Discutir por nimiedades, llorar por cualquier cosa, preocuparse hasta el insomnio o sentir culpa por lo que otros no tienen son algunas reacciones que se relacionan con la tensa situación que atraviesa el país. “Pasa mucho, por ejemplo, que recibamos insultos fuertes por cosas que hacemos sin intención y enseguida nos enganchemos a pelear, o que nos quedemos con la indignación de eso que nos dijeron o nos hicieron injustamente y no lo dejamos ir por un buen rato”, explica el psicólogo y motivador Carlos Valero. “Sin embargo, nosotros somos los que le damos valor o poder a ese momento para que nos afecte o no. No es lo que ocurre lo que nos define, sino lo que nosotros hacemos con eso”.

Antes de reaccionar, Valero recomienda recordar que el otro tiene su propia historia y que por eso también tendrá sus propios motivos —que no conocemos— para estar frustrado o nervioso. Por eso no vale la pena tomárselo todo como una injuria personal. Del mismo modo, advertir que los demás están muy susceptibles es una buena oportunidad para verse en el espejo, pues la propia tendencia a reaccionar desproporcionadamente da cuenta de que esa frustración necesita descargarse de otro modo y de que hace falta generar más endorfinas. ¿Cómo hacerlo? El experto señala que el ejercicio es una excelente herramienta. “Uno puede buscar todas las excusas del mundo y decir que ni por la cuadra se puede caminar ya, pero también hay formas de ejercitarse dentro de la propia casa: bailar, subir escaleras, hacer yoga”, ilustra. Reunirse con un amigo a hablar sobre temas agradables, tener una vida sexual activa y jugar con niños y mascotas también ayuda.

¿Qué más se puede hacer? Tener presente que no se puede complacer a todo el mundo es otra gran medida de autorregulación, sobre todo en esta atmósfera inflamable. “Siempre va a haber alguien que esté en desacuerdo con nuestras opiniones o nuestras formas de proceder. Por eso mismo tenemos que desarrollar la conciencia de que somos seres individuales y autónomos que tienen derecho a tomar sus propias decisiones y no dejarse avasallar por lo que opinen los demás. Mientras no violentemos a nadie, somos libres de hacer lo que queramos”, dice el psicólogo. “Por ejemplo, si mañana hay marcha y yo siento que lo correcto es que mis hijos vayan a clases —porque siento que es lo mejor para ellos, porque estudian en un lugar seguro donde no les va a pasar nada y yo puedo llevarlos y recogerlos sin riesgos—, los mando y punto. Si otros papás no están de acuerdo y se molestan porque piensan de otro modo, ya el problema de aceptar eso es de ellos, no mío”.

Supervivencia emocional. A juicio de Valero, nos encontramos en una situación de zozobra similar a la de un país en guerra. De ahí que muchos individuos asuman un modo de supervivencia defensiva que se extiende a distintos ámbitos. “Aun así, debemos entender que estos no somos realmente nosotros. Tenemos que buscar la forma de recuperar nuestra salud emocional porque lo que estamos haciendo no está funcionando. Atacarnos entre nosotros no sirve de nada. Tenemos que comprender que cada vez que insultamos a alguien, lo que generalmente hacemos es proyectar en ese ataque nuestros propios problemas emocionales, porque no sabemos cómo manejarlos”.

Uno de sus consejos es aprender a calibrar las fuentes de ansiedad. Conectarse a las redes todo el día para enterarse de todo lo que está pasando —por ejemplo— es útil hasta cierto punto, pero hay una delgada línea que luego las convierte en un factor tóxico. “Es cierto que en este momento son una fuente invaluable de información hasta para saber por dónde transitar, pero honestamente no necesitamos saber todo lo que está pasando minuto a minuto en todas las ciudades ni creer en todos los mensajes que nos llegan, porque nos ponemos paranoicos. Desconectarse por unas horas no es negar la realidad, es que también recibimos demasiado ruido y uno tiene derecho a protegerse de lo que le produce ansiedad”, expone el especialista. Lo que no debe pasar es permitir que esa preocupación secuestre cosas más importantes y más nutritivas para el equilibrio emocional, como pasar tiempo con los hijos o compartir con la pareja.

En la misma tónica, recordar las fortalezas y celebrarlas ayuda a no dejarse envolver por la desesperanza. “Tenemos que enviarnos mensajes positivos y recordar las cosas que sí tenemos: vivienda, salud, empleo, familia, habilidades. Nos han enseñado a concentrarnos en lo que nos falta, pero lo que no debe pasar es que nos estanquemos en una queja vacía. Si el sueldo no me alcanza pero aun así estoy en capacidad de probar con un negocito que ya tengo visto para mejorar mis ingresos, lo lógico sería que lo intente: lo que no debe pasar es que nos saboteemos en todo antes de empezar y dudemos siempre de nuestras propias capacidades. Si en lugar de ir fluyendo y haciendo ajustes, solo pensamos en todo lo que va a salir mal y no hacemos más nada, entonces no tiene caso que nos sigamos quejando. Siempre podemos mejorar”.


Me siento culpable

Hay quienes señalan que, aun cuando buscan relajarse o entretenerse, se sienten culpables por la comida que pueden poner en su mesa, o se cuestionan cómo se puede celebrar el Día de las Madres —por ejemplo— si algunas no tienen a sus hijos. “Por duro que suene, hay que tener siempre presente que tu vida es tu vida y la vida de los otros es de los otros. Por tu propio bien no puedes enredarte con las situaciones difíciles de todo el mundo”, indica el experto. “Si de verdad quieres ayudar a los demás, puedes participar en un grupo de apoyo o en un voluntariado y hacer actos de solidaridad, pero si no te permites ni tomarte una cerveza con un amigo porque hay otros que la están pasando mal, ¿qué logras con eso? Lo único que resuelve un problema son las acciones. Si esa sensación de culpa es continua y además ocurre en muchos aspectos, lo conveniente es buscar ayuda terapéutica”.



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