Ramón Isidro Montes publicó en 1844 Boves, una leyenda que califica como histórico-novelesca y se le considera el primer trabajo ficcional en el que debutaba un personaje histórico. Desde luego, esta obra no iba a pasar desapercibida para la mordaz pluma crítica de Gonzalo Picón Febres, quien no escatima los más denigrantes adjetivos para calificarla: trata a Boves con recalcitrante dureza y diagnóstica que la obra es soporífera y de diálogos insoportablemente rancios. Por su parte, Julio Calcaño, prologuista de Boves, lamenta que el autor no hubiese dedicado a su libro mayor disciplina.

Asimismo, durante este período encontramos a Guillermo Michelena, narrador que se dio a conocer con una novela moralizante que ya anuncia su orientación desde el mismo título: Garrastazú, o el hombre bueno perdido por los vicios (1858). A esta producción le seguiría Guillemiro o las pasiones (1864). Picón Febres, era de esperarse, no trataría con benevolencia a esta obra y la describió como laberíntica y de enrevesado estilo. Osvaldo Larrazábal, que nos tiene acostumbrado a señalar lo mejor de una obra, en este caso sería lapidario al decir que se trata de “una de las más extensas y farragosas novelas venezolanas de todos los tiempos”.

Mariano Picón Salas define a Julio Calcaño como un escritor de novelas de amor y sangre escenificados en Italia: como Blanca de Torrestella (1868) y El rei Tebas (1872). Guillermo Meneses, en el prólogo a su Antología del cuento venezolano, concluye que no se puede negar que Calcaño se aproxime al género; pero que quizás las dudas del mismo Calcaño sobre lo que un cuento realmente es lo hayan alejado de escribir un texto con las características del género. Meneses resuelve catalogarlo no como un cuentista propiamente dicho, pero lo reconoce, sí, como uno de los precursores de la narrativa breve en nuestro país. Para complementar esto, Domingo Miliani lo autoriza como el primer narrador que independiza el cuento venezolano de otras expresiones narrativas breves. Si pensábamos que Gonzalo Picón Febres sería categórico con la totalidad de la obra ficcional escrita por Calcaño, sorpresivamente valora ciertos aspectos de su obra “Latty Sommmers”, y la enaltece sobre sus otros textos; sin embargo, le otorga un escaso mérito: “Es uniformemente romántico, tanto en el fondo como en la forma que lo viste: unas veces lleno de terrorismo espantoso, otras de sentimentalismo alambicado”.


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