Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de este ilustre venezolano. Un hombre íntegro, de recios principios éticos, con una aquilatada labor académica, una vocación comprobada por la justicia social, un ejemplo de dignidad y una visión de las relaciones internacionales comprometida con la búsqueda de la paz, la justicia, la promoción de la democracia y la construcción de un nuevo orden internacional justo y humano. Fueron estos los pilares sobre los cuales Arístides Calvani condujo la política exterior de Venezuela durante el quinquenio 1969-1973.

Desempeñó con brillantez el Ministerio de Relaciones Exteriores durante el primer gobierno de Rafael Caldera defendiendo la acción internacional de Venezuela en ese momento sobre la base de los principios de la justicia social internacional, la unidad latinoamericana; el pluralismo ideológico y el nacionalismo democrático, entre otros.

Con igual firmeza rechazó la situación de dominación o sujeción de un país por otro. Así lo denunció el 6 de octubre de 1969 en su primera intervención ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, al tiempo que cuestionaba la política de bloques y división del poder mundial en torno a dos grandes potencias.

En esa misma ocasión fijó posición sobre el orden internacional injusto y el concepto de financiación del desarrollo, rechazando el término “ayuda” a los países subdesarrollados que “parecieran atribuir al dador cualidades de magnanimidad”, cuando en realidad constituye “una simple operación mercantil o persigue objetivos ideológicos y políticos”. Apelando al sentido de justicia, afirmó que mal puede llamarse “ayuda” algo que constituye un deber.

A juicio de Calvani, y así lo expuso en los foros internacionales, la paz y la seguridad mundiales no pueden limitarse a la ausencia de conflictos bélicos. La paz verdadera entre las naciones, decía, no puede ser una paz impuesta, tenía que ser voluntariamente buscada, aceptada y compartida.

Su visión sobre la consolidación del orden internacional, basada en el principio del bien común universal, era contrapuesta no solo al predominio de los bloques en lo político, sino que requería de un sistema monetario internacional con el concurso de todas las naciones que incluyera a los países en desarrollo.

En sus intervenciones ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, catalogadas como cátedras de ética política en las relaciones internacionales, profundizó sobre los desequilibrios y hondas desigualdades entre los países desarrollados y subdesarrollados, que aunado a las ambiciones de poder, el deterioro de los términos de intercambio en el comercio internacional, el poder de las armas, entre otros, mantienen y configuran sistemas de sujeción de signo económico o de signo ideológico.

Sus últimos años de vida los consagró a impulsar la estabilidad y la democratización en Centroamérica, en especial en Guatemala y El Salvador donde aún –a 32 años de su desaparición física– se le recuerda con respeto y afecto por su empeño y tesón en la difusión de los valores democráticos y de justicia social.


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