salir de Venezuela para participar en competiciones internacionales.

“Con orgullo se puede decir que ya superó al maestro”, aseguró el profesor, pese a que Piña no pudo derrochar su talento como hubiese deseado. Por la falta de recursos y apoyo del Estado, no fue hasta el último día cuando consiguieron cómo enviarlo.

Cuando arribó a Estados Unidos, de hecho, tuvieron que buscarle una tabla debido a los altos costos que suponía enviar la suya en avión. Aún así, sonríe orgulloso al contar la historia, seguro de que su hijo pródigo apenas está dando sus primeros pasos, y de que su camino lo llevará a la cima.

«Todo lo hemos hecho a pulmón»

Al pensar en el pasado, Julián recuerda nítidamente cómo la empresa privada incentivó el surf en las playas de Venezuela durante la década de los años noventa, y cómo los gobiernos posteriores llegaron a asignar divisas a surfistas para que pudieran competir en el exterior.

Pero la crisis económica que afectó al país con el paso del tiempo hizo lo propio con los deportes acuáticos, sin que el surfeo escapara de esa realidad.

“Decayó el apoyo. Todo lo hemos hecho a pulmón, bajo la premisa de poco comer, mucho para comprar equipos”, admitió.

A pesar de la crisis económica, el profesor insiste en que es posible dedicarse al surf para dominar las “olas de la recesión”.

“La playa es como un centro comercial: se pueden hacer relaciones públicas, trabajos relacionados con el medio ambiente, montar una academia e incluso incursionar en marketing y publicidad”, dijo.

Resaltó la utilidad de labores sociales y campañas de consciencia para preservar ecosistemas y playas.

Y sin borrar su sonrisa, mostró su felicidad por hacer siempre lo que más le gusta. “El surf es mi trabajo y la Biología mi lobby. El mar me lo ha dado todo y se lo debo todo”. 


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