Cuando la inflación acorrala, multiplicar los ingresos se convierte en una necesidad. En muchos hogares tener un solo trabajo se ha vuelto la excepción y no la regla: emprender un negocio, “matar tigres”, hacer horas extra o asumir más de un empleo es la solución que cada vez más venezolanos improvisan para llegar a fin de mes, aun a expensas de su propia salud. ¿Pero qué pasa cuando se abarca más de lo que se puede manejar?

El burnout (del inglés “quemarse”) ha sido descrito como un síndrome que afecta física y psicológicamente a quienes trabajan en exceso o se sienten abrumados por una sobrecarga de responsabilidades. Cuando la presión es mucha y aún así el individuo siente que no logra alcanzar sus aspiraciones, es común que se decepcione del poco reconocimiento –económico y motivacional– o del escaso avance profesional que percibe a pesar de lo mucho que trabaja, y que por ende comience a hacer el mínimo esfuerzo para lograr “cumplir” con todo lo que se le encomienda. El esmero y la conexión emocional positiva hacia esas funciones habituales se pierden y la sobrecarga de tareas da paso a la irritabilidad y la frustración. En otros casos ganan terreno el fastidio, el desánimo, la baja autoestima y la indiferencia. A largo plazo, estas emociones no tratadas pueden llegar a evolucionar hasta convertirse en depresión, ataques de pánico o trastornos de ansiedad.

¿Me fundí? A escala orgánica, el burnout puede manifestarse con dolores de cabeza, tensión arterial inestable, cansancio extremo, taquicardia, trastornos digestivos y hormonales, problemas respiratorios, dermatitis, caída del cabello, insomnio y dolores musculares. También es frecuente que el individuo sea más propenso a presentar cuadros infecciosos a repetición, pues sus defensas disminuyen ante ese estrés sostenido.

Cuando un individuo está “quemado”, tomarse un receso habitual como un fin de semana libre –o incluso el mes completo de vacaciones– no es suficiente para compensar el desgaste acumulado, sobre todo cuando la desconexión del trabajo no es completa. De hecho, a veces ni siquiera alejarse o cambiar de empleo bastan para volver a motivarse. Según los expertos, el nivel de agotamiento es tanto que puede ser difícil encontrar alivio incluso en las fuentes tradicionales de relajación, placer y esparcimiento, como la comida, los deportes, el sexo, los viajes, la interacción familiar, la música. En algunos casos, la persona llega a desear que ocurra algún evento de fuerza mayor que lo “salve” de esa situación estresante sin tener que poner en entredicho su nivel de profesionalismo ni sacrificar la estabilidad de sus ingresos.

¿Cómo evadirlo? Si de cualquier modo la situación obliga a no parar y toca optimizar cómo invertir el esfuerzo, es fundamental desarrollar estrategias para no fundirse. Algunas medidas útiles son:

  • Ser selectivo. Cuando sea posible, en lugar de dispersarse entre varios trabajos pequeños, es preferible concentrarse en expandir los más satisfactorios y lucrativos. Esto suele rendir mejores dividendos económicos y emocionales.
  • Organizarse. Si resulta inevitable hacer varias cosas al mismo tiempo, procure darle a cada cual un momento fijo durante el día. Diseñarse una estructura hace que el desgaste mental sea menor.
  • No descuidar la salud. Ningún trabajo es realmente más importante que estar sano. Cuando su cuerpo dé señales de cansancio, escuche y obedezca. Permítase oportunidades para descansar y desconectarse por completo, sin preocupaciones ni remordimientos. Comer y dormir en horarios consistentes también es muy útil.
  • Ser realista. El que mucho abarca, poco aprieta: sea honesto con el volumen de trabajo que realmente puede asumir sin colapsar. Si se siente culpable continuamente por tomarse un descanso o si su relación con el trabajo se ha vuelto adictiva, considere buscar ayuda profesional para recalibrarse.

Fuentes consultadas: Psychology Today www.psychologytoday.com / Clínica Mayo: www.mayoclinic.org / Time Magazine: www.time.com


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