Son las 5:30 am y el cielo de la Sierra de Perijá, aún oscuro, se muestra despejado sobre la Casa Hogar Fray Romualdo de Renedo, en el Tokuko. Los murmullos de las chicharras empiezan a inundar los corredores y solo se escucha el tintineo de un manojo de llaves y los pasos de Calixto Gutiérrez recorriendo los pasillos.

El olor a café que sale de la cocina y se extiende por el patio central le da la bienvenida a un nuevo día en la comunidad del Tokuko. Calixto sonríe y con una taza humeante en la mano empieza su caminata por la casa y sus alrededores. Comienza a aclarar el día y el cielo, de un azul muy sutil, contrasta con el verde que invade la cadena montañosa que se levanta imponente sobre toda la parte septentrional de la Cordillera de Los Andes.

Calixto Gutiérrez, de 45 años de edad, es profesor en la Unidad Educativa Sagrada Familia, la institución adjunta a la casa hogar del Tokuko en la que también ocupa el cargo de asesor pedagógico. Nació en Coro, estado Falcón, pero cuando habla de la Sierra de Perijá y de los indígenas que la habitan, un brillo súbito le invade la mirada.

Su historia en el Tokuko inició luego de que se pusiera en contacto a través de Facebook con su amigo Nelson Sandoval, fray y director de la casa hogar y quien le propuso formar parte del personal que tendría como meta educar y expandir los horizontes de todos los niños que lo necesitaran.

Cuando se refiere a la educación de los niños, Calixto dice que la mejor manera de enseñarlos es a través del ejemplo, pues “la palabra conmueve, pero el testimonio arrastra”. Entre dichos, frases célebres y largas conversaciones sobre literatura y música, Gutiérrez avanza hacia el patio trasero de la casa y frente a Piyitaku, una de las montañas de la Sierra, cita a Séneca mientras recita la historia de la Orden de los Hermanos Capuchinos Menores y su establecimiento en el Zulia, enalteciendo su lucha por los derechos de las comunidades indígenas.

Estudió Lengua, Literatura y Latín y repudia la distinción entre altas y bajas culturas indígenas, refiriéndose a las diferencias entre los Aztecas y los Caribes. “La Sierra de Perijá es una macromaravilla”, asegura mientras sonríe.

Calixto cuenta que la gente de la misión del Tokuko ha tenido que resistirlo todo, pues siguen teniendo la pobreza como marcador; sin embargo, no todo son malas noticias, pues ya hay miembros de las etnias Yukpa y Barí que están asistiendo a la universidad gracias a la labor educativa y humanista que desarrollan en la casa hogar.

Cuando a Gutiérrez se le pregunta sobre la situación económica y social que atraviesa el país y sobre la posibilidad de emigrar hacia otras fronteras, responde con seguridad que no sabe cómo enfrentar la nostalgia por Venezuela, y tampoco quiere saberlo. “Por eso me yo me quedo aquí”, expresa. Cuando habla de su país lo hace con amor y devoción, recuerda entre anécdotas cuando vivió en Caracas y bailó en la plaza Bolívar. “Me volví anecdótico por mi abuela”, explica, pues toda su niñez la compartió a su lado.

A lo largo de todas sus anécdotas, deja entrever sin disimulo cuánto amor siente por su ciudad natal y por el Zulia, el que considera su segundo hogar. Hace algún tiempo participó en un concurso de escritura de cartas dedicadas a la capital de Falcón y su creación quedó en segundo lugar. “Para mí, la mía fue la mejor, Coro es mi novia loca, mi ciudad”, dice entre risas.

Cuando Calixto viaja a Falcón, se entrega por completo al reencuentro con su origen. Sin embargo, y a pesar de todos los inconvenientes que supone viajar hasta el estado Zulia, siempre regresa a la Sierra. 

La tarde comienza a caer y el cielo anaranjado hace resaltar la fachada azul de la Casa Hogar Fray Romualdo de Renedo. Calixto se sienta bajo un árbol que se encuentra en la acera de enfrente y se fuma un cigarrillo. El sonido de las motos al pasar es el único ruido que se escucha.

Se asoma la primera estrella de lo que será una noche sin lluvia y Calixto Gutiérrez explica por qué siempre regresa a la Sierra. “Uno vuelve porque ama, y yo amo este lugar”, asegura. La calle queda a oscuras, la luna brilla imponente en el cielo estrellado y los insectos empiezan a salir de donde estuvieron ocultándose del calor durante el día. Calixto se levanta y se prepara para la hora de la cena de los niños con la convicción de que se encuentra en el lugar más precioso del mundo.


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