Pequeños puntos tricolor se visualizan a lo lejos. Son bolsos, marcas de una supuesta revolución que acompañan a los venezolanos que caminan a un costado de las vías, por donde avanzan en grupos de 5 a 10 personas para protegerse mutuamente. Son mujeres embarazadas, adultos mayores y niños que esperan atravesar el país en dos o tres semanas desde Cúcuta para ir hacia el sur del continente.

Uno de ellos es Cristian Camacho, quien era su propio rival. Después de meditar un rato, decidió pedir la baja como guardia de honor del gobierno de Nicolás Maduro hace unos meses. Vivía en Caracas, pero él y su familia eran del interior. Recuerda que su única comunicación con ellos era por vía telefónica, y que todos los días les preguntaba si tenían algo qué comer. La respuesta siempre era positiva, cuando la realidad aquejaba y golpeaba a sus seres queridos.

“Yo llamaba a mi mamá todos los días para preguntarle si tenían qué comer, ella me decía que me quedara tranquilo, que todo estaba bien, pero cuando preguntaba a los vecinos, ellos me decían que no era así. Ellos no tenían nada que comer”, fueron las palabras del ex funcionario, que decidió empacar sus pocas pertenencias en su bolso gubernamental para emprender un viaje caminando desde tierras colombianas hacia Ecuador.

Cuando pidió la entrevista, Camacho solicitó no ser grabado por miedo a represalias contra su familia que todavía se encuentra en el estado Portuguesa. Es joven, con dos hijos que alimentar. «Mi país se derrumbó a pedazos», dice. Añade que la primera noche después de que cruzó la frontera a veces lo vencían el cansancio y la rabia contenida.

El militar retirado aseguró que las familias pasan hambre mientras que los funcionarios disparan contra los venezolanos que protestan y alzan su voz. En su caso, prefirió pedir la baja antes de apuntar contra su pueblo. “Pedí la baja y huí de Venezuela porque no podía cumplir la orden de disparar contra el pueblo. No podría alzar mi fusil cuando hay personas que están sufriendo la crisis. No tienen qué comer y por eso se mantienen en las calles”, afirma Camacho.

A miles de kilómetros del país, agradece cada gesto de los colombianos en el camino. A un costado de la vía hacia Pamplona, en Cúcuta, se encuentra un muro con historias, agradecimientos y billetes de venezolanos que se aferran a la esperanza. Un techo de zinc da entrada al humilde refugio de Martha Alarcón, quien todos los días da cobijo a 60 migrantes, entre hombres y mujeres que huyen de Venezuela y entran a Colombia en busca de mejores oportunidades de vida.

“Ellos me escriben todos los días, me dicen que han conseguido trabajo. ‘En cualquier momento volvemos para saludarla’, le dicen y ella lo cuenta con orgullo. «He hablado con algunos que están en Argentina, Ecuador y Perú. Yo siempre les digo que cuando todo esto acabe y vuelvan a su tierra, que me inviten a conocer las playas”.

El muro, conocido anteriormente como «Muro de los Lamentos», contiene historias variopintas, agradecimientos, deseos, piezas de distintos conos monetarios que ahora no compran nada y carnets de la patria. Cada uno de los caminantes que llega a Cúcuta deja un mensaje, una historia que es vista por todos aquellos que visitan el refugio, ubicado en La Garita, al Norte de Santander, entre ellos quedará guardado el mensaje de Cristian Camacho, quien decidió cambiar su uniforme para velar por la vida de su familia.


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