Mirtha Domínguez está cabizbaja. Tiene la mirada perdida. Su cara refleja la preocupación que ronda su mente. En la nevera tiene 3 kilos de carne, todo un lujo en esta época. “Se va a dañar, ya no sabemos dónde ir a buscar más hielo, no hay, no lo venden, ni siquiera que uno pueda pagarlo”, afirmó.

Su inquietud es la millones de venezolanos que se quedaron sin electricidad desde las 4:56 pm del jueves 7 de marzo. “Va y viene. Llegó un rato, creíamos que todo se había solucionado, pero no, luego se volvió a ir”, indicó.

Ella vive en Los Palos Grandes. El sábado celebró como una niña a las 11:00 am porque la luz por fin apareció, luego de más de 50 horas. “Nos emocionamos, pero todo fue alegría de tísico. Esto parece que va para largo”, manifestó.  

Las calles de Caracas están desoladas. Algunos protestan, pero no son muchos. Más de 70 horas sin luz han hecho mella en quienes en un inicio no lo tomaron tan en serio. Al principio frente a las estaciones del Metro, aunque estuvieran cerradas, y en las paradas de autobuses se arremolinaba la gente, pero este domingo son pocos, muy pocos, los que salieron. Prefirieron ahorrar fuerzas porque no saben cuándo puede solucionarse el problema eléctrico.

“La comida que teníamos ya se nos acaba. Hicimos un arroz y lo estamos rindiendo”, dijo Estela García, que tiene su casa en La Candelaria. Hizo también unas arepas en el budare para calmar a la tropa que vive en su casa. Entre hijos y nietos son más de 10 personas.

“Estamos racionando el agua a ver hasta dónde llega. Es como una guerra, nunca habíamos visto algo como esto”, aseguró.

Conseguir cualquier líquido se ha convertido en una odisea. Ni los jugos se venden ya. El hielo brilla por su ausencia. En Maracaibo una bolsa puede llegar a costar 20 dólares. Los pocos abastos abiertos tienen colas inmensas donde la constante es la incertidumbre de la gente por no conocer el futuro cercano.

“Cuando venga la electricidad habrá que empezar a correr para poder comprar. ¿En dónde vamos a conseguir comida si los negocios han perdido los alimentos por no poder refrigerarlos”, se preguntó Rafael Ávila, vecino de Los Dos Caminos.

“En 77 años de edad que tengo nunca había vivido una cosa como esta, es horroroso. Confío en que Dios nos sacara de este infierno, no pierdo la esperanza”, señaló Dolores González.


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