Risas que alivian

Poco a poco comienza a caer la cabellera de la jovencita de 15 años de edad que lucha contra el cáncer desde los cuatro. Se rehúsa a cortarlo, pero Nino Barria, payaso de hospital desde hace 11 años ininterrumpidos, le insiste y ella accede con una condición: “Lo corto, si te lo cortas tú”. Ambos se despidieron, entonces, de sus cabelleras en aquella habitación del Hospital Universitario de Caracas.

La labor del célebre estadounidense Path Adams, a quien Barria conoció en una de sus visitas a Venezuela, lo motivó a cambiar la publicidad por la loable labor de dedicarse a su pequeña fundación Doctoras y doctores de La Piñata, con la que reparte gratuitamente risas solidarias a niños y adolescentes con cáncer en hospitales de Caracas, además de visitar a personas mayores, muchos de ellos abandonados en casas hogares. Un grupo de jóvenes universitarios lo acompaña como parte de su servicio comunitario obligatorio, cultivando algo que Barria asegura no aprenderán en otro lugar: “Al ver la realidad en un hospital o en una casa hogar de esas personas que están abandonadas aprenden a valorar lo que tienen, la salud, la familia, muchas cosas que dan por sentado. Hay gente que no tiene nada, sin embargo, regalan una sonrisa”, afirma.

Risas, juegos, cantos, amistosas conversas que se prolongan incluso hasta la mensajería del celular son parte de la dinámica de Barria en cada visita diaria a los hospitales caraqueños, en una labor que lejos de considerar un trabajo se ha convertido en una necesidad de servir. Más que hacer reír, el amigable payaso de hospital también colabora con las muchas urgencias de los pacientes y familiares, como el hallazgo de un medicamento o el pago de quienes no cuentan con los recursos económicos para viajar desde el interior del país. Las risas preceden a las lágrimas en cada visita a los abuelitos de las casas hogares. “Cuando llegas donde un abuelo y le das un abrazo, ellos lloran porque nadie lo había hecho quién sabe desde hacía cuánto tiempo. Cuando nos vamos, lloramos más que ellos, es imposible no hacerlo. Esta labor no se trata de pintar una pared o colocar una escuela bonita. Es de emociones humanas y eso siempre trae consigo dolor y alegría; las dos cosas van juntas”.

Precisamente, lidiar con el sufrimiento es parte de esta vocación de Barria, incluso significa un impulso para proseguir la labor. “Cuando me llama  un padre para despedir a su hijo que agoniza, pienso que ese niño se va de otra forma, no con tristeza en su cara, sino con una sonrisa en el corazón, en su espíritu. Es lo que quiero creer”.

En Instagram: @fundapinata


La suma de granitos que cambia realidades 

“Necesitamos telas para tapar la ventana y que no entre la luz”, se lee en un activo chat de Whatsapp que mantiene al tanto de la solidaria labor del grupo Un granito de amor. La respuesta es casi inmediata con ofrecimientos para solventar el requerimiento. Otra mano solidaria ofrece un video beam, una pantalla y muchas películas infantiles.

Hace año y medio, Cecilia Goncálves tuvo la iniciativa de llevar insumos infantiles al Hospital Universitario de Caracas, donde los pacientes pediátricos, entre otras carencias básicas, no contaban con teteros. “Soy madre, es imposible serlo y no solidarizarse con una madre que tiene a su hijo enfermo”, afirma Goncálves. Aquella visita fue tan reveladora que no dudó en solicitar ayuda a través de un grupo en la popular aplicación, que hoy se ha convertido en una enorme comunidad de voluntades por cambiar la realidad de quienes más lo necesitan. “Hay mucha gente detrás de Un granito de amor. No se trata de una sola persona, son muchos; incluso desde el exterior siguen colaborando. Lo que hemos tratado de hacer es explotar la burbuja en la que vive mucha gente y mostrarles que la  realidad es otra. En verdad, las necesidades son muy graves”, enfatiza.

María Alejandra Silva, también voluntaria de esta loable iniciativa, insiste en la necesidad no solo de ayudar con donativos, sino también de fomentar las visitas y compartir con pacientes que permanecen en hospitales por varios meses, y cuyos familiares no cuentan siquiera con agua potable. De ahí la idea de llevarles juegos, cantos y hasta la proyección de películas que hagan más llevadera la estadía. “Esa es la esencia del venezolano, nos caracterizamos precisamente por la solidaridad, el calor humano que sabe dar no tiene comparación. En nuestro grupo te das cuenta de tanto que la gente da de distintas formas, no necesitas de grandes cosas para colaborar. El gesto más sencillo, como ayudar a llevarle la medicina a otro, puede hacer la diferencia”.

Para ambas, se trata de una labor recompensada con una gran satisfacción personal. “En mi caso, no me acuesto dándole gracias a Dios porque mis hijas están sanas, sino porque están vivas, no hay forma de explicarlo. Esta experiencia hace que la muerte de un niño se vuelva algo real. Para mí, eso pasaba únicamente en películas malas. También me he vuelto una creyente en Dios. Ahora estoy segura, muy segura, de que todo lo que se da en Un granito de amor, proviene de una mano superior”, agrega Goncálves.

Silva enfatiza la posibilidad de ayudar tanto desde casa como asistiendo  a las actividades de la iniciativa, lo que cuenta es la disposición y llenar el corazón de esa bondad que necesita el mundo en general.  “Un granito de amor ha sido una experiencia maravillosa. Como persona te ayuda a crecer, valorar, agradecer diariamente por lo que tienes, sea mucho o poco, y sobre todo por la salud. Siempre tengo presente que Dios nos provee y nos cuida, pero ahora uno lo siente más. Hay que agradecer y valorar”.

En Instagram: @1granitodeamor


Santa en las calles y un autobús amigable

Hace 11 años, un grupo de amigos, liderados entre otros por el entusiasta Carlos De Veer, decidió salir a las calles de Caracas y repartir a los necesitados la alegría y solidaridad de la época decembrina. La idea tuvo tanta receptividad que fue repetida al año siguiente con muchos más colaboradores. Hoy en día es un movimiento presente en 23 ciudades del mundo, relata una  de sus voluntarias, Isabella Bermúdez, quien replicara la experiencia durante su permanencia en la ciudad de Bogotá, Colombia. Dedicada a la gerencia de una empresa tecnológica en Venezuela y llevada por la necesidad de ayudar a los demás, cada 16 de diciembre se dispone, junto a otros 1.000 voluntarios, a ser parte de la actividad de Santa en las calles que se instala en el colegio Don Bosco en Altamira, donde pequeños “duendes” trabajar arduamente para llevarle un poco de ayuda a quienes más lo necesitan.

Un día al año resulta poco para tanta ayuda que se requiere en el mundo, por lo que la apasionada voluntaria no dudó en sumarse al proyecto Panabus, un autobús que todos los días se dispone a recorrer Caracas para brindar ayuda integral a la cada vez mayor cantidad de personas en situación de calle. Duchas, servicio de peluquería, atención médica, alimentación y orientación para reinsértalos en la sociedad, son parte de los aportes de este Panabus que, más que regalar un alimento, se ha abocado a la tarea de dignificar al ser humano.

“No puedo describir lo gratificante que es dar, no es solo ver esa transformación en los ojos, en las sonrisas de la persona. Es además el impacto que tiene. A mí, en lo personal, me llena enormemente y me motiva a dar gracias porque Dios me puso en una posición donde soy la que está dando la ayuda y no la que la necesita”, afirma Bermúdez.

A menos de un mes de haber emprendido su ruta, son muchas las experiencias que suma el equipo del Panabus. Niños y adolescentes en situación de calle solían ser en su mayoría quienes requerían ayuda, pero hoy en día son familias completas, incluso con recién nacidos. Al subir al bus reciben insumos para ducharse y una muda de ropa, posteriormente se les brinda un servicio de peluquería para pasar luego a la evaluación médica, donde se les prestan los primeros auxilios. Los voluntarios les sirven un desayuno, mientras una charla motivacional les brinda opciones para reinsertarse en la sociedad. Todo suma, de ahí que son bienvenidos los aportes de ropa, principalmente pantalones y calzado, material médico como gasas o antibióticos, así como artículos de aseo personal y alimentos no perecederos.

“Siempre digo que tengo un trabajo que me alimenta el bolsillo; sin embargo, este es el trabajo que me nutre el alma. Amo mi empleo del día a día, pero poder ayudar a los demás me llena, me hace feliz, siento que además da una razón para estar aquí, tratar de dejar un mundo mejor de lo que lo conseguiste es un deber que tengo como persona. Todo lo que es Santa en las calles y Panabus puedo resumirlo en una palabra: solidaridad, ese es un valor que hay que rescatar en medio de lo que estamos pasando. Todos somos iguales, unos nacimos con privilegios y otros no, pero al fin al cabo tenemos la responsabilidad de ayudarnos y poder hacerlo es, para mí, un privilegio”.

En Instagram: panabus_oficial/ @santaenlacalle


Cuando das, recibes

Participar activamente en las protestas ciudadanas le dejó a Rebeca Costoya, conocida por su trabajo actoral, mayor inquietud de ayudar a quienes viven en las calles. Sobre el asfalto logró conectarse con una realidad distinta. Familias enteras viven debajo de puentes, incluso a orillas del contaminado río Guaire, arriesgando su vida y lidiando con el hambre. Costoya, junto a varios entusiastas voluntarios, se ha abocado a colaborar con donaciones de alimentos, calzado y vestimenta. “Casi todos tienen niños pequeños, de 2, 3, 4 y 5 años de edad. Ya después se van en grupo y viven solos. Hoy en día es peor que hace tres meses. Ahora se lanzan a la camioneta, desesperados por la comida que les llevas. Son cada vez más”, relata, quien recuerda la vena solidaria que mostraba incluso desde la adolescencia. “En esta vida lo importante es dar. Uno necesita recibir, por supuesto, pero dar no es solamente hacer algo por los demás. Al dar te sientes bien, estás recibiendo, aunque no lo creas. Tú das y sientes un alivio, dentro de toda la desgracia que viste te sientes un poco mejor”.

En su agenda diaria incluye varias paradas para regalar alimentos a quienes recorren las calles en busca de algo que alivie el hambre. No duda en bajarse del carro y conversar con los pequeños que, hasta descalzos, hacen piruetas en los semáforos para ganar algo de dinero. Con ellos se ha compenetrado, los conoce por su nombre y ellos a ella, entre abrazos y risas queda la promesa de volver a visitarlos cada fin de semana. También dedica tiempo a la Fundación 1000 Sonrisas, a través de la que aporta medicamentos y materiales médicos en hospitales, donde la realidad es cada vez más preocupante.

“Veo la vida de manera diferente porque he visto cosas que, de habérmelas contado hace unos años, no hubiese creído. Cuando todo eso pasa empiezas a ver otra realidad, a ser menos egoísta, a quejarte menos, a tratar de vivir de manera diferente, entender que las cosas materiales van y vienen. Tratas de no pelear ni amargarte por cosas simples. Uno puede ser grande y generoso”.

En Instagram: @rebecacostoya


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