El plan, mentalmente, era sencillo: como todos los días, subir a pie desde el metro de Petare hasta el barrio Unión, y antes de ir a su casa, pasar por el abasto cercano y comprar harina con el dinero que había pedido prestado para alimentar a sus morochos. Esa noche comerían arepa.

Subiendo una recta, ocurrió un cambio de planes imprevisto: Una moto se detuvo y le arrancó el bolso, en el que guardaba la posibilidad de la cena de ese día.

“Me dejaron sin nada ¿Sabes lo fuerte que es cuando los niños se me acercan y me dicen ‘mamá tete’ o ‘mamá comida’  y no tener nada que darles?”, dijo Yasmira Quintana. 

Ese día Yasmira no comió, pero afirma que siempre hará lo que sea por sus hijos. “Siempre toca dejar de comer para alimentarlos porque no puedo sentarme a verlos pasando necesidad”.

Es madre soltera de morochos de un año y medio. Cuenta que fue un embarazo complicado, porque dio luz a los 39 años de edad. El padre de los niños se fue a Colombia y hasta ahora no sabe nada de él.

Cada vez se le hace más difícil. Los alimentos proporcionados por el Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP) no llegan regularmente a la zona, por lo que prefiere no contar con el beneficio social. “Generalmente, comemos arroz. A veces con sardina, pero a los niños no les gusta mucho”.

Señaló que la leche es lo más difícil de encontrar. “Solía darles crema de arroz sin leche. Ahora ni eso se encuentra”.

A pesar de que también tienen precariedades, recibe apoyo constante de sus familiares más cercanos: su mamá a veces le da algunos alimentos y su cuñada le cuida a los niños durante la tarde mientras trabaja.

Yasmira levantó a uno de sus hijos, le dio un beso en la mejilla, mientras le agradecía a Dios porque al menos tiene trabajo.

“Mi sueño es ver bien a mis niños, que se conviertan en hombres de bien y que no les falte nada. Ellos son lo primero, por eso me despierto todos los días. Seguiré luchando, porque eso es lo que queda”, narró con los ojos llenos de esperanza.


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