La palabra tiesto proviene del latín testu/testum cuyo significado es vasija de barro. También se utiliza para nombrar los fragmentos derivados de estos objetos –ánforas, macetas, frascos– cuando se han quebrado. En arqueología esas lajas irregulares son documentos, hablan sobre la vida de las civilizaciones antiguas: rituales, economía, disputas personales y guerras. Sobre su superficie fueron escritos poemas, cartas y transacciones comerciales. A la vez, eran utilizadas para recoger líquidos, rapar o rastrillar cenizas. Los tiestos han sido trozos de memoria y herramientas de utilidad cotidiana. Son huellas de objetos que perdieron su unidad y testimonios del ingenio humano.

Víctor Hugo Irazábal comenzó a interesarse por los tiestos gracias a un encuentro en Paraguaná con la obra de J.M. Cruxent. La aproximación al trabajo de este arqueólogo pionero –y artista plástico– despertó en él un interés particular por esos objetos antiguos. Halló en ellos, más allá de su valor científico, la importancia estética de la desestructuración y los tropos en los procesos conceptuales y compositivos del arte. Temas ya estudiados en sus experiencias por el Amazonas con el mundo gráfico de los yanomami y profundizado en el proyecto FRÁGIL.

Los tiestos arqueológicos dieron paso a los tieztos estéticos del artista. En su origen, unos y otros tienen relación con la fragilidad de un cuerpo físico, el juego retórico desplegado en la deconstrucción de los objetos, la transformación de un producto utilitario en texto visual, la ilusión generada por los límites conceptuales o materiales, la memoria finita de los seres humanos, la complejidad infinita del universo y los cambios producidos por los acontecimientos inesperados. Sin embargo, los tiestos provienen de eventos culturales colectivos: rituales, comercios o guerras. Al contrario, los tieztos emergen del trabajo íntimo en el taller: surgen de la experiencia del artista con los materiales, las ideas y las emociones. Unos son fragmentos cerámicos escondidos por el tiempo en los yacimientos arqueológicos. Otros son metáforas –tropos– originados en ejercicios semióticos: adición, sustracción, borradura, intersección e intercambio. Unos son testimonios, otros son artificios.

Los tieztos cubren la producción total del maestro: libretas de trabajo, instalaciones y pinturas. Él ha diseñado un complejo alfabeto visual a partir de los restos arqueológicos derivados de sus propios ejercicios creativos: fragmentos de papel, madera o tela. También de residuos de ideas, experiencias, viajes, investigaciones y sentimientos. Irazábal recupera materiales, emociones y conceptos; los clasifica e interviene y luego diseña con ellos nuevos acoplamientos: otros cuerpos –obras– que a pesar de la transformación no pierden su huella genética originaria. En ellos cualquier límite es una trampa. Los tieztos lejos de cerrar procesos abren senderos alternativos: lecturas hacia múltiples direcciones.

Las piezas remanentes de un proceso creativo pueden gestar otros proyectos, propuestas distintas. La mutación de aparentes desechos en pinturas, o bien en obras tridimensionales, es una obra semiótica: una operación que produce nuevos significados. A esto se le conoce con el nombre técnico de semiosis. Los signos plásticos –formas, colores, texturas– ampliados por el trabajo del artista suscitan lecturas inéditas, sentidos peculiares. Los tieztos son universos derivados de otros universos. En cada imagen o fragmento habita la energía primordial, el código genético de una nueva obra.

Con su trabajo, el artista desata la fuerza contenida al interior de cada trozo de material recuperado en el taller. Ellos no son silentes, neutros: guardan en sí discursos en potencia vinculados al conocimiento y la experiencia de toda una vida. Conservan el espíritu de los viajes de este maestro por Venezuela, su conocimiento del diseño gráfico, las horas dedicadas a la docencia, el estudio del arte universal, las influencias recibidas, el análisis de obras y los diálogos con otros artistas e intelectuales. Esos fragmentos, cargados ya con todo eso, al ser intervenidos en el proceso creativo, convocan imaginarios ancestrales, experiencias profundas y reflexiones anteriores. Asimismo, textos novedosos, ideas futuras y significados inauditos. Gracias a las múltiples relaciones tejidas en el proceso de conceptualización y materialización de la obra, semejante energía es liberada de manera distinta y en diversas direcciones. Cada propuesta es un evento.

Irazábal exhibe en la Sala TAC del Trasnocho Cultural el ADN de su quehacer creativo. La propuesta desplegada en este espacio es tanto un ejercicio retórico como una actualización conceptual de las preocupaciones abordadas durante su vida artística. Sin embargo, no es una muestra retrospectiva. Se trata de una obra en proceso, de técnicas e ideas cuyo valor primordial está justamente en su posibilidad de transformación. Los tieztos son la “presencia de una ausencia”, el efecto de un acontecimiento creativo que nos deja en el límite de una duda similar a la expuesta en los siguientes versos de Eugenio Montejo:

“¿Llegaron solos o alguien vino con ellos,

alguien, además de la vida,

como impalpable raíz, como sustancia?”.


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