Siempre hay alguien que no quiere cargar peso. Al que le fastidia caminar con maletas. El que no puede por motivos médicos. El emigrante. El que regresa. Ahí es cuando entra en acción Jessica que, con apenas 22 años y 55 kilos, cruza varias veces al día la frontera entre Colombia y Venezuela por el Puente Internacional Simón Bolívar cargando hasta el doble su peso corporal.

Oriunda de Rubio, estado Táchira, la muchacha madruga todos los días para llegar antes de las 5:00 am a La Parada (Colombia) y así empezar con la rutina. “Aquí salimos por turno. Aquí llegamos temprano y salimos, tiene prioridad el que llega primero. Después se vuelve a hacer la ronda y se hacen tres o cuatro viajes”, indicó.

Pero no todo es tan fácil como parece. En ese sector de Cúcuta solamente hay tres líneas “oficiales”, dice Jessica, quien narra que el resto son “carretilleros piratas” que no poseen organización al momento de captar a los clientes.

“Papito mire, esto es saber trabajar y que usted sepa cómo ganarse al cliente. Esto aquí también es suerte y lo que el cliente diga: ‘Yo quiero que me lleve usted. Yo quiero que me lleve la muchacha’. Nosotros cargamos a los que vienen de allá adentro (Colombia) para Venezuela”, expresó la carretillera con un acento típico de los tachirenses.

En La Parada hay más de 100 carretilleros que buscan clientes a diario desde que abre la frontera y comienza el tráfico masivo de ciudadanos entre ambos países. El costo mínimo de los traslados es de 10.000 pesos colombianos. “Cuando la vaina está muy arrecha se le baja un poquito a 6.000 u 8.000 pesos. Cuando es es un día bueno subimos a 30.000, 35.000 o 40.000 pesos. Eso también depende de los clientes y de la pinta que uno vea”.

Viajeros van y vienen, mientras Jessica es una simple espectadora que facilita la transición de los que regresan a Venezuela, algunos de ellos tras haber intentado vivir en otro país sin haber suerte en el intento. También están los que ella se encuentra cada vez que pasa por el puente fronterizo, esos que apenas están comenzando la travesía de emigrar.

“Aquí en el puente hay full llorones y todo llegan: ‘Hay, que nos vamos del país’. Mire, la vaina está arrecha, pero hay que andar con su mente positiva. Por ejemplo, yo estoy trabajando para hacerme un pasaje y poder irme. Uno viene aquí a trabajar, a quemarse, uno viene a todo. Mientras que otra gente solo se queja. Yo soy mujer, yo vengo aquí a trabajar y a joderme; lejos de mi familia también”, dijo la carretillera, asegurando que trabaja en Colombia porque se quiere ir a vivir a otro país que no sea Venezuela.

Hace tres años Jessica consiguió este empleo gracias a un conocido que la recomendó.

“Nos vinimos a la frontera porque no había más nada, si no, no comiamos”. Desde entonces vive de la rutina entre los dos países junto a varios de sus compatriotas venezolanos. “No es soplar y hacer botellas. Aquí es arrecho”.

El esfuerzo diario de los carretilleros se refleja en la piel quemada por el sol de cada uno de ellos. Pero la sonrisa en sus rostros, necesarias para ganar clientes, se ve en toda la gente que trabaja en La Parada, que contrastan con la tristezas de los que se van y los que regresan.

 


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