En un lateral de la sala, enfrente de un mueble y dos sillas plásticas, está la nevera, las hornillas y el fregadero. No hay problema de espacio, pues la hora de cocinar es un recuerdo en la casa de Mercedes y Rafael, ubicada en el barrio Unión de Petare.

Solo se permiten una comida diaria, para rendir los pocos alimentos que tienen. A veces desayunan y no almuerzan; en otras oportunidades simplemente toman un vaso de agua y se van a dormir.

El sustento de la casa proviene de la venta de café. Solían comercializar dos o tres termos diarios, lo que era suficiente para proveer las tres comidas diarias a sus cuatro hijos. Ahora, ya no genera ingresos como antes, pues vender medio termo es un logro.

“Mis hijos siempre tuvieron de todo. Ahora mira cómo estamos”, comenta Rafael, de 31 años de edad, mientras señala las ollas vacías. “Lo que ganamos es para medio comer”, agregó.

Para ellos, no solo es difícil vender café. Muchas veces lo compran “fiado” o piden prestado a familiares para poder adquirirlo. Al final del día, si no venden el café no tienen dinero para comprar alimentos y si no comen, no tienen la energía suficiente para cumplir con su rutina, lo que impide su realización personal y la de sus pequeños.

Varias veces los han llamado desde el colegio porque su hija mayor, de 12 años de edad, se desmaya cuando no desayuna; sin embargo, no quieren que sus cuatro hijos dejen los estudios, a pesar de que se les complica mantenerlos allí.

Rafael y su familia son solo el reflejo del fracaso de las políticas asistenciales del Estado, pues el hambre se triplicó en Venezuela entre 2017 y 2018, siendo el país latinoamericano con mayor aumento en malnutrición y hambre en la región, de acuerdo con el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

“Estamos por el piso. Prácticamente, como animales: rebuscando para poder comer”, expresó Rafael con la frustración que caracteriza su rutina diaria como padre de familia. Recuerda cuando tenía la edad de sus hijos, pues a él no le faltaba el plato de comida. Lo compara constantemente con el arroz, la yuca y el plátano, alimentos recurrentes sobre la mesa de su casa.

El tema de conversación de Rafael y su esposa, Mercedes, siempre es el mismo: qué comerán al día siguiente y si lograrán su objetivo. La frustración se convierte en tristeza por las venideras fiestas navideñas, porque la incapacidad de satisfacer los deseos de sus hijos, a veces, se apodera de ellos.

“Bueno ¿y qué vamos a hacer?», preguntó Mercedes. “Vamos a ver qué vendemos mañana. Lo único que necesitamos para eso es que Dios nos de vida y salud”, le respondió Rafael, mientras tomaba un vaso con agua y se acomodaba para dormir.


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