El grito de los niños retumba en la Misión del Tukuko luego de una noche silenciosa en la Sierra de Perijá (Zulia). Es el anuncio de que amaneció en la montañosa localidad, donde conviven los indígenas de la etnia Yukpa y Barí.

Se trata del Tukuko, una comunidad indígena que creció a orillas del río que lleva el mismo nombre. Allí los miembros de estas etnias indígenas tratan de enfrentar las dificultades que tiene el país.

A pesar de las creencias de sus culturas, los indígenas acuden a la misa católica para elevar una plegaria ante las dificultades que padecen y pedir a Dios por sus familias.

“El indígena tiene que interactuar y relacionarse con el mundo criollo y tiene que saber castellano para que no lo engañen. Eso se aprende con educación. Ese ha sido el logro más grande de la Misión del Tukuko”, dijo Nelson Sandoval, misionero católico, a El Nacional Web.

En medio del tradicional calor de 33 grados centígrados y de las montañas que caracterizan a la Sierra, se encuentra la estructura de la Misión del Tukuko, la cual no es común dentro de la cultura indígena. Allí el fray Nelson oficializa la eucaristía, cuya principal petición fue por las personas con paludismo.


Recientemente los casos de la enfermedad han aumentado debido a la falta de atención por parte de las autoridades en tomar medidas sanitarias que eviten su propagación


Al caminar por cualquier lugar de la comunidad y preguntar por el fray Nelson, no falta quien diga: “Claro que lo conozco, es una persona muy buena”. Nelson Sandoval es un fraile capuchino encargado de la misión, con la que ayuda a las etnias e impulsa un pequeño internado en el que son atendidos al menos 130 niños. También se encarga de continuar el proyecto de evangelización y educación que iniciaron los primeros frailes del lugar.

Misión del Tukuko/ Foto: Viajaelmundo.com

“Muchos lo ven como que si estuviese castigado aquí, pero no. Yo me siento a gusto y me siento querido, me siento afortunado de vivir rodeado de unas montañas maravillosas”, explicó el fray Nelson.

De repente sorprende el silencio en las instalaciones de la misión. Al andar por sus pasillos y observar algunas ventanas se encuentra a los niños yukpas y barís, que estudian distintas materias. Al salir de clases saludan, muchos con sus pies descalzos y con timidez. Entre ellos existe una complicidad de travesura, pero al mismo tiempo se observa en sus ojos las ganas de que la gente conozca sobre su cultura, necesidades, sueños e ilusiones.

Al hablar acerca de los logros, objetivos y propósitos de la Misión del Tukuko, al fray Nelson le brillan los ojos. Asegura que se siente cómodo en ese lugar y que ha construido una familia.

“Me preguntan que hasta cuándo voy a estar aquí. Yo creo que debo estar hasta que mis superiores decidan que debo estar aquí. Yo me siento a gusto en este lugar hermoso, donde vive gente que me quiere y que yo quiero”, dijo. 

Sandoval narró los inicios de los frailes capuchinos en la misión y cómo lograron establecer una relación con las comunidades indígenas, que al principio se negaban a establecer comunicación con ellos.

“La llegada de los capuchinos no se hizo al azar. Se hicieron exploraciones previas buscando un lugar para evangelizar a los Yukpa y también como puesto de avanzada para estrechar relaciones con los Barí”, recordó. 

La mayor dificultad de los frailes fue establecer conexiones con los barís, debido a que eran un poco más agresivos con los criollos, por ello los miembros de la Iglesia Católica iniciaron una campaña bautizada como «Pacificación Motilona». 

“Los frailes desde un primer momento sobrevolaban la zona barí y lanzaban lo que ellos llamaban bombas de paz. Eran paquetes con las cosas que necesitaban los barís”, explicó.

Los sacerdotes se guiaban por las cosas que la etnia robaba a los criollos para saber qué era lo que necesitaban. Entonces les lanzaban las bombas de paz para luego generar una conexión con ellos. 

“Les colocaban instrumentos de trabajo, alimentos y sal (que era muy importante para conservar la comida). Algo muy astuto que hicieron los misioneros fue meter dentro de esos paquetes fotos de ellos para que los fueran reconociendo y hábitos capuchinos para que se fueran familiarizando”, indicó.

Mientras el misionero detalla la historia de sus hermanos frailes, el atardecer va cayendo. Los niños saben que llega la hora de cenar para descansar y comienzan a entrar a sus habitaciones, ubicadas a los lados de la misión. Mientras van entrando inicia la organización de la cena.

Los infantes internados en la Misión del Tukuko saben a qué hora tienen que dormir y a qué hora deben despertar. Los viernes hay espacio para ver películas, bailar o jugar y los sábados van al río a lavar su ropa o salen a visitar a sus familias.

Niño Yukpa jugando trompo en la Sierra de Perijá / Foto: Iván Montoya – El Nacional Web

Al conversar con ellos hablan de lo agradecidos que están por vivir en la misión porque pasan menos dificultades que en sus hogares. Sin embargo, a algunos se les corta la voz al referirse a su familia porque la extrañan y esperan el viernes para verla. Otros esperan ese día para divertirse más que en el resto de la semana. 

El día finaliza con el susurro de un «Padre nuestro…», que suena al unísono para dar gracias por la jornada y por los alimentos. 

Cae la noche y lo único que se escucha es el sonido de las montañas y de la risa de los niños, que juegan casi de manera silenciosa en sus habitaciones para que no les llamen la atención. 

Niño finalizando su jornada de juego en la Misión del Tukuko/ Foto: Iván Montoya- El Nacional Web


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