196 kilómetros caminan los venezolanos desde Cúcuta hasta Bucaramanga. Los pies hinchados de los migrantes también sufren la aparición de las ampollas que revientan una tras otra.

Quienes se atreven a cruzar la división fronteriza entre Venezuela y Colombia lo hacen con la esperanza de trabajar y de enviar dinero a sus familiares que siguen en Venezuela, reseñó La Opinión de Cúcuta.

El frío, el cansancio, esguinces, hipotermia, dolor de cabeza y desgarros son algunas de las situaciones que enfrentan los venezolanos mientras caminan hacia su destino.

Salieron desde Valencia, Guárico, La Guaira, Puerto La Cruz, Caracas y Maracaibo. Por falta de documentos deben cruzar a Cúcuta por trochas y a caminar durante cinco días hasta Bucaramanga.

El camino incluye tres horas de andar entre las montañas y la autopista. Caminan y descansan mirando al piso, sin disfrutar el paisaje que los rodea.

Algunos realizan el viaje con familiares y amigos, otros caminan solos. Las mujeres con hijos corren más suerte que algunos pues algunos conductores se ofrecen a llevarlas durante tramos del camino.

Luis Miguel Figueroa empezó su camino hace un mes y medio. Permaneció un mes en Cúcuta durmiendo en la calle hasta que logró trabajar para pagar un alquiler. “Todo este esfuerzo es porque tengo un hijo de cinco añitos”, dijo.

Sus pies son la evidencia de su recorrido, sus zapatos envueltos en bolsas plásticas y unas almohadas con el relleno de una colchoneta, las cuales están amarradas para proteger las ampollas.

“Me regalaron unas chancleticas porque las que traía me dejaron a mitad de camino, en Pamplonita; allá abajo se reventaron”, indicó.

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