Los pasillos del aeropuerto internacional Simón Bolívar, en Maiquetía, estado Vargas, están marcados desde hace algún tiempo por la tristeza y el llanto. Abuelas, madres, tías, hijos y sobrinos en su mayoría, se reúnen para dar el adiós a un pariente que se marcha de Venezuela huyendo de la crisis y con la apuesta por un futuro mejor en otro país.

Los pocos vuelos al exterior desde el terminal de Maiquetía marcan su frecuencia en la pizarra electrónica a partir de las 2:00 pm, sobre todo los que van a Madrid, Miami, Ecuador y Bogotá. Los destinos no son los definitivos, sirven de conexión con otros.

Grupos de familiares y amigos se toman las fotos de despedida. Hay sonrisas por todas partes, cuando eso ocurre, para no hacer más engorroso el adiós. Pero basta que uno suelte el llanto para que la alegría aparente desaparezca de cada rostro y se torne en pocos segundos en tristeza.

Las despedidas, sobre todo de los jóvenes, han sido a diario. Y los familiares las sufren.

Es el caso de la profesora jubilada Angélica de Da Silva, quien el sábado no cesaba de abrazar a su hija que se iba a Madrid a continuar sus estudios. La acompañó hasta el momento en que pasó la puerta de migración, luego traspasó la cinta que marca el lugar y se quedó junto con su esposo y su otra hija observándola. “Tiene 17 años apenas y se va a estudiar a España. La recibirá una tía que vive allá. Es difícil. No se imagina cómo nos costó tomar esta decisión, pero ya no se puede ni comprar un caucho para un vehículo y cada vez la situación empeora”.

Recordó que cuando se graduó de educadora a los 26 años de edad y luego se casó, ya tenía apartamento y carro. Hoy sus ingresos están limitados. “Ella se va porque su abuela le mandó el pasaje desde Portugal, de otra manera sería imposible. Espero que Venezuela cambie. Hoy es una lástima que estemos viviendo en estas condiciones”, dijo.

El venezolano no está hecho para emigrar. “Es cuesta arriba aceptarlo, sobre todo cuando tu familia se te va de las manos a pesar de años de esfuerzos”.

Da Silva tiene otra hija de 22 años de edad que dejó los estudios de Odontología en la UCV por los costos de los materiales y ahora estudia Enfermería en la Cruz Roja. “Es posible que también me vaya antes de lo esperado”, comentó la joven.

En otras familias es la madre quien primero se macha, luego los hijos y por último el esposo. En ocasiones son grupos familiares, pareja e hijos que lo dejan todo para empezar otra vida. Rafael, su esposa y su hija de 23 meses ya no quieren esperar más a que mejoren las cosas en el país. “Sentimos que esto va para largo y si no nos vamos ahora tal vez después ya no podamos hacerlo y la niña aún está pequeña”. Desde la distancia construirán su futuro. “El tiempo es corto”, aduce.

En otro grupo estaba la abuela quien, a sus 80 años de edad, se frotaba los ojos con un pañuelo, mientras uno de sus dos nietos, el de 5 años, le gritaba a sus padres que lo dejaran con su abuela. “No me quiero ir, no me quiero ir”, repetía con rebeldía a pesar de los esfuerzos por controlarlo.

Cerca, sus tías reclamaban a coro “el desastre” en que se ha sumido el país. “Es una familia que se va porque en este país no hay futuro. Lo hace por sus hijos y porque ha agotado esfuerzos para sobrevivir pero no aguantó más”, comentó Ana Velásquez, tía del menor.

María González, a pocos metros, no pudo controlar sus lágrimas cuando una de sus hijas la abrazó mientras se despedía. “Va a Estados Unidos a estudiar. Es difícil para la familia vivir estos momentos, pero tiene que hacerlo, por su futuro y estabilidad”.

Hoy y mañana serán otros mientras haya la oportunidad.

EL DATO

En abril pasado, cerca de 2 millones de venezolanos, migraron de Venezuela, y en los últimos 17 años lo han hecho 15 millones de habitantes. Esto, de acuerdo con los datos que el profesor e investigador universitario Tomás Páez presenta en su libro La voz de la diáspora. “La emigración como fenómeno en las magnitudes que conocemos, se inició con el régimen, y ha ocurrido en los últimos 17 años”, señaló Páez. Y persiste. La diáspora venezolana se extiende por más de 90 países.


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