Desde el centro hasta el este de Caracas hay largas colas de hasta 20 carros en las estaciones de servicio. El suministro de gasolina, que desde hace meses falla en estados como Nueva Esparta, Táchira, Zulia, Falcón y Bolívar, ahora también es una realidad en la capital. 

Bajo el agotador sol de este miércoles, los conductores bajaron los vidrios de sus carros para no sofocarse mientras esperaban su turno para, al menos, llenar el tanque con la gasolina de 91 octanos, que es la única que se consigue. El olor del combustible se percibía más intenso de lo usual, los ciudadanos colocaban pañuelos en sus narices para aplacar el hedor.

María Silva se ventilaba la cara con una mano y con la otra intentaba recogerse el cabello mientras avanzaba la cola de carros en la estación de servicio ubicada en Parque Cristal, en el municipio Chacao. 

“Voy a llenar la otra mitad del tanque por si acaso. Me da miedo lo que pueda pasar”, dijo al equipo de El Nacional Web, que constató la situación en bombas de servicio desde Los Dos Caminos hasta Maripérez.

Los bomberos, que no se daban abasto por la cantidad de personas que esperaban llenar el tanque de su carro, también tenían que responder una y otra vez la misma pregunta: «¿Hay de 95?».

“Señores, solo hay de 91. No hay más nada”, dijo en voz alta una de las bomberas, atareada por el trabajo y con la frente brillante por el sudor.

En una bomba de Las Mercedes, una de las zonas del municipio Baruta más concurridas de Caracas, el panorama cambiaba ligeramente: vehículos particulares, diplomáticos e incluso de cuerpos de seguridad del Estado, como el Sebin y La Policía Nacional Bolivariana (PNB), se encontraban en la interminable cola que abarcaba los dos canales de la avenida Río de Janeiro. Los carros que transitaban por la zona tocaban corneta repetidas veces para que les abrieran paso. Los conductores no se movían para no perder su turno.

En medio de la agotadora espera, la crisis alimentaria salió a relucir. “Señor, ayúdeme con algo para almorzar, por favor”, dijo un niño con la ropa sucia y los pies llenos de grasa a un hombre que surtía su carro de gasolina. «No tengo nada», le respondió sin levantar la mirada. El niño, después de una carcajada sarcástica, fue al carro de atrás a pedir dinero.

En El Cafetal la situación era lo más parecido a una paralización del servicio. Conos anaranjados prohibían el paso a las máquinas surtidoras y los trabajadores estaban sentados en un muro amarillo, distraidos entre cuentos y chistes.

“¿Hay gasolina?”, les preguntaban. Uno gritó: “No sabemos nada, tenemos tres días sin que llegue un camión». Otro agregó, para mayor preocupación de los conductores: «No sabemos cuándo se va a resolver esta situación».


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