Sarangeli Castilla nació prematura. Con dos meses de nacida su peso permanece en 1,5 kilos. Su madre, Katherine Castilla, tiene otros seis hijos y comenta que solo le da pecho porque no puede comprar o conseguir las fórmulas especiales.

«La situación es muy dura, yo soy una madre soltera y solo cuento con la ayuda de mi padre, que está jubilado. No tenemos cómo llevar a mi hijo a un médico o un especialista. Paso todas las noches en vela, viéndolo llorar sin saber qué es lo que le duele», asegura Katherine a ABC.es

Foto: ABC.es

Ana Bravo, de 14 años de edad, no habla y se comunica con señas. Familiares aseguran que Bravo no se pudo desarrollar a consecuencia de una mala nutrición por lo que solo mide poco más de un metro y pesa 20 kilos. Es un caso más entre los centenares de niños en el país que sufren desnutrición. 

La catástrofe humanitaria en Maracaibo también se constata en el Hospital Universitario, un centro médico incluido en el programa de obras públicas de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, en la década de los años cincuenta del siglo pasado, con más de 600 camas. Además, fue el primer hospital venezolano en realizar un trasplante de riñón. Hoy su realidad es otra.

Un joven de tez blanca, de 28 años de edad, yace con las piernas encogidas sobre una cama. Su nombre es Miguel Blanco, carece de masa muscular y su piel se encuentra pegada a los huesos. El rostro revela una desnutrición severa y una hidrocefalia congénita. Su nombre es Miguel Blanco. Su madre, sin ayuda, le dedica incasablemente sus días. «Le doy lo poco que puedo, yuca y arroz, y le hago pañales de tela», agrega la mujer.

«Llevo diez años esperando un trasplante de riñón, pero ante lo que está ocurriendo prefiero esperar. A un compañero de diálisis lo llamaron para avisar que ya estaba listo su donante, y en medio de los apagones el riñón que esperaba se dañó», cuenta María Esis.

El centro cuenta con una planta eléctrica, pero solo puede funcionar una o dos horas, frente a las interrupciones, que pueden durar 24 horas. Ante ello, los cirujanos han tenido que finalizar las intervenciones quirúrgicas con la luz de sus celulares. 

El hospital se encuentra en riesgo de una contaminación generalizada, porque falla la recogida de residuos y la limpieza de las zonas donde se almacenan. «Con el calor las bacterias proliferan, y hay que recordar que en Maracaibo las temperaturas pueden alcanzar 40 grados centígrados, lo que fácilmente convierte los pabellones en hornos», denunció la cirujana Dora Colmenares.


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