Frank Meléndez aguarda junto a 50 personas su turno para conectarse a una máquina que purificará su sangre, un proceso que repite 3 veces por semana desde hace 18 años y que se ha vuelto cada vez más complicado en medio de la crisis sanitaria que atraviesa Venezuela.

Vive en Barquisimeto y tiene solo 45 años de edad, pero luce mucho mayor y no puede andar sin ayuda, por lo que se desplaza sobre una silla de ruedas desde hace casi un lustro, cuando por la severa escasez de fármacos vio interrumpida su terapia renal y debilitado su sistema óseo.

Depende de ayuda incluso para labores cotidianas como asearse o comer; ha dejado de trabajar, ir al cine o a parques o visitar a sus amigos.

Las máquinas de hemodiálisis cumplen la función de los riñones y purifican la sangre de los pacientes, pero también privan a los enfermos de elementos necesarios para una vida plena, como el calcio o el hierro.

«No somos ningún estorbo para Maduro ni nada de eso, así me declaro yo: útil para el país, yo todavía puedo producir algo», dijo Meléndez a Efe en una destartalada clínica de Barquisimeto, capital de Lara.

En los últimos tres años, su vida se transformó en una agonía por la cada vez mayor debilidad de su cuerpo en medio de las hostiles ciudades venezolanas, sin rampas ni ascensores para quienes van en sillas de ruedas.

Por el recrudecimiento de la crisis ha visto cómo 24 de los enfermos que se trataban junto a él han perdido la vida desde noviembre, cuando se quedaron sin fármacos y tuvieron que espaciar sus jornadas de diálisis.

«De 129 pacientes, en menos de 6 meses se nos han muerto 24. Esa es una mortalidad y aquí tiene que haber culpables», añade contundente.

Juana Jiménez, una de las enfermeras de la clínica, explica a Efe que los pacientes han dejado de consumir suplementos de ácido fólico, hierro y calcio.

«Por eso, a medida que ha pasado el tiempo los pacientes se han ido deteriorando a nivel de sus huesos, en lo que va de mes han fallecido ya tres pacientes una semana», indica.

Jiménez relata que en sus cinco años de experiencia lo más duro que ha enfrentado es ver a los pacientes esperar angustiados por días para seguir su tratamiento durante los apagones que paralizaron a Venezuela en marzo pasado.

Con todo, el centro asistencial, uno de los principales para los pacientes renales en el estado de Lara, no cuenta aún con una planta de generación eléctrica.

El coordinador de la ONG Amigos Trasplantados de Venezuela en el estado de Carabobo -cercano a Lara-, Alfredo Cáceres, detalla a Efe que los pacientes renales que experimentan más de dos años en terapias sustitutivas se deterioran de manera irremediable.

Aseguró que en el país hay al menos 11.000 pacientes renales esperando por trasplantes, y que el programa gubernamental de procura de órganos se quedó sin fondos hace 5 años.

Además, alerta que por causa de la aguda escasez de fármacos contra la hipertensión o diabetes el número de enfermos renales en Venezuela podría incrementarse en el corto plazo.

«El proceso de deterioro en este momento en Venezuela de un paciente renal es de muy corta data y, si no tiene la posibilidad de poderse trasplantar, lamentablemente va a fallecer. Tenemos casos de pacientes que tienen 20 años dializándose y no han podido trasplantarse, eso, en mi opinión, no es vida, es una muerte lenta», señala.

Esa misma lucha por reactivar el programa de trasplantes las llevan adelante padres en el estado de Carabobo, donde al menos 11 niños enfermos renales de entre 6 y 14 años de edad sufren un duro proceso de purificación de sangre conocido como diálisis peritoneal.

«Es un tratamiento bastante rígido y difícilmente podremos conseguir algunos medicamentos», comenta a Efe María Campero, madre de un niño de 13 años de edad que tiene casi una década en tratamiento. «Me urge un trasplante de riñón para mi hijo, ya son 9 años en esta terapia sustituta», agrega.

Sin embargo, sabe que en medio de la crisis política y económica del país los enfermos renales están en la cola de la lista de prioridades, y que debe hacer más ruido para obtener resultados.

Por ello acudió al ombudsman regional y a la institución que protege a los niños del país, pero la respuesta fue la misma: silencio. 


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