En la carretera que une a las ciudades colombianas de Cúcuta y Pamplona, los «ángeles de la guarda» socorren con ropa, alimentos y hospedaje a venezolanos que han salido caminando de su país para escapar de la crisis y buscar una mejor vida en otras naciones.

Centenares de personas recorren a pie cada día los 77.6 kilómetros desde el puente Simón Bolívar, por donde entran a Colombia, hasta la fría Pamplona, una carretera en la que tienen que enfrentarse a duras pendientes y en la que, de acuerdo con cálculos de la Cruz Roja Colombiana, pueden tardar 17 horas caminando.

Sin embargo, en ese camino los venezolanos se encuentran con refugios, puestos donde les regalan ropa y les dan servicios clínicos, un alivio en su penosa travesía llevando a cuestas una maleta o un bolso y, en muchos casos, niños pequeños.

Uno de esos puntos es el que puso la iglesia evangélica Centro Mundial de Avivamiento, que está a cargo del pastor John Jairo Gauzayá, quien aseguró que su objetivo es «atenderles en comida, en alimentación, en zapatos, en vestido y, sobre todo, en la palabra de Dios».

«La intención es poderle dar a todos cuando hay la necesidad o cuando hay la provisión también, pero lo normal es que demos prioridad a la entrega de las ayudas», explica.

En la casa que su iglesia tiene adecuada en plena carretera para atender a los caminantes, donde cuenta con sillas y una pequeña bodega en la que se guardan pantalones, camisas y zapatos para donar, hay también espacio para que al menos 50 de ellos pasen la noche cuando sea necesario.

Gauzayá manifestó además que les da consejos a quienes pasan por ahí, entre los cuales están que no se fíen de todo el mundo y tengan mucha fortaleza porque no en todos los lugares los tratarán igual de bien.

De acuerdo con los cálculos que hace, son en promedio entre 100 y 150 las personas que pasan todos los días frente a esa casa de asistencia a los inmigrantes.

Uno de esos casos es el de Elvis Torreal, que atendió a Efe antes de partir del refugio y quien tuvo que abandonar su natal Barquisimeto, capital del estado de Lara (norte), y dejar a su familia sin comida.

«Entre una hermana y mi mamá me hicieron una vaca (colecta) para el pasaje, llegué hasta San Antonio y de ahí pienso llegar hasta Bucaramanga a pie», afirmó.

Uno de los apoyos que recibió fue de la Cruz Roja Colombiana, que tiene un puesto a las afueras de Cúcuta en el que provee de agua, medicinas y alimentos a quienes lo necesiten.

Junior Javier, un joven venezolano que viaja con su pareja Andreína y que dijo que ha «conseguido personas en la calle que nos han dado buenos consejos, que nos han ayudado, nos han dado agua».

Su destino de paso es Bogotá, donde espera radicarse un tiempo y cuenta con amigos que lo pueden recibir por uno o dos días, pero la su meta es llegar a Perú, donde considera que tiene más gente que lo puede ayudar y habrá más facilidades para conseguir un empleo.

Sin embargo, su verdadero deseo es que la crisis de su país se solucione y pueda regresar lo más pronto posible a su hogar, Maracay, capital del estado Aragua. «Ese es el sueño de nosotros, allá está la familia», aseguró con la misma esperanza que llevan encima todos los venezolanos emigrantes», expresó. 


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