La sotana beige del padre Wilfredo Corniel resistió a la lluvia, al sol y también a 12 horas de plantón en la avenida Victoria el lunes 15 de mayo. Es de Cojedes y desde septiembre de 2016 está en Caracas como párroco de la iglesia San Miguel Arcángel de El Cementerio. En apenas ocho meses en la capital se ha convertido en un símbolo de las marchas. Ora por Venezuela no solo ante el altar, también lo hace entre cientos de personas que piden libertad en las calles. En sus manos no lleva el cáliz ni la vinajera, sino un pote de agua que contiene bicarbonato y un cartel con mensajes que considera pertinentes para el momento. El de ese día: “No más muertos por protestar”. Detrás de la cartulina se esconde, como una protección, una imagen de San Miguel Arcángel.“Pido que el corazón que se ha endurecido de aquellos que nos gobiernan se ablande y no sean sordos a la voz del pueblo. Esto se parece a lo que era el tiempo de los profetas. Los gobernantes se olvidaron de escuchar al pueblo y la comunidad sufría”, dice Corniel en medio de un grupo. La gente se le acerca y él también la aborda. Entre bendiciones, palabras de consuelo, ha caminado desde el inicio de las protestas en el mes de abril. “He asistido a casi todas. Menos a las de Semana Santa porque estaba haciendo mi trabajo como sacerdote. No he abandonado nunca mi realidad principal: ser sacerdote”.

Dice que como pastor le corresponde acompañar al pueblo de Dios que sufre, pero también está ahí por sus compromisos como ciudadano. “Estoy por quienes no pueden hacerlo por temor a que los saquen del CLAP. Estoy como un agente de paz. No solamente es orar, ofrecer la eucaristía, sino también caminar por la paz de Venezuela”, insiste.

En 2013, cuando el papa Francisco presidió su primera misa crismal de Jueves Santo, pidió a los sacerdotes presentes renovar el espíritu de santidad con que fueron ungidos el día en que se ordenaron como presbíteros. “Esto os pido: sed pastores con ‘olor a oveja’, que eso se note”, dijo. Monseñor Adán Ramírez explica que eso hacen los sacerdotes y religiosas que asisten a las movilizaciones: “Estamos llamados a tender puentes, no a ahondar en las heridas. Eso también es una manera de expresar lo que dice el papa Francisco: ‘Hay que oler a oveja’. Un sacerdote tiene que estar con su pueblo. En este caso muchos no solamente han olido a oveja, sino que también han tragado bombas lacrimógenas”.

El padre Corniel, de 41 años de edad, es uno de los que ha tenido su dosis de gas, pese a que en las marchas se ubique en un punto intermedio para socorrer y levantar a las personas que resultan heridas o asfixiadas. Además de lacrimógenas, recibe amenazas. Le han llegado amenazas de que le van a rayar la iglesia, que lo van a secuestrar. “Aquí en El Cementerio muchas personas me dicen que tenga cuidado. También me acusan de ‘apátrida’ en las redes sociales. Yo oro por todo el pueblo de Dios. Soy el párroco de todos. Si es chavista igual lo voy a atender con todo el amor y el cariño”. Asegura que un “grupo de inteligencia social” acude a sus misas para escuchar lo que dice.

El lunes en la avenida Victoria el padre Corniel alivió a muchos con su prédica. Cerró la jornada con una plegaria por la justicia y la verdad. Los manifestantes entrelazaron las manos para rezar el Padre Nuestro. Al terminar les dijo: “Podemos ir en paz”.


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