Un letrero desgastado con la imagen de Hugo Chávez, al lado de un puesto con un par de guardias nacionales en actitud perezosa, como de quien tiene poco trabajo, dan la bienvenida al parque nacional Henri Pittier.

La belleza de sus verdes y el sonido de sus animales transmiten una tranquilidad que en nada hace contraste con el poco tránsito de vehículos en la carretera.

Para tratarse de un viernes al inicio de la mañana, pocos son los carros que pasan por el lugar. Además llama la atención que casi no haya turistas, pues la mayoría de los transeúntes son gente de la zona.

«La vía está transitable. Salvo el caso específico de Romerito, ni Choroní ni sus playas fueron afectadas», explicó César Pereira, experto en manejo de desastres y habitante del sector.

Sus palabras, en un principio, podrían dejar atónito a más de un turista que días atrás hubiera chequeado imágenes publicadas en redes sociales o algunos medios de comunicación, en los que se especulaba con que una vaguada había causado una tragedia en el pueblo, al tiempo que se rumoraban cifras de fallecidos y desaparecidos.

Pereira, eso sí, advierte que se debe tener precaución ante derrumbes e incluso recomienda detenerse en caso de que comience a llover. Y es que no hace falta circular demasiado para encontrar rastros de piedras y troncos cerca del camino.

Al llegar a Curucuruma, tan solo unos kilómetros más adelante, el marrón de la tierra y el gris de rocas gigantes sustituyen al verdor de los árboles que hasta hace unas tres semanas cubrían la montaña.

«Esto no es nada comparado con lo que verán más adelante», indica Ydays Sosa, dueña de una posada en Choroní.

Y habla en serio: piedras que compiten en tamaño con los autobuses, troncos arrancados de raíz y un paisaje desolador dan la bienvenida a Romerito, poblado afectado por las lluvias que allí cayeron el 21 de agosto y dieron origen a la catástrofe que se hizo tendencia en el mundo 2.0.

FOTO: LUIS PICO

Cuando rememora los hechos, el rostro de Kellymar Pirela se entristece. Desde entonces quedó damnificada, luego de que el agua inundara el porche y la sala de su casa, por lo que organismos gubernamentales tuvieron que declarar su vivienda y las de otras cinco familias en condición de «alto riesgo».

«Mi hijo de cinco años de edad y mi esposo tuvieron que salir corriendo por la parte de atrás de la casa», recordó Pirela.

Aunque no estuvo presente en el momento de los acontecimientos —se encontraba trabajando en una posada— sus seres queridos mantienen el recuerdo vivo. «Mi hijo llora cuando llueve y es desesperante que pasen los días y vivamos con el trauma de que el río vuelva a crecer», confesó.

Con el paso de las semanas, más allá de las promesas de reubicarla en las inmediaciones de Choroní, asegura que no ha recibido ningún tipo de ayuda por parte de las autoridades.

Algo similar ocurre con Ana Rodríguez, quien pasa los días a apenas metros del lugar de los acontecimientos, sentada en un puesto de empanadas del cual es encargada. 

«Quedé en estado de shock. No he podido dormir bien. No hemos recibido ayuda del gobierno y los trabajos han sido muy lentos», contó Rodríguez, quien denunció que funcionarios de la Alcaldía de Giraldot y la Gobernación de Aragua únicamente aparecieron para tomarse fotografías, pero no para inspeccionar viviendas ni atender a las víctimas.

Ni siquiera les donaron agua potable ni comida. Al contrario, solo les vendieron una bolsa con pasta, arroz, aceite y salsa de tomate, por la que tuvieron que pagar 14.000 bolívares, pese a que se trataba de una emergencia en la que murieron cuatro personas y un niño de cinco años desapareció.

En el momento del deslave, un carro quedó en medio de una pasarela por la que ahora corren las aguas del río Romerito. La familia que viajaba en el vehículo no pudo salvarse, pues fue arrastrada junto al adolescente, que tras semanas de búsqueda se desconoce su paradero, por lo que oficialmente no se le incluye en la lista de víctimas mortales.

Los lugareños, eso sí, acotaron que se trataba de turistas que fueron alcanzados por una ola de gran magnitud, y que por estar en el lugar y momento equivocados, se toparon de manera inevitable con la muerte.

Además de ese grupo, otro ciudadano quedó atrapado entre dos carros que intentaron huir del torrente, causándole lesiones que también le costaron la vida.

La tragedia de Romerito no mató la magia de Choroní

A pesar de las víctimas de Romerito y los derrumbes en la carretera, Choroní, más allá de pasar algunos días incomunicado por el estado de la vía, no sufrió pérdidas ni daños por las lluvias.

La incertidumbre de llegar a un lugar en el que supuestamente hubo una catástrofe desaparece nada más al llegar: las posadas se mantienen abiertas, los restaurantes y abastos venden comida y las licorerías calman las ansias de alcohol de los lugareños, que anhelan el regreso de los turistas para que regrese la normalidad al sitio.

Cuando se les habla de tragedia, todos rechazan las tendencias de las redes sociales, a las que culpan de haber servido como herramienta para desinformar.

Nada más comenzar el día, el sol no ha terminado de elevarse en el cielo y ya sus pescadores abordan sus lanchas para buscar, como hacen de lunes a domingo, el pescado que les permita abastecer las cavas de los proveedores, llenar los estómagos de sus vecinos, y cómo no, sus propios bolsillos.

Al igual que ellos, los tolderos de Playa Grande colocan sus sillas y puestos a disposición de visitantes, e incluso Julián Mora, profesor de surf, invita a todos a sumergirse en el mar sin ningún tipo de temor.

Todos colocan cara de extrañados —incluso de rabia— cuando se les menciona la «tragedia». «Lo mejor que pueden hacer es llenar las playas, comer pescado y quedarse en las posadas», recomienda Marcos Caputo, biólogo que cuida los nidos de tortugas que recientemente desovaron en la arena.

Ángel Manamá, encargado de toldos en esa misma playa, reconoció que la ausencia de turistas mermó sus ingresos, pero aclaró que no es, ni mucho menos, descabellado viajar a Choroní. «Acá tenemos los brazos abiertos para atenderlos».

En ese sentido, resaltó en que a diferencia de otras regiones, la inseguridad no hace los estragos que sí provoca en Maracay o Caracas. Walkiria Aragort, dueña de una posada, relató que incluso se han visto casos de personas que han devuelto celulares a quienes, por distracción, los han olvidado en mostradores, mientras que se puede salir a pasear por las noches sin temor.

«Nadie va a arrebatarte el teléfono», aseveró.

Un paraíso que no escapa de la crisis

Si bien en Choroní no hubo damnificados —como sí ocurrió con seis familias en Romerito— ambos pueblos no escapan de la crisis humanitaria que afecta a Venezuela.

Alimentos como el pollo y la carne dejaron de estar sobre la mesa de los lugareños, mientras que otros rubros tienen precios elevados: un cartón de huevos llega a 40.000 bolívares, mientras que un kilo de azúcar pasa los Bs 30.000 y la harina de maíz promedia los Bs 15.000.

De no ser por el pescado, que los pescadores deben vender a camiones por precios que consideran injustos, las personas reconocen que estarían «muriendo de hambre», pues tampoco las bolsas del CLAP llegan regularmente.

«Si dependiéramos de las bolsas ya estaríamos muertos», fustigó Ana Rodríguez, habitante de Romerito, mientras que a Carmen Cobo, vendedora de conservas en Puerto Colombia, le parece imposible costearse sus alimentos dependiendo de su pensión, por lo que no para de ofrecer sus productos para «medio comer». Su cabello canoso y sus marcadas arrugas no impiden que se esfuerce en trabajar, en cuidar a su madre de 97 años y atender a sus bisnietos.

Atender problemas de salud también es caro y complicado: el ambulatorio de la plaza de Choroní no cuenta con planta eléctrica, por lo que no pueden atender emergencias en horas de la noche. Asimismo, como ocurre en el resto del país, faltan medicamentos en sus estanterías, según denunciaron pobladores.

«A mi hijo le salieron alergias en la piel luego de las lluvias y solo nos dieron récipes», se quejó un habitante afectado en Romerito.

Edelvira Blanco de Vargas, enlace entre la comunidad y los médicos del recinto, admitió que la situación es crítica, por lo que urgió al gobierno a tomar cartas en el asunto.

«No hay insumos ni remedios y necesitamos antibióticos», pidió Blanco de Vargas, poco después de que no le permitieran a periodistas de El Nacional Web y miembros de la ONG Unos Venezolanos donar insumos y alimentos en medio de la penumbra debido a la falta de energía eléctrica.

Aragort, miembro de la Asociación de Posadas de Choroní, reveló que han llegado a pasar hasta una semana sin luz, por lo que a la gente se le pudre su comida y se le dañan sus electrodomésticos. «Pasar una semana entera con electricidad se convirtió en algo sorprendente».

De pie ante las adversidades

Comerciantes, pescadores, trabajadores de playas y de establecimientos de comida mantienen sus esperanzas para que el pueblo salga adelante pese al olvido del gobierno.

Todos coincidieron en que el regreso de los turistas es pilar fundamental para mermar su crisis.

«Si todos nos unimos, la comunidad volverá a levantarse», aseguró Rodríguez, mientras que Sebastián Liendo, dueño de varios establecimientos en Puerto Colombia, remató: «Aquí tenemos todo: un paisaje que es una belleza, unos visitantes muy buenos, unos habitantes muy atentos y estamos llenos de esperanza».

FOTO: ISAAC GONZÁLEZ


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