La diáspora venezolana, que se ha llegado a calcular en 4 millones de personas desperdigadas a lo largo y ancho del planeta, se lleva también, muchas veces sin notarlo y a veces sin quererlo, ciertas palabras como parte de su equipaje; esas que definen una forma propia y diferente de expresarse y que se han convertido en una seña de identidad que puede escucharse por igual en Madrid, en Miami o en Buenos Aires.

Es por eso que una sencilla pregunta –¿Cuál es tu palabra venezolana favorita?–, lanzada en redes sociales por la periodista y escritora venezolana Mireya Tabuas para celebrar el Día del Idioma y como iniciativa del Centro de Escritura que creó en Santiago de Chile, donde reside, motivó la participación entusiasta y cálida en Facebook, Twitter e Instagram, de más de cien personas desde distintos lugares del mundo, quienes durante cinco días alimentaron una lista donde no faltó añoranza.

“Los venezolanos migrantes votaron por las palabras que no olvidan, las que siempre pronuncian, las nostálgicas, las tristes, las divertidas, las que los sorprenden; también por las palabras de su generación, las de sus padres y hasta esas que parecen sacadas del baúl de los abuelos; palabras propias de la capital o de otros estados del país; palabras todas que nos designan, que nos hablan de anécdotas e historias”, dice la escritora.

Las más populares. La palabra más citada por los participantes, de aquí y de allá, fue chévere, un venezolanismo que parece sobrevivir, contra todo pronóstico, al paso del tiempo y de las generaciones. Le siguieron en popularidad otras no menos sonoras, como guarandinga, guayoyo, coroto, jurungar, naguará y cambur, y algunas que no resistirían normas protocolares, como coño, vergación y vaina.

“Es increíble –dice Tabuas– cómo nos reconocemos a partir de las palabras más nuestras, cuánto nos evoca cada una de ellas. Por eso, muchos de los que participaron en la encuesta volvieron una y otra vez a leer las respuestas para volver a oír palabras que habían olvidado, que nunca usaron, que estuvieron hace años en su léxico o que, por el contrario, están ahora –desde la distancia– más vivas que nunca”.

Las palabras no solo designan, sino que son recipientes de memoria: “Es emocionante cómo, para alguien que está en el exterior, una palabra como mamón le puede evocar un sabor que desde hace años no prueba, y una palabra como caligüeva define de modo exacto un estado, una palabra como coño es la mejor aliada en un momento de furia, una palabra como vaina es la muletilla ideal cuando no sabemos el nombre de una cosa, una expresión como naguará nos lleva al occidente del territorio y otra como mijó nos lleva al oriente”.

En cada venezolanismo palpita una historia, individual y colectiva, señala Tabuas: “Cada palabra la saboreamos porque cada una de ellas es parte de nuestra identidad, una identidad que no se pierde con la distancia, una identidad cargada de profundo afecto”.


Algunas de las favoritas

“Yo diría chévere; los que no me identifican por el acento acá en Colombia lo hacen por esa palabra”.

Ángel Eloy Di Matteo

“Guarandinga, paltó, guachicón y muchas más; son algunas de las palabras que decían mucho mis abuelos y que me encanta repetir. ¡Siento el deber moral de no dejarlas morir!”.

África Carrera

“Tres de mi mamá que le encantan a mi esposo: choreto, ñeco, catirrucia”.

Bella Wingfield

“Matica, malandro, mamón, guanábana, parranda, guayoyo y guayabo”.

Alejandra Cubero

“Chévere, burda, cambur, perolero, corotos, macundales, patatús, soponcio, gafo, mollejúo, merequetén, mondongo, muñuño”.

Maribel Ramos-Weiner

“Tongoneo y su verbo tongonearse. Amuñuñar y su sustantivo amuñuñe”.

Edgar Alfonzo-Sierra


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