Caminan entre aplausos y bendiciones: “Sí se puede, sí se puede”, “valientes, valientes”, gritan los ciudadanos mientras les abren paso. Son muchachos entre 20 y 25 años de edad. Tienen nombres y apellidos, pero los reconocen como “la resistencia”. Se les ve en la primera línea de las manifestaciones, flacos y sin camisa, con la franela convertida en capucha y guantes para recoger las lacrimógenas y devolverlas. Tienen el arrojo del que pareciera no tener nada más que perder.

“La verdad es que solo somos venezolanos que nos duele nuestro país y que queremos un cambio. Marchamos como cualquier otra persona, hasta que comienza la represión”. Están integrados en varios grupos. Algunos se conocen desde las protestas de 2014, que fueron menos masivas, más llenas de barricadas y trancas sin objetivos claros. Otros son amigos desde antes y hay quienes se han unido recientemente a este movimiento. Los que han ganado músculo en las manifestaciones de estos cuatro años de conflictividad en aumento, a lo largo del gobierno de Nicolás Maduro, establecen diferencias. Dicen que antes existía algún tipo de negociación con la policía. “Ahora no nos dejan acercarnos. Apenas nos ven, disparan”.

Su rol, aseguran, es proteger a los manifestantes para que se mantengan en la calle y evitar que la policía avance y gane terreno. También sacan y asisten a los que resultan heridos. Como grupo intentan mantenerse juntos y en alerta cuando cruzan la línea de fuego. Estudian diferentes vías de escape, la dirección del viento para saber hacia dónde van a lanzar las bombas cuando las recojan y vigilan para evitar emboscadas. También llevan un kit de protesta –máscara, agua, guantes, lentes, Maalox y en algunos casos, cascos. Se enfrentan a los guardias antimotines, escudados en lo que la calle les ofrece, alguna defensa de la vía, una señal de tránsito, un bloque de acera. “Cuando escuchamos las primeras detonaciones, nos ponemos nuestros equipos. Mientras que las personas se devuelven asustadas, nosotros seguimos adelante”.

La comunicación es a través de señas: “Cuando alzamos la mano significa ‘estamos aquí’. Si no vemos la seña, recurrimos al teléfono. Pero siempre establecemos un punto de encuentro”. Además de lesiones por perdigones o bombas, algunos llegan a sus casas con tos, diarrea y dolor de cabeza por la inhalación del gas. También reciben atenciones de parte de los manifestantes. Desde agua hasta platos de comida y las abuelas, que muchas se han visto en la primera línea con los jóvenes, son las más expresivas: los encomiendan a Dios y les cuelgan rosarios. “Valoramos que estén ahí tantas horas bajo el sol, tan vulnerables a la represión. Ellas también son valientes”. En la marcha del 20 de abril, unas señoras llevaron una olla de arroz y le dieron de comer a todos los que estaban adelante y otra les repartió chupetas.

Los amigos, familiares y sus parejas también permanecen atentos, aunque reconocen que la mayoría de sus familiares no están conscientes de que ellos son el grupo de la resistencia. Cada día aparecen nuevos personajes que sorprenden con sus acciones en medio de la línea de fuego al estar cara a cara con las fuerzas de seguridad del Estado o al llevar un mensaje durante la marcha. La resistencia en la calle empieza a tomar forma.

“Son hechos que están cargados de un profundo contenido simbólico. Este elemento es radicalmente importante cuando de enfrentar a una autocracia se trata. Los símbolos sintetizan, conectan, expresan ideas y sentimientos; no requieren explicaciones, de ahí su enorme poder motivador”, explica el doctor en Ciencias Políticas y especialista en conflicto, Miguel Ángel Martínez. Estas escenas, agrega, “ayudan a mantener viva la llama de lucha y esperanza al expresar valores, coraje, dignidad”.

Abril termina con una intensa jornada de protestas masivas –alcanza más de 12 grandes convocatorias– que comenzaron tras la publicación de las sentencias 155 y 156 del Tribunal Supremo de Justicia que otorga al presidente Nicolás Maduro poderes especiales y despojan al Parlamento de sus funciones, lo que la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, calificó como una “ruptura del orden democrático”.

El reclamo electoral, la activación del canal humanitario, la liberación de presos políticos, la destitución de los magistrados del TSJ y los llamados de atención al Poder Moral son parte de las exigencias de los ciudadanos en manifestaciones que han sido reprimidas por aire y tierra. Y aunque la resistencia civil no violenta se encuentra a prueba de balas y bombas lacrimógenas, la voluntad de miles de venezolanos se ha plantado en el cometido de lograr el cambio político en el país con acciones que –en comparación con años anteriores– muestran un rostro más fortalecido y buscan presionar al Poder Ejecutivo dada la carga política dentro de las demandas sociales.

Frente a un gobierno autocrático está una multitud que insiste en mantenerse en la calle pese a la represión y el uso exacerbado de la fuerza por parte de organismos de seguridad del Estado y grupos armados que son alentados, o por lo menos amparados, por el Ejecutivo. Los ciudadanos han logrado avanzar y atravesar Caracas. Esta presión aumenta en el interior del país y se extiende a zonas populares de la capital.

“Las manifestaciones de estas tres semanas lo que demuestran es que no son únicamente por la escasez de medicamentos y alimentos o por la inseguridad. Es también por la libertad y la democracia. La presencia de ambos elementos es lo que da una connotación distinta del pasado. No hay un divorcio entre la protesta social y política. Es casi unánime el sentimiento por votar”, explica el sociólogo y profesor universitario, Daniel Fermín.

A diferencia de 2014, cuando las jornadas de protestas estuvieron vinculadas a la emergencia económica, el liderazgo opositor no estaba unificado ni en la primera línea de las marchas tragando gas con los ciudadanos, todos los poderes estaban ganados por grupos afines al gobierno, todavía el chavismo era mayoría e internacionalmente la atención no estaba del todo sobre Venezuela. Pero en 2017 la situación ha cambiado.

Martínez señala que en este momento existe una mayor conducción de la movilización popular: “A la cabeza están diversos líderes y representantes, especialmente los más jóvenes. Se percibe un ‘repertorio’ más variado con iniciativas que denotan ingenio e innovación. Estos elementos han permitido que el liderazgo vuelva a conectarse con el sentimiento popular, que a estas alturas es de franco y mayoritario rechazo al actual régimen político. Se ha mejorado en la organización para resistir la represión y en la voluntad de construir una narrativa que dé sentido a la protesta”. Son precisamente las cabezas del movimiento estudiantil de 2007 –varios de ellos a la vuelta de 10 años ocupan curules en la Asamblea– los que han movido este abril de protestas.

Martínez agrega que existe un amplio reconocimiento, según las posiciones adoptadas por organismos internacionales, de que el gobierno venezolano es autocrático: “Las democracias del mundo ya no consideran al régimen de Maduro como uno más entre ellas”.

Al comparar con 2014, el fundador de Redes Ayuda, Melanio Escobar, asegura que “se observa una sociedad civil mucho más madura en sus protestas, que acata líneas de sus dirigentes políticos. Esto sucede porque ahora se ve a unos líderes explicándoles a los ciudadanos qué tienen que hacer, por qué y cuál es el resultado, lo que tampoco se veía antes. Están en la calle haciendo asambleas en sus parroquias, informando a la gente”.

El apoyo de los políticos y la apariencia de una Mesa de la Unidad Democrática verdaderamente “unida” son algunos de los factores por lo que manifestantes expresan que se sienten motivados y partícipes de una protesta distinta a cualquier otra en los últimos 18 años.

Resistencia activa

El liderazgo opositor no ha dejado de llamar a resistir de forma contundente pero pacífica. “Este carácter no violento, que ha hecho que la participación crezca y la represión se le devuelva al gobierno, está generando una severa crisis e indignación dentro de sus filas, de gente que no está dispuesta a acompañar esto. Porque los ciudadanos no están cediendo en su anhelo de reclamar sus derechos y aspiraciones”, explica Fermín. Y agrega que la resistencia activa tiene que ver con acciones de cooperación, organización masiva, desafíos que generalmente son respondidos con represión y que las democracias resultantes de estos procesos “suelen ser mucho más estables y duraderas”.

Aunque la resistencia no es del todo infalible, como señala Martínez, se trata de “un movimiento imperativo moral y político que debe ser asumido por toda sociedad sometida a regímenes de fuerza, y que desarrollada con la constancia necesaria termina por conectarse con otras dinámicas nacionales e internacionales que propician los cambios de régimen político”.

Las estadísticas demuestran que surten efecto. De acuerdo con Fermín estudios indican que los movimientos que se han tornado violentos han fracasado en 61% de los casos. Eso frente a 17% de fracaso de los movimientos no violentos.

La resistencia también expone la naturaleza dictatorial de cualquier régimen. “En vez de convertirlo en una pugna contra un Estado que intenta ‘poner orden’, demuestra un pueblo en resistencia que pide cuestiones legítimas y un gobierno que reprime sin motivo. Esto lleva a que se quebrante la moral de toda la estructura del Estado, desde los militares hasta los colectivos, que se cansen de reprimir porque son reconocidos como criminales y se terminen volcando contra el gobierno. Esta es la filosofía detrás de cualquier protesta pacífica”, dice Javier El Hage, director jurídico de Human Rights Foundation.

Para Martínez este ciclo de protestas ha dejado claro que el chavismo ya no goza como antes del apoyo de las zonas populares: “Esa es otra de las razones por las que al régimen le inquietan tanto estas movilizaciones. Esa indignación creciente se percibe y es natural que preocupe mucho al establishment político”, concluye.

Otros contextos

Los movimientos políticos contestatarios que se desarrollaron en países sometidos por los regímenes soviéticos, como los liderados por Lech Walesa en Polonia, Václav Havel en República Checa, y diversos nacionalistas de Ucrania, el Báltico, el Cáucaso y Asia Central, son un ejemplo de resistencia no violenta. “No cabe duda de que contribuyeron a minar progresivamente la estabilidad de regímenes que, además, eran una superpotencia mundial, así como de varios de sus herederos”, señala Martínez. Cita las iniciativas de Mahatma Gandhi en la India y la del movimiento de defensa de los derechos civiles y políticos que lideró Martin Luther King en Estados Unidos: “El efecto de la protesta organizada y constante fue la progresiva pérdida de confianza en quienes mantenían las políticas represivas, una ciudadanía movilizada y organizada, clamando pacíficamente el cumplimiento de lo que es justo”.


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