Es mucho lo que se les exige y poco lo que se les reconoce. A pesar de su corta edad, los niños, niñas y adolescentes también tienen derechos como pacientes. “Uno es la lactancia materna exclusiva por lo menos hasta los seis meses si no hay contraindicación médica, así como a ser evaluados en consulta de niños sanos, primero mensualmente y luego una vez al año. Los niños tienen derecho a recibir su vacunación, a ser atendidos oportunamente ante cualquier situación de salud, a que sus padres los acompañen en todo momento y a que esos representantes aprueben cualquier procedimiento médico”, explica el pediatra Guillermo Stern.

Además de los derechos que reconoce la Lopnna, Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, hay otros que se suman al acto médico. “Uno es el respeto al pudor del niño a partir de los dos años: lo examinamos con su ropita interior puesta y solo hasta el final de la evaluación revisamos el área genital, siempre bajo la supervisión de los padres y con mucho cuidado. Los padres deben estar presentes durante toda la consulta y tienen derecho a hacer las preguntas que consideren, porque pueden ser dudas muy importantes. También el niño tiene derecho a que se le explique, en términos que pueda entender, qué tiene, qué se le va a hacer y por qué”, recalca.

Si se requiere cirugía, es necesario informarle con conceptos comprensibles para su edad por qué se hace ese estudio u operación, en qué consiste y cuál va a ser el beneficio. “Eso es parte de lo que llamamos psicoprofilaxis quirúrgica, que es ese proceso de preparación y acompañamiento psicológico para el acto quirúrgico del paciente pediátrico y de sus padres”, afirma la psicóloga infantil Grecia Gómez. Es una estrategia que se apoya en la psiconeuroinmunología y aprovecha el aprendizaje y práctica de métodos para bajar la ansiedad, a través de técnicas como juegos, dibujos, manejo de la respiración, meditación, relajación guiada, visualización creativa y reconocimiento del entorno, entre otros.

“Como inducción, por ejemplo, es ideal que el niño pueda conocer previamente al médico que lo va a operar y a las enfermeras –que las salude, que sepa cómo se llaman–, que vea la indumentaria que le van a poner ese día y explicarle por qué todos van a estar vestidos de manera parecida. De hecho, si puede ver el quirófano o cómo son los espacios donde se va a quedar, así sea desde el vidrio, también es bueno. Lo que se busca es que más o menos sepa con qué se va a encontrar y que tenga un primer acercamiento con el personal para que no se sienta tan intimidado; que sepa quiénes lo van a cuidar en esos ratos en los que mamá y papá no puedan estar con él. Así, cuando se despierte, por lo menos sabrá dónde está y quiénes son esas personas”, subraya Gómez.

La especialista añade que los niños colaboran más de lo que los papás piensan cuando tienen claro por qué le están haciendo esas cosas y por qué son necesarias. “Cooperan a su escala aunque no les guste, porque básicamente a nadie le agrada que lo operen. Más que subestimarlos, es mejor empoderarlos con información para que entiendan que su colaboración es fundamental”. El pediatra Guillermo Stern coincide: “Nunca es recomendable llevarlos engañados o no explicarles lo que va a pasar porque, como todo paciente, ellos tienen derecho a saber”.

¿Cómo deducir cuál es la manera correcta de dosificar la información? “Muchas veces la necesidad de dar respuestas viene dada por la misma situación: hay papás que no les cuentan absolutamente nada porque piensan que es una forma de ahorrarles ansiedad o sufrimiento, pero muchas veces ese silencio se convierte luego en un problema. Si vamos a llevar al niño a hacerse una tomografía o una resonancia, pretender que no se mueva y se quede solo dentro de un aparato gigante o que hace mucho ruido, que acepte todo eso sin resistirse ni asustarse puede ser bien difícil si no lo preparamos de antemano, por ejemplo. Necesariamente hay que explicarles con tiempo y ecuanimidad cómo va a ser esa dinámica y para qué”, ilustra Gómez. “Otras veces ellos mismos son los que nos van a pedir respuestas sobre lo que les preocupa. Como padres, estar informados y saber manejar la ansiedad también es fundamental, porque si nosotros mismos entendemos la utilidad y los motivos y asumimos esos procesos con serenidad y buena disposición, es más probable que el niño se mantenga calmado”.

Sácame de aquí. Aunque la relación con el personal de salud sea buena y el niño entienda los motivos, también puede pasar que se asuste mucho el día de la consulta o procedimiento y se quiera ir. “En esos casos debemos permitirles que lloren y se expresen. A veces el primer impulso de los papás es decir: ‘cálmate, no llores, no te preocupes, no está pasando nada’, cuando en realidad el niño tiene motivos porque sí está pasando mucho. En esos casos, más que tratar de frenarlos, lo que más ayuda es llevarlos aparte y decirles: ‘mi amor, a mí tampoco me gusta esto y yo también quisiera que estuviéramos en otro lado, pero tenemos que hacerlo para que te sientas mejor. Dime cómo te sientes o qué necesitas y llora si tú quieres, que yo te abrazo y voy a estar aquí contigo’. Y lo abrazamos, lo acariciamos o le agarramos la mano. Eso es más honesto y le ofrece más contención que negarle lo que siente”.

Cuando se trata de procedimientos invasivos, como tomas de vía o de muestras de sangre, es necesario evitar la violencia física y verbal. “Muchas veces pasa que el técnico del laboratorio va a sacar la sangre o tomar una vía y no lo logra al primer intento ni al segundo y el niño ya se siente lo suficientemente nervioso y vulnerado. En esos casos es preferible no insistir, dejar pasar un rato para que el infante y los padres se relajen, y luego volver a  probar en manos de otro técnico o enfermera. Empeñarse en una secuencia repetida de intentos fallidos lo que hace es estresar a todo el mundo sin necesidad”, apunta Stern.

Cuando es inminente una operación, también es necesario explicarle al niño cuáles son las acciones que deberá limitar por un tiempo después de la intervención y por qué. “Todas estas son cosas que se pueden trabajar con apoyo psicológico. Es muy útil proponerle al niño que planifiquen en conjunto cuáles son las actividades que a él le gustaría hacer o aprender en ese periodo de reposo para entretenerse, y si no puede ir por un tiempo al colegio, hacer una lista de los amiguitos que le gustaría invitar a la casa para que lo visiten, por ejemplo”. El objetivo es balancear un poco la lista del “no puedo” con la lista de “sí puedo” y que al pequeño no lo tome por sorpresa su convalecencia, sino que la asuma como una etapa más del proceso que es necesario para recuperarse mejor y más rápido.

¿Qué más ayuda? “El niño puede tener muchas preguntas y es bueno que las exprese. Lo podemos invitar a que anote en una libretica todas las dudas y que el médico se las responda”, propone la experta. Para Stern es fundamental que la visita al pediatra no sea utilizada como amenaza ante una mala conducta. “Hay papás que le dicen a sus hijos que si se portan mal los van a llevar al médico para que los puyen, y por más amable que sea el trato del pediatra, esos niños lógicamente llegan aterrados porque se supone que eso es un castigo. Es necesario que aprendan que van al médico por su bienestar y no porque hicieron algo malo, y la idea es tratar de hacerlos sentir lo más cómodos posible”.

(RECUADRO)

Refuerzo positivo

La psicóloga familiar Grecia Gómez señala que es ideal reconocerle al pequeño su colaboración. “Es importante que él o ella sepan que valoramos su esfuerzo ante estas situaciones. A nadie le gusta que lo inyecten, pero hay niños que aunque lloren o tengan miedo, igual cooperan, así sea bajo cierta presión. Todo eso es valioso. Podemos decirles: ‘yo sé que esa vacuna duele, pero te agradezco mucho que hayas colaborado con la enfermera, lo hiciste muy bien’. También puede pasar que el chiquillo pida una pausa antes de dejarse hacer lo que haga falta y evidentemente no le podemos dar tiempo indefinido, pero sí decirle: ‘si no estás listo, puedo volver en dos minutos. ¿Te parece?’ Y a los dos minutos, retomar. Si toca sacarle la sangre, es bueno explicarle en términos adecuados para su edad para qué se hace y por qué es importante. Y una vez que los resultados estén, contarle que hay valores que salieron bien y otros que se pueden mejorar, por ejemplo. Así ellos saben que esa incomodidad valió la pena y que su ayuda es indispensable”.


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