Por el Bulevar de Sabana Grande caminan. Hay pequeños actos circenses repartidos por el corredor de cemento en el que los comercios son el principal atractivo de la zona.  Actualmente la crisis ha apagado paulatinamente la actividad comercial.  La venta de zapatos, que en una época era variada y próspera, ahora es uno de los rubros más perjudicados.

Jesús Novoa es dueño de una zapatería del bulevar. Su oficio tiene su propio santo, a San Crispín y San Crispiniano, patronos de los zapateros enviados a evangelizar Galia y que se dedicaron al oficio del tratamiento del calzado.

En la década de los 90, Novoa era dueño de dos negocios los cuales, debido a la crisis económica que enfrenta Venezuela, se han ido extinguiendo paulatinamente.

Como a San Crispín el zapatero lo persiguió el emperador romano Diocleciano, a Novoa lo atormenta la descapitalización de su negocio. El costo de reposición de inventario aumenta día tras día con una inflación interanual calculada aproximadamente, según Econométrica, en 41.000%.

El comerciante rememora alzando la mirada al techo. Ha vivido dos tiempos y situaciones económicas totalmente distintas y contrarias. Una época, recuerda, en la que la abundancia de mercancías en la zapatería era la norma. Se amontonaban los zapatos en las escaleras del local. El inventario estaba surtido. “Ahora no tengo nada. Tengo miseria», dijo en entrevista a El Nacional Web.

La suerte de la zapateria de Novoa se repite en las demás tiendas de calzados que se encuentran en el concurrido bulevar caraqueño.

“Lo que más se venden son mocasines para que los niños vayan a su colegio y cholitas para las damas”, dijo la cajera de una tienda mientras esperaba, sin mucha esperanza, a alguien interesado en adquirir los pocos artículos que se apreciaban sobre las repisas de la pared.

Nike, Adidas, Puma, Under Armour son solo imágenes en la memoria popular de una industria en decadencia. Zapatos de estas marcas pueden superar los 70 millones de bolívares, más de 25 sueldos mínimos.

Luigi Pisella, presidente de la Cámara Venezolana de Calzado, advirtió que el comercio en Venezuela puede reducirse 30 % en vista de que muchos establecimientos no tienen la capacidad para reponer los inventarios que fueron afectados por las medidas gubernamentales impuestas a la estructura de costos en los rubros del calzado.

Los vendedores de la zona han tenido que mantener los precios pues de enterarse las autoridades, son obligados a “casi que regalar los zapatos”.

“Aquí no aumentamos los zapatos, porque nos viene el Sundde o el Seniat, te piden los precios y si eso no coincide con lo que está puesto allí te multan y te mandan a bajar no sé cuanto porciento, casi que regalar el zapato. ¡No horrible! , es preferible vender eso a lo que cueste a estar aumentandolo”, dijo Joselyn Romero.una mercader que prefirió sonreír ante la adversa situación.

Reparar los zapatos, la popular alternativa

Ante los elevados precios del calzado y el bajo poder adquisitivo de los venezolanos, remendar los zapatos se ha convertido en una opción rentable.

Muchas son las técnicas y destrezas que se requieren para arreglar los estragos del tiempo en los zapatos de manera rápida y eficiente.

José Francisco Rodríguez, un remendador de calzados desde 1976, comentó que, dos años atrás, entraban a la tienda tres o cuatro clientes por semana. Ahora, irónicamente, son tantos los pedidos que se amontonan unos sobre otros.

Para 1982 la paridad del bolívar al dólar era alrededor de 0,0060 por cada uno. Rodríguez pudo viajar a Texas y aprender cómo «reparar los Kickers con el balata».

Asimismo, explicó que no todos sus homólogos han tenido la misma suerte. Muchos de ellos pasaron de sus locales a las calles, venden de manera informal en los mercados o siguen viviendo de la profesión pero en esquinas destechadas de Caracas.

“La situación nos afecta a todos, de un mes para aca todo se ha disparado cuatro veces su valor, un rollo de hilo valía 1.800.000 bolívares, ahora vale 15 millones. Esperemos que se estabilice, es muy triste lo que estamos viviendo”, aseveró.

En una tienda del otro lado del bulevar, su gerente Nayah Abou recuenta tiempos en los que se trabajaba de sol a sol. Actualmente abre hasta después del almuerzo, el horario nocturno se ha visto comprometido por la delincuencia que afecta el bulevar.

“Es que duele, después de 25 años no conozco la casa como conozco el negocio, aquí llegabas a las 7:00 am  y te ibas a las 7:00 pm, ahora llegamos a las 8:00 am y nos vamos a las 2:00 pm, ya vamos a ver que ocurrirá… todo el mundo está cerrando”, concluyó Abou mientras apagaba su cigarrillo.


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