En un mes y medio apenas ha salido de su casa. No se quita el tapabocas ni la faja que tiene en la cintura, y trata de moverse lo menos posible aunque le desespera el reposo absoluto. Su prioridad es cuidar su nuevo riñón «como a un bebé». Natacha Suárez, de 34 años de edad, fue trasplantada el 9 de marzo. La tranquilidad que necesita para recuperarse de la operación la pierde a menudo pensando en la falta de medicamentos que prevengan el rechazo del órgano y que le permitan controlar la diabetes que posiblemente le causó la falla en el riñón. «Afortunadamente mi tránsito entre el diagnóstico y el trasplante fue rápido. Estuve solo 20 días en hemodiálisis, pero hubo veces en las que perdí la sesión porque no había luz o agua». Ahora le asusta no encontrar las medicinas que debe tomar de por vida. Las reservas de insulina Lanctus que tenía ya se las aplicó, apenas le queda para el mes que transcurre. «Conseguimos NovoRapid en una farmacia y tuve que salir a comprarla con mi esposo y mi mamá a pesar de que tenía un mes de trasplantada porque solo vendían una por persona». Por su condición, Natacha sería la candidata ideal para usar una bomba de insulina que mide el nivel de glucemia en la sangre y aplica cantidades exactas de la insulina que requiere el cuerpo. Sin embargo, la empresa Meditronic no importa las bombas desde el año pasado por falta de liquidación de divisas. «Les dijeron que eran un artículo de lujo. Me pregunto si en el ministerio saben lo incómodo que es pincharse siete veces al día y tener morados en el cuerpo». LEA MÁS: #RostrosDeLaCrisis: «Pido que se haga la diligencia para prolongar mi vida» De sus medicamentos para no rechazar el órgano, Natacha solo recibió del Seguro Social la primera dosis. «La segunda dosis debieron dármela hace 20 días. Me preocupa mi salud. Me han pasado muchas cosas en un año, me da terror perder el órgano. Me lo dio mi hermana y solo la tengo a ella». De Prograf, un inmunosupresor, solo tiene inventario para cinco días. «No ha llegado al Seguro Social y tampoco lo hay en Badan. Esto que tengo me lo dio mi doctora, pero no tiene más. El resto se lo dio a otro paciente que tenía casi tres meses sin tomarlo». En el IVSS le informaron que el Myfortic, otro inmunosupresor, había llegado la semana pasada. «Mi esposo irá mañana a buscarla, esperemos que no pierda el viaje». Natacha dice que siente que vive contrarreloj. Los antihipertensivos que también debe consumir de por vida son complicados de conseguir en las farmacias. Del Cardevil le queda una caja, que difícilmente le alcanzará para un mes, pues toma cuatro pastillas diarias, y el Norvax dejó de tomarlo porque no tiene más. La última vez que recibió prednisona en el Seguro Social fue insuficiente. «Mi esposo encontró en una tienda veterinaria y compró de esa. Es de uso animal, pero mi médico me dijo que puedo tomarla, porque no hay otra alternativa». Aunque Natacha cuenta con recursos -ella y su marido son dueños de una tienda de estampado de franelas en el centro comercial Concresa- le es imposible comprar los medicamentos fuera del país. «Solo en Prograf gastaría 400 dólares mensuales». El humo que cubrió Caracas por semanas fue una prueba más reciente para Natacha. «Los estornudos me hacían doler mucho la herida. Trataba de no salir, ni siquiera del cuarto. Si tengo que ir a la calle lo hago con doble tapabocas». LEA MÁS: #RostrosDeLaCrisis: «Si me daba cáncer este año no conseguiría medicamentos» EL DATO Solo en los exámenes preoperatorios Natacha Suárez gastó 600.000 bolívares. El trasplante, que cubrió en su totalidad Seguros La Occidental, costó casi 10 millones de bolívares en la clínica La Floresta. «El lunes tengo que hacerme los exámenes de laboratorio de rutina de niveles de creatinina, depuración de proteínas y hematología que cuestan alrededor de 12.000 bolívares, y el martes son 7.000 bolívares más para la consulta a la que voy dos veces al mes», relata.


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