Un protagonista vivo de los acontecimientos de 1958 es el veterano dirigente político Américo Martín, en aquel entonces un muchacho de 19 años de edad que dirigía la Juventud de Acción Democrática. Cuando el dictador Pérez Jiménez cae, Martín ya lleva preso cuatro meses en la cárcel caraqueña El Obispo (en El Guarataro) y es de los liberados que participa en el frenesí callejero y democrático de aquella actividad. 

Para quien ha sido dirigente de AD, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, abogado, parlamentario, escritor, polemista y orientador de la alternativa democrática en Venezuela, el 23 de Enero fue la culminación de un proceso de resistencia, lucha e insurrección que seis décadas después aún nutre reflexiones sobre la marcha política del país. Varias de ellas las compartió en diálogo con El Nacional

¿Cómo ubicar el acontecimiento que fue el 23 de Enero de 1958? –Un hito, un momento de referencia. Ningún otro tiene su importancia para la democracia venezolana. Fue un hecho muy singular, reflejo inicial de lo que es la globalización en materia política. Ocurre en el marco de una sucesión de dictadores que caían. Juan Domingo Perón en Argentina y quien se le asemejaba en Brasil, Getulio Vargas; Manuel Odría en Perú; Gustavo Rojas Pinilla en Colombia. Posteriormente Marcos Pérez Jiménez en Venezuela y Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana. 

Esa internacional de las espadas había dominado la región y había dejado solo unos islotes democráticos: México, con su neutralidad; Bolivia, con su revolución de 1952 y Costa Rica. 

La caída de las dictaduras, ese efecto dominó, marcó el contexto internacional en el que se originó el 23 de Enero. 

¿Cómo fue posible derrocar un gobierno como el de Pérez Jiménez, con estabilidad y alto crecimiento económico, una moneda fuerte, pleno empleo, modernas obras de infraestructura y un buen nivel de seguridad ciudadana? –La economía no justificaba una insurrección, pero el gobierno no era proclive a reformas de tipo social. La educación, en particular la universitaria, y las libertades públicas estaban muy maltratadas. Había solo tres universidades y el gobierno las trataba agresivamente. Los universitarios, la intelectualidad, estaba contra la dictadura y por un cambio hacia la democracia. La población campesina seguía muy mal. Por ese motivo, aunque parecía que no se movía una hoja y hasta la Iglesia Católica había sido muy neutra, se produce un giro en mayo de 1957 con la pastoral del arzobispo de Caracas, monseñor Rafael Arias Blanco, en la que denuncia las condiciones de vida de la población y se amplió el marco para la unidad contra la dictadura. 

¿Por qué hacía falta un marco amplio para esa unidad antidictatorial? –Desde la década anterior se arrastraban odios, prejuicios y rivalidades por razones más justificadas que las que existen ahora entre las fuerzas democráticas de Venezuela. Acción Democrática y el Partido Comunista habían combatido por el favor de las clases populares y los sindicatos. Copei hizo una fuerte campaña contra AD. Los presidenciables Rómulo Betancourt (AD), Rafael Caldera (Copei) y Jóvito Villalba (Unión Republicana Democrática) traían una fuerte rivalidad. Durante años hubo acusaciones de traiciones y dobleces ante el régimen. Fue gradualmente que los partidos adoptaron una línea proclive a la unidad, en el exilio y en la clandestinidad. 

¿Cómo fue que concluyeron en esa política y propuesta unitaria? –La buena política siempre se reduce a fórmulas elementales. Los dirigentes llegaron a una conclusión elementalísima, al nudo de la victoria: mantener la unidad por medio de lo esencial, salir de la dictadura; todos tenemos aspiraciones, pero vamos a resolverlas en democracia, que el pueblo elija a quien le guste más. A la unidad concebida así le alcanzó la famosa frase de Víctor Hugo: «No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo». Los partidos en 1957 eran débiles, pero se unieron en una junta patriótica y empezaron a surgir juntas patrióticas en toda Venezuela, y se abrió campo para la acción civil y militar que derrocó a Pérez Jiménez. 

Estudiantes y militares 
Entre los civiles, la historia recoge el aporte de los estudiantes. 

–El país vio que «algo» pasaba desde que los estudiantes de los liceos Fermín Toro y Miguel Antonio Caro, en Caracas, hicieron manifestaciones y huelgas en 1956. El Frente Universitario, que integré junto con representantes de las juventudes comunistas, de Copei y de URD, preparó una huelga estudiantil que estalló el 21 de noviembre de 1957 (conmemorado como Día del Estudiante). 

Yo había caído preso, los esbirros de la dictadura no me interrogaron sobre esa huelga, fue una sorpresa y un éxito. «Malditos estudiantes», profería Miguel Silvio Sanz, temible carcelero del régimen. El resultado de esa huelga fue animar más la unidad, para una insurrección popular o un alzamiento militar. 

El siguiente turno fue de los militares

–La huelga estimuló a los militares, pese al plebiscito fraudulento de Pérez Jiménez para reelegirse en diciembre de 1957. El 1° de enero de 1958 se genera el alzamiento dirigido por los oficiales Martín Parada, de la Aviación, y Hugo Trejo, del Ejército. El movimiento falló. Un Pérez Jiménez calzado con botas altas apareció en televisión, con jactancia: «Han sido vencidos los facciosos; el gobierno sigue con sus planes». Tres semanas después fue derrocado. 

Y luego el alzamiento que la historia bautizó como cívico-militar, poblado con las imágenes del pueblo en las calles junto a los militares. 

–El 23 de enero no fue exactamente un golpe militar, tampoco una rebelión de civiles contra militares. Fue un alzamiento de civiles y militares, vivido sobre todo en Caracas, sede del gobierno, y por las circunstancias entonces tan distintas en comparación con los medios y redes de comunicación de hoy día. Antes de llegar al 23 de Enero, en reuniones de los partidos en la clandestinidad, a veces se decía que no teníamos a nadie. En la Juventud de AD no éramos más de 500 en todo el país. Las otras organizaciones también tenían pocos miembros, pero cuando avanzó la idea del cambio mucha gente apareció. 

Y algunas lecciones 
¿Deja enseñanzas el 23 de Enero para las luchas políticas de este tiempo? –Una primera es que ocurrió al cabo de un largo proceso de manifestaciones de civiles, grupos sociales, políticos, religiosos y militares. Pero la enseñanza central es que fue posible cuando se colocó la unidad sobre las diferencias, en nombre del objetivo común. 

Aunque difícil, es una receta simple, porque por encima de las teorías conspirativas la política es más sencilla de lo que mucha gente cree. 

¿Tiene vigencia el «Espíritu del 23 de Enero»? –Si estuviera, el salto cualitativo sería muy grande. Me gustaría que se diera. Para ello, en la lucha política presente hay que motivarse más al logro y menos al gesto. El logro a veces implica un lenguaje más suave que el del gesto, pero con más resultados. Ya Platón en su diálogo «El político» define los rasgos del político y dice que debe estar dotado de fuerza para impulsar su proyecto, pero también de temple para contener los excesos de su proyecto. 


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