I. Sobre las utopías corre el dicho de que cuando son revolucionarias no son realistas, pero cuando son realistas no son revolucionarias. En torno a las utopías hay la idea de haber sido concebidas como un anhelo para mejorar las condiciones de vida del hombre, tanto desde el punto de vista fáctico como acabar con la enfermedades o desde la perspectiva social, tratar de mejorar, cuando ya existe, el apoyo, por parte de quien gobierne, en tres puntos fundamentales: educación, trabajo y sanidad.

Al menos.

De lo que va esta nota es de tratar de explicar cómo la utopía poshumanística pretende trasformar al mamífero y animal que es el hombre, en un poshumano, un ser que se liberará de un cuerpo deficiente para acceder a la inmortalidad.

La utopía del poshumanismo nos recuerda el viejo mito de Prometeo que trató de robar el fuego de los dioses para entregárselo a los humanos de quienes se consideraba benefactor.

En todo caso, la etapa que siguió al renacimiento, un movimiento conocido como el Siglo de las luces, supuso un gran avance para el progreso humano. El renacimiento había establecido la inversión del Deus humanus por la del Homo divinus, en el momento en el que el hombre vino a darse cuenta de que su función en la historia había sido trascendental.

Desde su primera andadura, a partir de unos reflejos elementales, que mantienen vigente a la humanidad, su relación con el progreso no ha dejado de aumentar. Pero es en el siglo XX cuando el hombre va a lograr desde el punto de vista científico y técnico los mayores avances, sobre todo en el área biomédica y en este sentido la lista de las mejoras para el avance de salud sigue siendo admirable.

Baste con invocar como ejemplo el hecho de que, si en tiempos no muy lejanos, la muerte de los recién nacidos, incluso la de los niños, era una suerte de lotería de supervivencia, hoy día, aún en las regiones mas problemáticas desde el punto de vista sanitario y retraso cultural, la supervivencia de los recién nacidos ha dejado de ser un problema, si se cuenta con los medios necesarios para este fin, naturalmente. Los medios existen y deberían estar al alcance de todo el mundo.

El enciclopedismo de d’Alembert y Diderot y compañía abre esa brecha hacia la otra meta del progreso, aunque a quienes en los años 70 emprenden la revolución de las costumbres les parece insuficiente, dejan de lado el llamado Siglo de las luces y sientan el principio de vivir una vida más larga, más saludable y de mayor eficiencia intelectual y moral.

En todo caso, antes de seguir adelante, habrá que decir que el transhumanismo como toda escuela filosófica tiene seguidores y detractores y desde un punto de vista financiero, sus patrocinadores. De modo que la utopía poshumanística cuenta como ninguna otra iniciativa hoy con cantidades considerables de recursos a cargo de algunas de las empresas más importantes del Silicon Valley.

Ello se debe a tres de las disciplinas que copan hoy la escena tecnológica, el grupo formado por las Nanociencias: la Biotecnología, la Informática y las Ciencias Cognitivas sobre el envejecimiento y la muerte con el propósito de producir el nuevo tipo de hombre que vendría ser el poshumano.

II. Ha habido movimientos en la historia cuyos efectos no dejaron sentir su influencia hasta muchos años después de haber estado sobre el escenario y este parece ser el caso de los movimientos libertarios de los años 70. De manera que, de una forma o de otra, hubo entonces cinco puntos sobre los que va a surgir tanto el trashumanismo como la utopía del poshumanismo. Resumidamente, estos cinco puntos serían los siguientes:

1.- Proclamación del hedonismo.

2.- Desacato a las prohibiciones (manipulación genética, etc.), el famoso prohibido, prohibir.

3.- La negación del sentido de unicidad de la creación. El hombre no vive inmerso en un imperio dentro de otro. Es un animal como los demás.

4.- La inmortalidad del alma no es más que un mito.

5.- El premio y el castigo eternos de los de que hablan las religiones son un asunto de este mundo.

El desplazamiento de la física como reina de la ciencia por la biología evolucionista tiene mucho que ver con este estado de cosas más adelante.

Desde el punto de vista naturalista, el siglo 20 había sido el siglo de la relatividad general, y de la física cuántica; pero el 21 es el siglo de la biología molecular y de la biología genética.

Desde una perspectiva metafísica, esto responde a un monismo sustancial: las propiedades de los seres son reductibles a sus materiales.

Trashumanismo y poshumanismo responden a una reducción conceptual. Las de la humanidad (conciencia, inteligencia, lenguaje) son reductibles a la animalidad; esta a la biótica (biotecnología); y la biótica a la mecánica.

Inversamente, esta reducción triple implica otra triple inversión: la posibilidad de un constructivismo tecnológico. Se puede crear un ser vivo a partir de la mecánica; la animalidad a partir de la biótica y simular lo humano por la informática (lenguaje, por la inteligencia artificial y por las neurociencias, la conciencia).

Por inducción se pude emprender una cuarta construcción: la fabricación tecnológica de lo trashumano y su mejora y desplazamiento de lo humano (Cfr.: John Searle. Esprits, cerveaux, programmes, p. 354-73).

III. Todo ello implica, para ser más explícitos, que estamos pasando de una medicina preventiva a una aumentativa, en el sentido de que al ser humano podría sucederle algo parecido a lo que ocurre con el automóvil cuando ese fenómeno que se conoce con el nombre de fatiga de los materiales. Entraríamos entonces en la humanización de la máquina y en la trasformación del hombre en máquina.

Pero hay una duda más allá de lo razonable de que una máquina pueda reemplazar al cerebro. Puede haber réplicas para determinadas funciones que pueden ser ejercidas aún con mayor efectividad que el mismo cerebro humano, tales como operaciones de cálculo y protocolos de memoria.

El problema surge cuando se quiere presentar al pensamiento y al cuerpo humano como totalmente separables. Ya lo advirtió Descartes, el alma no está en el cuerpo como un piloto en un vehículo.

La otra cuestión será si se puede fabricar una máquina a la cual le duelan las muelas, sienta náuseas o sentimientos de culpa. Evidentemente, no.

Nuestra inteligencia no es simplemente una actividad de cálculo, sino de situación. Es decir, la conciencia animal se caracteriza no por lo que hace, sino por lo que siente. Aquello de los escolásticos de que nada está en el entendimiento (intellectu) sin que antes pase por los sentidos, parece no haber perdido vigencia. Esta situación está localizada en mí, por eso se habla de relación, los pensamientos no existen sino en el cerebro, están en el cerebro y se relación con el mundo. Y en tal sentido, las máquinas no pueden llegar a tanto.

De manera que teniendo esto en cuenta, nuestra ansia de inmortalidad en primera persona tendrá que ser trasferida a una tercera, es decir, globalmente a la humanidad.

Es la humanidad la que, a costa de los adelantos, de las mejoras de las condiciones de salud y prolongación de los años de vida va a ser quien se beneficie de estos avances proclamados en esta utopía poshumanística, que no es otra cosa que un avance (si bien, de momento) tal cual lo había planteado el Siglo de las luces.

Lo que va a ser más cierto es que en este aspecto es mucho lo que nos queda por ver, ya sea de manera individual o colectiva y no todo ello beneficioso.

Esperemos por tanto qué partes de este sueño utópico podía ser realizable dentro de los límites humanistas.

Pero lo que es más cierto es que la inmortalidad debe afectar realmente a la humanidad como tal en su carrera hacia el progreso y no tanto a unos cuantos individualmente. Aún suponiendo que resultara beneficiada alguna porción de ellos –los de mayores recursos, sin duda, los happy few que pudieran conseguirlo–, las desigualdades generadas serían insoportables.


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