Daniel Eduardo tiene apenas 4 años de edad y aunque hace cientos de preguntas al día, aún no entiende por qué su papá debió separarse 2.682 kilómetros de él. El pequeño, de ojos marrones y cara traviesa, se quedó con su mamá en Caracas y sólo habla con el padre por videollamadas. No es igual y él lo sabe, por eso un día atiende feliz y al otro no quiere ni verlo. Es su forma de expresar que está molesto.

“El niño es una montaña rusa de emociones”, explica su papá, Daniel Hernández, quien tomó la decisión de emigrar a raíz de una oferta de trabajo en Jacksonville, Florida, Estados Unidos. Los padres intentan que el pequeño siga con su rutina, pero las reacciones de tristeza y desobediencia se hacen evidentes en el colegio y afectan su rendimiento escolar.

Como éste, casos de fragmentación del núcleo familiar se hacen cada más frecuentes en la medida en la que crece la emigración de venezolanos, fenómeno que ya se perfila como el nuevo flujo migratorio del continente, de acuerdo con lo que afirmó esta semana Marcelo Pisani, director de la Organización Internacional para las Migraciones para Norteamérica, Centroamérica y el Caribe, quien dijo que al movimiento del llamado Triángulo Norte de Centroamérica, que forman quienes salen de El Salvador, Honduras y Guatemala, hay que sumar ahora a los venezolanos que se dirigen a Costa Rica, México, gran parte del Caribe y el cono sur de América.

 FOTO CORTESÍA UNIÓN VENEZOLANA EN PERÚ
 

Ya no son raros los casos de niños que se quedan en el país bajo el resguardo de familiares o conocidos. En muchos casos, quienes toman esa decisión, lo hacen convencidos de que los hijos serán “rescatados” en el momento en que se logre la estabilidad en el exterior, pero no a todos se les hace posible cumplir con esta promesa a corto plazo, sobre todo por obstáculos económicos. Esa fue la razón que adujo la ONG Unión Venezolana en Perú para crear el programa Una luz de esperanza, que se ocupa de trasladar a niños venezolanos separados de sus padres que ya se encuentran en ese país.

Oscar Pérez Torres, asilado político en Perú desde 2009, preside el proyecto que busca la reunificación familiar con el apoyo de
organizaciones de la sociedad civil de Perú, la ONG Save The Children, medios de comunicación y personalidades como el conocido conductor de televisión peruano Andrés Hurtado.

Esta semana trasladaron a los primeros 6 niños y para diciembre están organizando el viaje de otros 250. Esperan que la cifra crezca aún más para 2018. “No es un proyecto contra nadie, no tiene intención política. Tampoco hemos tenido ningún contacto con el gobierno venezolano para ello, más allá de la formalidad del trámite de los permisos, pues estos son viajes autorizados por los padres”, dice Pérez. Agrega que el gobierno de Perú únicamente ha intervenido para facilitar la inserción de estos niños en la sociedad, una vez que están en el territorio. Señala que 48% de los niños que atienden tiene a ambos padres en ese país. En la mayoría de los casos los adultos tomaron la decisión de emigrar sin sus hijos porque no podían costearles el viaje.

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“Cuando resuelven irse del país y venden sus propiedades, al hacer la conversión a dólares se encuentran con que no es nada, se llevan la sorpresa de que solo pueden adquirir un boleto o dos. Acuerdan irse de todas formas para ir haciendo una suerte de avanzada familiar para enviar remesas y ahorrar para comprar los pasajes”, relata. La organización ha recibido más de 1.000 solicitudes de venezolanos en Perú que quieren reunirse con su familia. “Hay que ver lo responsables que son los padres cuando toman la decisión de salir y dejar el capital más importante que tienen, sus hijos; es desgarrador ver a madres orientando las tareas escolares a través de videollamadas o sufriendo cuando la salud de sus hijos se ve comprometida y no tienen
como ayudar”, explica.

Ante escenas tan conmovedoras como las que narra, Pérez hace un llamado a los padres que siguen en Venezuela pensando en emigrar. “Hagan un esfuerzo para tratar de salir con sus hijos, sé que es difícil pero vale la pena tratar de alcanzar este objetivo. Veo cómo sufren, cómo lloran, cómo sienten que en muchas ocasiones no tiene sentido seguir luchando porque les falta lo más importante”, opina Pérez, quien además señala que 32% de los niños que han atendido presentan problemas de salud.

La organización ya se encuentra en contacto con fundaciones de venezolanos en otros países, para replicar este programa en República Dominicana, Colombia, Ecuador, Chile y Argentina.

Afectos fracturados. El diputado ecuatoriano Juan Fernando Flores, quien reside en Venezuela y estudia el desplazamiento de venezolanos hacia Colombia, Perú y Ecuador, se muestra preocupado por el desmembramiento familiar que ha traído el creciente éxodo venezolano. El asambleísta, quien participó recientemente en el Foro Emergencia Humanitaria organizado por Amnistía Internacional Venezuela, calcula que habrá una población de 3 millones y medio de venezolanos en el exterior para agosto de 2018. Igualmente, ha identificado tres nuevas tendencias migratorias: padres o madres que deciden irse y dejan a los niños con otros familiares; padres que envían al niño al exterior con algún otro familiar que ya se encuentra establecido y niños solitarios, en algunos casos sin identificación, que salen por la frontera con Brasil.

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“Sabemos que eso está ocurriendo por Santa Elena de Uairén: adultos y niños sin identidad que salen por allí y quedan en un limbo legal y migratorio, pero como existe una política de Estado de no visibilizar la crisis migratoria, no hay números y no se está levantando información, sobre todo de lo que está ocurriendo en las fronteras”, señala.

Pérez confirma el fenómeno de estos niños venezolanos que emigran sin compañía. “Nos ha llamado la atención ver como menores de edad de 14, 15 y 16 años llegan a nuestras oficinas pidiendo orientación y cuando les preguntamos sobre sus familiares, nos dicen que ellos están solos, pues han salido en búsqueda de oportunidades. Esto está siendo muy
recurrente. Semanalmente, llegan tres o cuatro casos de menores que han salido por las fronteras”.

Flores pide prestar máxima atención a estos desplazamientos que pueden llegar a extremos, como ha ocurrido en el caso centroamericano, donde la masiva migración infantil se ha incrementado desde 2014 de forma alarmante.

Solos en casa. Del total de niños que son atendidos por la organización Centros Comunitarios de Aprendizaje en sus servicios de apoyo psicológico, 20% son pequeños que han tenido que quedarse en Venezuela mientras sus familiares han emigrado: 15% han quedado a cargo de parientes mientras sus padres se estabilizan en el exterior, y otro 5% corresponde a niños que se han visto afectados por la emigración de hermanos, primos o tíos. Óscar Misle, director de Cecodap, explica que estos niños viven un duelo, ante el cual reaccionan de acuerdo con su edad y sensibilidad. Negación, rabia y tristeza son algunos de los sentimientos que experimentan los pequeños que quedan atrás cuando los padres deciden emigrar solos.

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“Las expectativas que se les crean son un problema. Muchas veces se les ofrece un tiempo para la reunificación familiar que no es realista y si el niño siente que no le cumplieron se complica la situación”, señala Misle. Recalca que es importante que se le dé la información completa. “Que sepa que no se olvidaron de él, que le vayan contando lo que ocurre, los esfuerzos que se están haciendo para lograr el reencuentro porque, de lo contrario, los fantasmas de la imaginación pueden ser crueles”, dice.

La comunicación también es clave para las personas que deciden asumir la responsabilidad del cuidado. “Hay que tener mucho tacto para que el niño sienta que la familia que lo acogió está pendiente de él, que se sienta vinculado con ella”, recomienda. También debe mantener su rutina de ir al colegio, salir a jugar y pasear con sus amigos. En medio de la rabia que puede generar el duelo por separación, los pequeños tienden a actuar con agresividad, “una forma de expresar su dolor”, apunta. En este caso, quienes tienen la responsabilidad de cuidarlos “deben buscar asesoría para entender que el niño simplemente está triste y lo hace ver a través de su comportamiento. Es importante validar sus sentimientos, hacerle saber que sus padres son conscientes de su rabia y hacerle entender que piensan en él todos los días y hacen un esfuerzo para que se reúnan”.

Separación necesaria. La otra cara de la moneda son los adultos mayores que han tenido que decirle adiós a sus hijos, una situación que se hizo común desde que comenzaron las primeras oleadas de venezolanos que decidieron emigrar. “Prefiero despedirlos en el aeropuerto, que despedirlos en el cementerio, es una frase común entre toda una generación de abuelos”, dice Tomás Páez, miembro del Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela y autor de la investigación La voz de la diáspora venezolana. Apunta que de acuerdo con sus estudios, los padres y abuelos que se mantienen en Venezuela “se quedan tranquilos con sus hijos afuera”, aunque aquellos tengan que vivir con la preocupación de que sus progenitores permanezcan en el país, asediados por la falta de alimentos y medicinas.

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El investigador insiste en que hasta ahora el perfil de la emigración se basaba en hijos que eran empujados por sus padres a irse. “Son muchos los padres inmigrantes (italianos, gallegos, canarios) que prefieren que los jóvenes partan. Ya ellos asumieron a Venezuela como su país, en el que echaron raíces, pero no quieren que sus descendientes tengan que vivir en esta crisis”.

Indica que 50% de los más de 4.000 venezolanos que ha entrevistado en 25 ciudades del mundo, es gente relativamente joven. “Hombres y mujeres que se han ido con su familia o fundan una afuera”, agrega. Expone que a pesar de lo difícil de la situación, el país saldrá ganando con esta emigración que ha “adquirido nuevas habilidades, nuevas competencias, nuevas redes personales, institucionales y empresariales, que se traducen en un aprendizaje social enorme”. Páez también destaca que a medida de que la emigración venezolana crezca, la diáspora se irá haciendo más representativa de la realidad social del país. “Cuando hay 2 millones de venezolanos en el mundo, tiene que haber de todo”, puntualiza al reiterar que el incremento del éxodo dependerá de cuanto dure el gobierno en ejercicio y la velocidad en la que se produzcan cambios políticos y económicos.

La desesperación impide terminar carreras universitarias

El éxodo venezolano estuvo protagonizado por profesionales, pero en la actualidad jóvenes sin preparación académica deciden aventurarse a emigrar sin contar con calificaciones

Las aulas en las universidades se quedan cada vez más vacías. Sus alumnos prefirieron renunciar al título y a las oportunidades que este pueda representar para tomar nuevos rumbos y escapar de la crisis que vive el país.

La deserción universitaria se sitúa aproximadamente en 60%, lo que se traduce en diez notificaciones diarias de retiro, de acuerdo con la información que aporta Amalio Belmonte, secretario de la Universidad Central de Venezuela.

Algo similar ocurre en la Universidad Simón Bolívar, donde la matrícula ha disminuido de los 7.629 alumnos que cursaban carreras largas en 2012 a 5.670 estudiantes en 2016. Asimismo sucede en la Universidad de los Andes, donde 35.000 estudiantes abandonaron las aulas entre 2012 y 2016.

La renuncia masiva a la oportunidad de convertirse en profesionales, aunque no se trate de la decisión más acertada, ha sido sin duda una constante en 2017 entre jóvenes venezolanos desesperanzados por la situación política, social y económica.

De acuerdo con el asambleísta ecuatoriano Juan Fernando Flores, la mayoría de los venezolanos que hoy se encuentran en Ecuador tienen algún tipo de conocimiento académico. Sin embargo, cree que la cifra de los que se van sin título en mano puede crecer considerablemente en Perú y Ecuador en los próximos meses, pues calcula que entre agosto y diciembre de 2017 se incrementará 20% la población migratoria proveniente del país. Belmonte expone que esta fase de la emigración venezolana, que es distinta a una primera en la que se iban médicos e ingenieros, y a una segunda en la que salían egresados de todas las disciplinas, se da por la falta de garantías y la falta de inclusión de los jóvenes en el modelo político. “Se han agregado los muchachos que no han concluido sus carreras porque se sienten excluidos y consideran que la inseguridad y la falta de libertades los pone en riesgo”, apunta.

Tomás Páez, investigador del Centro de Estudios del Desarrollo de la UCV y responsable del proyecto La voz de la diáspora venezolana, coincide en estas observaciones y señala que los jóvenes deciden irse porque quieren vivir en un ambiente “en el que puedan expresarse, en el que puedan opinar y en el que sus vidas no estén en peligro”.

En cuanto a las consecuencias que puede afrontar esta migración no calificada, Belmonte destaca la limitación de oportunidades. “Sobreviven en un empleo de poca calidad, en el que no hay posibilidad para desarrollarse; deben conformarse con ese horizonte que puede culminar en frustración”, manifiesta.

Madres que se fueron para abrirse paso

La crisis social y económica empuja a muchas venezolanas a aventurarse en el extranjero, para lo cual deben dejar a sus hijos en el país, una experiencia por la que ya transitaron mujeres de países como Colombia, Guatemala o República Dominicana

Son jóvenes, son mujeres y son madres solteras que decidieron dar un paso por el bienestar de su familia y emigraron sin sus hijos, con todo el riesgo que ello pudiera acarrear. El fenómeno, que se viene produciendo en varios países de América Latina y África desde hace décadas, ahora incluye a las venezolanas.

“Lo sufrían las dominicanas, las guatemaltecas, las colombianas, y ahora las venezolanas. Muchas de estas mujeres que emigran dejando a sus hijos atrás lo hacen porque son ellas las cabezas de familia, porque no tienen un compañero, porque también ha aumentado la proporción de mujeres solas con sus hijos, que a veces  sólo cuentan con ayuda de sus propias madres”, explica Alba Carosio, miembro de la directiva del Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad Central de Venezuela y directora de la Revista Venezolana de Estudios de la Mujer.

Carosio sostiene que esto también obedece a que esta población migratoria femenina es mejor recibida en los países a donde se marcha, en naciones desarrolladas donde se requieren mujeres que realicen trabajos como cuidadoras, ya sea de ancianos, de niños o del hogar. “Las mujeres suelen conseguir inserción laboral con más facilidad que los hombres”, puntualiza la profesora de la UCV, quien señala que se da una situación que califica de “maternidad transnacional”, dolorosa tanto para las madres como para los niños.

Expone que estas mujeres que cuidan ancianos en Europa, a su vez tienen a otras mujeres en América Latina, madres, abuelas o tías que quedan a cargo de los hijos, gastan un importante presupuesto en enviar dinero a sus casas y se encuentran divididas entre producir dinero y el alejamiento de sus hijos. Las venezolanas han tenido que insertarse laboralmente en empleos de cajeras, meseras, vendedoras de periódicos y en algunos casos, como trabajadoras sexuales.

Carosio señala que varios hechos inciden en el aumento de las venezolanas en la prostitución: “El primero de ellos es que se les dificulta conseguir otro tipo de trabajo; el segundo porque algunas de ellas caen en redes de trata de personas, una situación de la que es muy difícil salir; el tercero es que la prostitución está fuertemente relacionada con la pobreza”.

No obstante, asegura que las mujeres que deciden optar por el trabajo sexual representan una proporción pequeña. “La gran mayoría que decide hacerlo es porque la vida las empujó”. Las cifras de madres que emigran solas, así como de mujeres venezolanas que deciden prostituirse en el exterior es un misterio.

En Colombia, la Asociación de Mujeres Buscando Libertad estima que han llegado 6.500 venezolanas en el último año para dedicarse a esta actividad.

TESTIMONIOS DE LA SEPARACIÓN

Solo con bachillerato

Yaisdelyz Lugo 26 años de edad. Actualmente es encargada de un autolavado en México

Yaisdelyz tomó la decisión de irse a México sin culminar su carrera universitaria. Las razones le sobraban: ser abogado en un país en el que no se respetan las leyes ni la Constitución la desanimó por completo. Aun así, reconoce que esta no fue la decisión más acertada y aunque evalúa la posibilidad de regresar para graduarse, sabe que lo hará para emigrar nuevamente con un título que le permita buscar oportunidades como profesional. “No es lo mismo llegar a otro país sin una base académica a poder decir ‘soy abogado’ y  poder buscar posibilidades laborales mejores de las que te pueden ofrecer no siendo profesional. Venirse sin título sí representa menos oportunidades. Por lo menos aquí en México valoran mucho al profesional. Si me hubiese venido con mi título podría conseguir un trabajo en mi campo y con una mejor remuneración. Sí he considerado culminar mis estudios, pero
sería para volver a irme ya como profesional”.

El abuelo solitario
Pedro Saúl Flores 60 años de edad. Sus dos hijos están fuera del país

Pedro Saúl y sus hijos esperaron hasta el último momento a que la situación en Venezuela cambiara. Esto no ocurrió y fue entonces cuando tomaron la difícil decisión de enviar fuera a los jóvenes. Con la meta de salir adelante y tener un mejor futuro, esta familia supera el malestar y el dolor que produce separarse de los suyos. “Considero que al final hicimos lo que debíamos. Los muchachos no tienen la posibilidad que nosotros tuvimos y tuvieron nuestros padres de adquirir una vivienda, de crecer como familia, de dar una mejor calidad de vida a sus hijos. Además de eso, tienes la inseguridad y la pérdida de valores. Uno les da fuerzas cuando están deprimidos, y aunque después uno tranque el teléfono y se sienta mal, sabe que no se equivocaron en su decisión. A la única hija que queda la estamos animando a que termine la carrera y emigre”. Dice que asume la dura realidad de haberse quedado y el hecho de que no se irá a “depender de
sus hijos”.

Una mujer contra el mundo
Erismar Álvarez 26 años de edad. Trabaja como cajera en Chile

Erismar dejó dos niños en su ciudad de crianza, Yaracuy. El mayor de 5 años y una niña de 2 años, a quienes hace videollamadas a diario, esperando que entiendan en algún momento el sacrificio que hace por ellos. Se fue a Chile hace mes y medio pensando en la tranquilidad de sus hijos. No se los llevó por temor a los cambios que esto representaría para ellos. “No sabía exactamente a qué me iba a enfrentar, cómo sería o qué tipo de trabajo conseguiría, es por eso que salí primero yo. Soy la única que les podría brindar estabilidad”, expresa a través del whatsapp, donde además deja ver su temor por la posibilidad de que en algún momento se complique el traslado de sus hijos. “Me da pánico pensarlo. Todos los cambios que ocurren a diario en Venezuela me dan miedo. Si es imposible sacar a mis hijos de allá regresaría sin pensarlo, mi prioridad son ellos. Siempre busco hablarles con sinceridad. Sé que no nos va afectar a futuro porque esta distancia es temporal”.

A cargo de los niños
Iraida Parada 56 años de edad. Quedó a cargo de sus tres nietos

Una abuela es para consentir, no para disciplinar. Eso asegura Iraida Parada, quien junto con su esposo quedó a cargo de sus tres nietos menores de edad, cuyos padres emigraron a Ecuador. Pese a que se trató de poco tiempo, sostiene que no fue la mejor decisión y que el papel que debió desempeñar como figura de autoridad frente a los niños, la hizo sentir incómoda. “Irse fue la decisión correcta, pero tengo mis dudas de que hayan dejado a los niños, no fue la mejor opción, creo que debieron hacer una mejor planificación y poder irse todos, pues hubo un quiebre familiar. Es una situación fuerte. El núcleo familiar lo forman los padres e hijos y esa separación siempre rompe algo, pero bueno digamos que fue corto el tiempo y quizás no dio chance, pero creo que uno debe andar con los hijos a donde toque, todos unidos contra los retos que toque asumir”, expresa al destacar que cuidar de ellos significaba una gran responsabilidad que no le correspondía.

CIFRAS

470.000 venezolanos están viviendo actualmente en Colombia, según un estudio difundido a mediados de octubre por Migración de Colombia. De ellos, solo 202.000 están en condiciones regulares y 67.000 cuentan con el Permiso Especial de Permanencia, que les permite tener acceso a empleo y seguridad social y que puede ser prorrogado hasta por dos años.

2 millones de venezolanos se calcula que han emigrado del país. De ellos, al menos 400.000 están en Estados Unidos y otros 300.000 en España, según cifras del Observatorio de La voz de la diáspora venezolana. Otros países que han acogido a cientos de miles de venezolanos son Italia, Portugal, Canadá, Panamá, Francia, Argentina, México, República Dominicana y Chile.


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