En abril del año 2018, durante la VIII Cumbre de las Américas, el periodista venezolano Luis Carlos Díaz estuvo en Lima. Durante su viaje visitó el diario El Comercio y ofreció una entrevista que no pudo ser publicada en ese momento.

Ahora, después de haber sido detenido y liberado por agentes del régimen de Nicolás Maduro, decidimos publicar por primera vez fragmentos de aquella conversación, en la que hablábamos sobre la represión contra la prensa en su país y sus experiencias frente al chavismo. 

Lo primero que hay que tener claro sobre Luis Carlos Díaz es que tiene tres grandes pasiones: las nuevas tecnologías, la política y el periodismo. Nació en la misma universidad en la que luego estudió Comunicación Social, la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, antes de que siquiera se pensará que el rico país petrolero podría hundirse en una crisis como la que hoy enfrenta.

Actualmente, trabaja en Unión Radio Noticias, además de informar a través de sus redes sociales en las que acumula más de 400.000 seguidores entre Twitter e Instagram.

«La universidad tiene un hospital dentro, ahí mi mamá me tuvo a mí y a mi hermana. En los ochenta se podía, era un hospital de altísima calidad», contó. 

¿Y cómo está ahora? 

​—Derrumbado. Es un cascarón. Está operativo, pero no hay recursos, el presupuesto no alcanza ni para comprar el desinfectante del piso. Es un castigo muy grande del gobierno a las universidades. Es un reflejo de cómo el chavismo intentó tomar las universidades y no pudo controlar a los rectores, por lo que las dejó sin presupuesto.

Durante sus primeros años como periodista trabajó con los sacerdotes jesuitas de Venezuela, específicamente en el Centro Gumilla, una institución dedicada a la investigación y acción social.

«Es muy simpático porque es un centro históricamente de izquierda; en los setenta hablaba de organización comunitaria, de economía cooperativista. Cuando llegó el chavismo al poder se apropió del discurso del centro pero lo vació de contenido. Las cooperativas que llevaban 40 años existiendo se murieron con el chavismo. Era muy extraño, nosotros trabajábamos con esas comunidades, de pronto llegaba el gobierno y les decía: ‘Acá hay 2 millones de bolívares’. Se volvían locos y dejaban de ser campesinos, se metían a vendedores de perros calientes, taxistas, lo que fuera», narró. 

¿Por qué trabajabas ahí? 

—Yo siempre me he preocupado por las nuevas tecnologías y la política, he vivido dentro del conflicto venezolano. En ese centro podía hacer periodismo sin ser tan público; en un medio de comunicación en los años 2003, 2004 o 2008 te quemabas muy rápido, te polarizabas, eras percibido como un enemigo muy rápidamente. Trabajar en una ONG me permitió fortalecerme y entonces sí di el paso público, estoy en la radio y se me percibe como periodista de un medio opositor.

—Qué orgullo en esta época.

—Exacto, el chavismo es una dictadura. Antes era necesario que el periodista fuese más centrado, reconociendo que hay dos partes. Ahora el gobierno impone su discurso y tú lo que haces es casi contrapropaganda.

¿Cómo ha venido afectando a la libertad de expresión el avance del chavismo?

—Cuando entré a estudiar periodismo, Hugo Chávez ya estaba en el poder. Yo no conozco el pasado. Entiendo que en los noventa hubo un proceso en el que los partidos políticos se deslegitimaron mucho, la gente empezó a creer en la antipolítica, que hacía falta un outsider, un militar en este caso, y los medios de comunicación jugaron mucho de ese papel. Atacaron a los partidos y fortalecieron la figura de Chávez. Él no llega al poder como parte de un movimiento popular, él llega apadrinado por los medios más poderosos del país: Venevisión y el diario El Nacional. Tuvo un apoyo abierto. Cuando se dieron cuenta de que no podían domesticar al animal, empezó el ataque de las élites políticas, económicas y medios de comunicación contra Chávez. En 2002 todo llegó a un punto muy rudo con el golpe de Estado contra Chávez. De ese golpe salió un hombre mucho más fortalecido y aparecieron los juicios contra los medios de comunicación porque su rol fue muy político. Ahí yo estaba estudiando periodismo. Entonces, me enseñaron a ver a los medios desde un entorno conflictivo. Tenía profesores chavistas y opositores que no se hablaban entre ellos, había discusiones en los pasillos. En el 2004 o 2005, cuando empezaba con mis propios trabajos, comencé una línea llamada «Periodismo de paz». Por eso mi cuenta en Instagram se llama así. Fue un blog que mantuve por seis, siete u ocho años.

¿Qué pasó en esos años?

​—El gobierno avanzó en el control de los medios de comunicación. Si en el 2002 había cuatro televisoras opositoras, ahora una, RCTV, está cerrada; otra, Globovisión, fue comprada por el gobierno y cambió su línea editorial; las dos más importantes, Televen y Venevisión, eliminaron espacios de opinión y políticos. Entonces, la gente perdió la televisión. Si hoy en día pasa algo en Venezuela tú sabes que en la televisión no lo están pasando, no te lo van a decir. Cuando hubo un terremoto, un canal informó sobre el sismo y fue sancionado. Ahora nadie dice que hubo un temblor hasta que el gobierno lo informe primero. Así de norcoreano. Yo digo que vivimos en una Norcorea tropical. En paralelo, el gobierno pasó de tener un solo canal oficial a poseer 10 o 12. Hay uno de la Fuerza Armada, otros de comunidades del chavismo, uno infantil que transmite comiquitas de TeleCuba, está Telesur. Es un aparato gubernamental horroroso. En radio han cerrado muchas emisoras, los principales circuitos del país fueron cerrados.

¿Cómo justifica eso el chavismo?

—​Simplemente no renuevan las concesiones cuando se vencen. A través de artificios legales van eliminando a los medios. Yo trabajaba en el programa de jóvenes más importante del país, llamado Calma pueblo. Eran tres humoristas, yo tenía la sección más seria. A ese programa lo sacaron del aire el año pasado (2017). En radio hubo un gran cierre y aumentaron las emisoras comunitarias o progobierno, no tienen rating pero sí dinero. Si vas en tu carro, mueves el dial y todas son del Estado. De pronto te encuentras alguna independiente. El gobierno no tiene capacidad de controlar todo, pero te llena de ruido.

Un defensor de derechos humanos venezolano me explicó que la gente está tan preocupada por conseguir alimentos que ya no tiene tiempo ni para discernir entre la información que es cierta y la que no.

—Claro, ese sigue siendo nuestro rol. Mientras más avanza la crisis, más periodistas te hacen falta. El comunicador todavía está encargado de discernir. Yo incluso intento explicar por qué pasan las cosas, no solo decir que el dólar subió sino por qué subió. Hay hambre informativa.

¿Cómo has logrado sobrevivir en la radio?

—Yo estoy en el circuito Unión Radio, que tiene cinco emisoras: una informativa, otras de entretenimiento, otras deportivas. Lo que hubo fue una suerte de juego de equilibrio de concesiones en el que la principal emisora informativa, 90.3, que no somos nosotros, tiene al menos tres espacios con periodistas muy chavistas, incluso ex ministros. Entonces, hay una especie de concesión: te doy un espacio, pero me mantengo al aire. Y de hecho, la radio gana porque al final del día tienes ministros que a mí nunca me declararían pero sí lo hacen con el periodista chavista. Nosotros, con César Miguel Rondón, estamos en Éxito FM, que se ha mantenido más opositora. A nosotros nos eliminaron el editorial, el espacio más importante. César Miguel agarraba las noticias y daba su opinión, sin guiones. Eso fue eliminado, nos vetaron personas, nos vetaron temas.

Hay que indicar que para el momento en que e sta entrevista sale publicada, el programa de César Miguel Rondón fue censurado y sacado del aire.

¿El régimen te ha perseguido?

​—Sí, en el 2011 y 2012 tuve amenazas de muerte, me decían que sabían quién era y dónde trabajaba.

¿Por qué? 

—Mi otra área de trabajo es capacitar a la gente en herramientas digitales. Cuando hubo ataques contra defensores de derechos humanos y ONG, yo hice capacitaciones en seguridad digital para desmontar los métodos de esa gente. Escribí artículos al respecto y los llamé paramilitares digitales, porque le hacían el trabajo sucio al gobierno sin ser del gobierno. Ahí comenzaron los ataques. El abogado Osvaldo Cali, que falleció hace poco, me defendió e insistió en que mi caso llegara a Fiscalía. El caso se elevó a la CIDH. Pero una estrategia que me dijeron en el 2011, cuando era muy joven, tenía como 26 años de edad, fue que una forma de protegerme era hacerme más visible. Por eso, de ahí en adelante, escribí más, estuve en radio, empecé a hacer entrevistas en televisión y me fortalecí. Si no hubiera sido por eso, hoy no estaría en el programa más oído del país [se refiere al espacio de Rondón]. Desde que estoy ahí no he recibido ataques, más bien he recibido más ataques de opositores radicales –porque en la crisis la oposición no es una, sino varias— sobre por qué sigo al aire. Empezaron a tener sospechas sobre mí, me preguntan por qué no los llamo dictadura siempre, que seguro estoy de acuerdo.

—En resumen, nunca dejas contento a ningún lado.

​—Sí [risas]. El gobierno no ha atacado tanto porque quizás así puede decir que aún hay libertad de expresión. Es un poco incómodo. Pero igual no hemos dejado de cuidarnos. Que haya temas que no podemos tocar o que César Miguel no pueda decir la editorial nos dificulta el trabajo.

—¿Es cierto que en Venezuela deben salir del trabajo a las 4:00 pm, cuando aún hay luz solar, para llegar tranquilo a casa?

La inseguridad es tan natural que con tantos problemas la hemos dejado de lado. Caracas es la ciudad más peligrosa del mundo. Yo he estado en San Pedro Zula, San Salvador, Ciudad Juárez y en todas hay un foco: una guerra contra el narcotráfico o contra maras. En Caracas no, es caos. Si chocas el carro se baja el otro y te dispara. Te van a quitar el celular y te disparan. Es una violencia en la que no puedes decir si una zona es segura o no. De un tiempo para acá han aumentado los secuestros y es una industria donde participan la policía y la Guardia Nacional Bolivariana. Incluso fue reconocido por el ministro del Interior y Justicia, ahora vicepresidente, Tareck el Aissami, quien dijo: “25% de los delitos están vinculados a funcionarios”. Han conseguido gente secuestrada en comisarías. Así de extraño. El chavismo le dio mucha impunidad a los delincuentes.


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