Los autores de estas crónicas pertenecen a la generación de la calamidad y desde ella escriben. Seguramente, sus precariedades ya están incluidas en registros forenses sentenciados a morir de mengua, como casi todo en este país. Escriben pues, para escapar del dato frío que amenaza con disminuir el asombro y el espanto. Y es lo que intenta evitar la Comisión para los Derechos Humanos del Estado Zulia (Codhez) en este esfuerzo conjunto con El Nacional.

Los Pequeños Episodios es un seriado de crónicas promovido por Codhez con la edición de Norberto José Olivar.

«Es mil veces más fácil reconstruir los hechos de una época que su atmósfera espiritual. Esta no se refleja en los grandes acontecimientos sino, más bien, en pequeños episodios personales» (Stefan Zweig).

Por MILTON QUERO ARÉVALO
Fotos: Iván Ocando

“Yo estoy cantando esta canción que alguna vez fue hambre” (Charly García).

Elpidio Leal, en la cola de la iglesia del padre Claret, repasaba su vida tratando de entender en qué momento fue que llegó a su existencia aquella fatalidad, en qué instante se instaló aquella vergüenza, porque si había algo que le daba vergüenza era hacer aquella cola para recibir todos los miércoles aquel plato de comida y así calmar su hambre. El problema del hambre, pensaba ahora, no era tanto su manifestación física sino la liquidación de las costumbres, la supresión de los hábitos, la postergación de los modales, por la imposición de la barbarie por encima de la civilidad. Ese fruto indecoroso que llega cuando nadie lo requiere, despreciable e inopinado se hacía presente todos los miércoles a partir de las 8:00 am en el frente de aquella iglesia trapezoidal, de estructura maciza, de líneas rectas y donde la curva era una fuga ensimismada.

Compartir aquella hostia con sus vecinos del barrio Cerros de Marín, era algo que no lo confortaba, pero la miseria era más poderosa que su pena. Verlos allí reunidos por aquella necesidad imperiosa los prescribía en el dolor. Todos habían enflaquecido ciertamente, y la ciudad había sido tomada por aquella peste que los determinaba. ¿Qué fatalidad lanzada por los dioses ha tomado a esta ciudad? ¿Qué nuevo Edipo nos redimirá con su sangre, de este estigma que cruza  palmo a palmo todas nuestras calles y avenidas?

El hambre se entroniza y se vuelve parte del paisaje. En 5 de Julio con Bella Vista una camioneta Jeep inopinadamente se estaciona, abre sus puertas y 2 muchachas de mediana edad, comienzan a despachar jugos en un termo, un enjambre de menesterosos se agolpan y reciben este bálsamo que los calma, son iniciativas espontaneas que se ven a diario, como la del párroco de la iglesia y algunos devotos organizados. Es un gesto, un pequeño gesto si se quiere, pero inmenso en su grandeza. El hambre recta, los roza, es una realidad que está muy cerca, como para poder ignorarla. Las mujeres de los barrios buscan trabajo como servicio doméstico con el solo fin de palear su hambre. A veces, se llevan la comida que les corresponde para dársela a sus hijos; pero ese trabajo escasea ahora, y los connacionales colombianos se han marchado a su país de origen ante la cruda realidad. Muchos edificios ahora carecen de conserjes, el hambre los ha espantado, las criollas ensayan ahora esas labores, pero las cargas impositivas del estado son tan grandes, que ya muchos condominios prescinden de los conserjes de antaño.

Elpidio reconoce en la cola a sus vecinos, Raimundo Medina, un ebanista sin trabajo, su mujer lo dejó no por otro, sino por el hambre. “Pa pasar hambre contigo, mejor la pasó con mi madre” y se marchó a Cumaná. Raimundo lo mira de soslayo, como quien no acusa el golpe. Ahora la mirada y la sonrisa los colocan en un mismo bando, antes rivales, por tonterías domésticas. Se saludan, pero antes de justificar su presencia, solo se sonríen y se chocan los puños. Antes los guisos y cocciones anegaban los mediodías del barrio, pero ahora nada huele, acaso la desesperanza, que se expresa en un perro famélico oliendo desperdicios que nada contienen.

Las hambrunas a menudo son consecuencia de conflictos armados. Se cuenta que en 1921, en medio de la guerra civil rusa, murieron a causa de ella millones de ciudadanos. Lo curioso es que en Venezuela no hay un conflicto armado, pero el hambre se enseñorea como si lo hubiese. Según la Comisión para los Derechos Humanos del Estado Zulia (Codhez), el hambre afecta a 3 de 4 familias en Maracaibo. En 74,5% de los hogares de la capital zuliana se reportó que, alguna vez en los últimos 3 meses, tanto adultos como niños sintieron hambre pero no comieron. 8 de cada 10 hogares de Maracaibo reporta que tanto adultos como niños están alimentándose mal, afirmando que alguna vez en los últimos 3 meses han tenido una alimentación no saludable y basada en poca variedad de alimentos. El hambre llega sin que nadie la requiera y se sienta en tu mesa, te disputa la comida, te cambia los modales, y como un pájaro negro en la noche, te abraza con su aliento fétido y amargo.

Nos cruzamos a tientas, nos sentamos en la mesa, imaginamos la mayonesa, el ketchup, y la Coca Cola fría, y adornamos nuestro plato con ramitas del patio, imaginamos una ensalada, y comemos como siempre, 2 pedazos de yuca sancochada, sin queso y mantequilla. Es lo único que uno ve por las calles, gente cargando bolsas con yuca, solo eso, es el único tubérculo que se puede comprar, muchos han muerto, por comer yuca amarga, es el riesgo que hay que correr. La yuca, al igual que el mango ha sido el oro de los dioses. Asomamos la escudilla al vecino, pero solo obtenemos vasijas rotas, perros abombados, asombrosos desechos y una irresoluta bandada de la nada. Nadie parece ahora conocerte, la amnesia es el nuevo vecino de este barrio. Todo se trasmuta con un hambriento matiz intencionado.

Según la Escala Latinoamericana y Caribeña de Seguridad Alimentaria (Elcsa),en relación con el acceso a los alimentos, las familias de Maracaibo afirman que cuando necesitan comprarlos les afecta más su alto costo (54,6%) que la escasez (24,5%). Los alimentos que más se han dejado de comprar por su costo o escasez son proteínas animales: carnes de pollo (21,3% lo atribuye a la escasez, 18,6% al costo), de res (19,8% por escasez, 20,3% por costo) y pescado (10,4% por escasez, 12,3% por costo). La peste ha sido tan desmesurada, que ahora se compran los alimentos por porciones: dos huevos, tres cucharadas de leche, una porción de crema dental para una cepillada diaria, los barrios se han convertidos en exploraciones intangibles del menudeo.

Elpidio Leal, contemplaba ahora la trama urdida, bajo la unánime luz cegadora. Vislumbraba su pasado; aún conservaba el llavero donde relucían las 2 fotos de sus hijos: “Este el varón y esta la hembrita”, solía decir en la barra del Delfín, a todo parroquiano anónimo que se le acercaba, pero ahora, solo eran bostezos del pasado. La hembra buscando un futuro mejor para sus nietos se marchó a Medellín, en tanto que el varón emigró al sur. A su mujer se la llevó el cáncer, le iba a tomar 2 años de salario reunir el dinero para el tratamiento, en una Venezuela donde la inflación anual se ubica en 1.000.000%. Se fue marchando de a poco, con aquel dolor en su rostro y llamando a sus antepasados, con la piel escamosa y aquella mirada coagulada, que fue la última que le dejó a Elpidio. Esa mirada lo acompaña siempre como un requerimiento. Ahora su mundo es una tromba azul de recuerdos, se ha convertido en el custodio memorioso de su familia fraccionada.

Hilaria Piña se incorpora a la cola y saluda, nadie entiende por qué está gorda, Olin Pardo, chofer de la ruta Milagro Norte, dice que es por su genética, porque al igual que nosotros no come un sebillo. Olin paró su carro por repuestos, nunca pudo reunir el dinero para repararle la caja, allí esta su viejo Malibú del 78 oxidándose en el patio de su casa. A veces llegan comensales de otros barrios y compiten con nosotros por un plato de comida, miramos la cola y medimos la distancia, y decimos: “Si llego”. Muchas veces después de una larga cola, muchos se han ido sin nada en el estómago. Siento a Rafito Espinoza resollándome al oído, con esa voz sibilina salida de un recinto clausurado: “Ese carajo es de Teotiste de Gallegos, ve chico, se viene a comer la comida de nosotros” y se forma la gresca, pero siempre interviene alguien del voluntariado: “Todos tienen derecho mientras hagan su cola”.


Elpidio se había convertido sin saberlo, en un bachaquero del hambre, los miércoles, iglesia del padre Claret, los sábados, iglesia San José, los jueves, 5 de Julio, y así se recorría la ciudad en busca de un poco de comida. Cuando no quedaba ya nada que recorrer, entonces tocaba hurgar en los potes de comida de las residencias encumbradas de la ciudad. La gente de los edificios ahora no botaba la basura como antes. Los desperdicios alimenticios los agrupaban en dobles bolsitas de plásticos para que se conservaran bien, y pudieran calmar el hambre a quienes se daban a la tarea de hurgar en ellos. En la mañana el espectáculo era asombroso, las bolsas negras de la basura rasgadas y todo los desperdicios tirados en las aceras. Los indigentes se pasan los datos, en la 75 con la 3Y ya no botan la comida, olvídate del Tacagua, del edificio El Pino y del Saturno, esa gente entró en crisis, hay que recorrer los de la calle 72 que todavía conservan ese status de antaño y se consigue comida variada y fresca.

Todos en la cola en algún momento han hurgado en la basura, se lo dicen sin vergüenza, se lo dicen, como quien revela un secreto del pasado, escarban con sus manos hirsutas, ese grano de fuego colmado porlegiones de hormigas. ¡Muchedumbre domesticada!

Muchos fueron comprados por los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, las conocidas cajas CLAP, ese mecanismo de control social que se inventó el gobierno, las gentes en los barrios bromean: “Son como el período, llegan una vez al mes y duran una semana”. Las mismas son un aparato más de corrupción administrativa, son elaboradas en Panamá, con productos mexicanos, lo que arroja el consabido sobreprecio y desde luego la manida corrupción, que de seguro ya ha hecho millonario a más de uno a costilla del hambre de los más necesitados.Según los estudios poblacionales realizados por Codhez: “Las ayudas económicas del gobierno y las cajas CLAP, aunque alcanzan a una gran parte de la población, por sí solas no parecen ser idóneas pues se trata de medidas de compleja ejecución que generalizan el diagnóstico y la puesta en práctica de la ayuda que requieren las familias. Un dato revelador de esta circunstancia es que 100% de los hogares encuestados respondió que las cajas CLAP no contienen las provisiones suficientes para una alimentación adecuada”. Raimundo se queja, es lo peor que pude haber hecho, me sacan de la casa a cuanta marcha gubernamental organice el gobierno, so pena de que me quiten el beneficio. Muchos debemos marchar, sin que queramos hacerlo, pero es que el hambre tiene cara de perro… Qué se le va hacer.

Avanza la cola de a poco, se mueve sinuosa y lenta, son muchos los que hay que atender, un señor con una franela con los ojitos de Chávez se desmaya, y es introducido a la iglesia, le dan agua con azúcar. El padre Ovidio me dice: pasa mucho, no tienen fuerza ni para sostenerse, cuando lo tomas por sus brazos te da escalofrío. Luis Antúnez, chavista confeso, ahora descree de toda la narrativa de heroicidad que se inventaron para mantenerse en el poder, conserva la franela porque no tiene nada que ponerse. En esta cola todos tenemos una cuenta por cobrar, un deseo irrefrenable de arrepentimiento. En los ojos de la gente se refleja la burla a la que fueron expuestos. Es la mirada de la congoja. Esos ojos inyectados a punto de estallar, llenos de anfiteatros colmados de muertos, miran los de Chávez que parecieran contemplarnos más allá del bien y del mal. Todos nos hemos convertidos en acróbatas del hambre, intentamos engañarla, pero ella es esquiva y guabinosa. Hervimos la pasta y la licuamos con una cucharadita de leche y nos inventamos una merengada, machacamos en un mortero las raíces hirsutas de una cebolla en rama junto con unas conchas de papas y aderezamos con ello unos frijoles magros, recolamos la borra del café una y otra vez; pero el hambre siempre vuelve y nos toca la puerta. Nos muerde siempre con el quejido del desengaño, a veces la acariciamos para que no se despierte, pero siempre viene como una vocal ensangrentada, sigilosa como la mordedura tísica del desengaño.

El informe de la Escala Latinoamericana y Caribeña de Seguridad Alimentaria (Elcsa), asegura que 8 de cada 10 hogares reportan que tanto adultos como niños han dejado de tener una alimentación saludable.76,8% de los hogares reportó que alguna vez en los últimos 3 meses por falta de dinero u otros recursos, los adultos dejaron de tener una alimentación saludable por no incluir alimentos en cantidad y calidad necesarias para proporcionar comidas saludables y balanceadas. En los estratos D (85,7%) y E (86,4%) la tasa de respuestas afirmativas es más del doble que en las clases A-B (30%) y C (36,8%). En relación con este dato es preciso destacar que los hogares del estrato E señalaron que en los últimos 3 meses su principal problema fue la mala alimentación (21,2%)

Elpidio siente los estragos de la falta de nutrientes en su cuerpo, asegura que sus funciones no son iguales, advierte una falencia en su organismo, requiere de Losartan potásico, pero ya no lo puede costear, también Avodart 5 mg para la próstata, pero cuesta 70 dólares, porque ahora en este país los precios no te los dan en bolívares sino en dólares. Toñito, el hijo de Aspacia Lozano, convulsiona cada cierto tiempo, requiere de Tegretol 200 mg, pero Aspacia no tiene cómo comprarlo, llora de la impotencia, todos nos acercamos a consolarla, pues es muy poco lo que se puede hacer. Elpidio intuye un deterioro sistémico en su cuerpo, entiende que ya no es capaz de producir las hormonas y enzimas necesarias, causando de esta forma la falla de muchas de sus funciones. Su músculo cardíaco se encoge y debilita y sabe que corre el riesgo de sufrir un infarto. El último órgano en encogerse y fallar es el cerebro. Su cerebro se ha vuelto perezoso, le cuesta pensar, analizar y sacar cuentas, se ha convertido en un reducto memorioso del pasado.

Tu cuerpo se adapta a la falta de alimento disminuyendo la tasa metabólica para conservar energía. Como la glucosa es la principal fuente de energía, la fatiga se produce cuando se agotan las reservas de este carbohidrato. Pasar varias horas sin comida puede producir una caída notoria del nivel de azúcar en la sangre.La deficiencia de vitamina B12, por ejemplo, puede traer problemas de memoria, falta de concentración y depresión. Por otra parte, la deficiencia de vitamina A es la mayor causa de la ceguera en el mundo.

En el futuro este barrio desaparecerá, estará allí pero no podremos verlo, será un escozor sombrío. Muchos ya no ven a dos palmos de distancia. Este barrio se ha convertido en una imprecación de sudarios, jalonando nuestro destino a 2 metros bajo tierra.

8 de cada 10 hogares reportan que tanto adultos como niños tienen una alimentación monótona. La poca variedad de alimentos también es una constante en la dieta de las familias marabinas. 80,4% de los hogares reportó que alguna vez en los últimos tres meses, por falta de dinero u otros recursos, los adultos tuvieron una alimentación monótona. La tasa es más alta en los estratos D (87,3%) y E (84,7%) en comparación con los A-B (50%) y C (49,6%).

Los hijos de Elba Pimentel, cuando ven el plato de comida dicen al unísono, “otra vez lentejas”. Que se le va a hacer, la comida se ha vuelto monótona en este barrio y ha dejado de ser un placer desde hace mucho tiempo. Las conversaciones son monótonas también, se remiten a la mala situación y al hecho de si pudiste comer algo. La solidaridad de antaño se perdió, ya nadie le da nada a nadie, ni siquiera sal. A veces, traen las pocas cosas que compran en bolsas negras para no tentar a los vecinos. Cuando alguien trae algo de comida en una bolsa del supermercado, la gente los mira codiciando esa bolsa de alimento. Se come lo mismo una y otra vez. En un futuro habrá que reivindicar a la mata de mango, su fruto salvó a más de uno de esta hambruna. Para muchos ha sido el alimento por excelencia, la gente come mangos a diario, donde consiguen una mata, se paran y como perros rabiosos tumban sus frutos a punto de pedradas. Se compra un pan francés, solo uno, no alcanza para más y lo rellena con mango maduro, a veces es el único alimento en el día.

Todos en esta cola; somos una cruel estadística internacional. Una mancha sazonada de cal, un letárgico brebaje difícil de digerir. La contracción económica en estos últimos 5 años ha sido de -50%, en La Gran Depresión fue de un -30% y tan solo duró 3 años. El sueldo mínimo es de 6 dólares mensuales, con eso no se puede pagar una cena decente en ningún sitio, y la pobreza extrema se ha disparado a un 61% según cifras de la Encuesta sobre Condición de Vida en Venezuela (Encovi). Todos formamos parte de ese sector de pobreza extrema, que ha crecido como un torbellino de abejorros en medio de la pupila de la noche.

La última vez que vi a Elpidio Leal estaba tan flaco que su cuerpo ya no producía sombra, se fue alejando como se aleja un navío en alta mar, lo recuerdo ahora desde la estela de recuerdos que de él fueron quedando. En este instante por ejemplo, recibe su hostia adolorida, se sienta en el confesionario y se pregunta por qué es que Dios se ha marchado, el padre Ovidio le dice que siempre ha estado aquí, pero Elpidio ya no puede verlo, sin embargo, se persigna igual, no vaya a ser que esté en un demudado asiento de la casa parroquial.


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