Los círculos sociales de Caracas de principios del siglo XX quedaron estremecidos cuando una mujer casada, decente como se dice, abandona al marido, laureado y famoso, y se va del país con un torero, gitano y andaluz.

Las habladurías en torno al suceso semejan un ruidoso alboroto. Duran casi hasta hoy, pero con una particularidad: nadie recuerda el nombre de la dama. En cambio, la gente se regodea al describir la figura del poeta y la del torero.

El bardo se llamaba Andrés Mata, nació en Carúpano el  10 de noviembre de 1870, y murió en París el 18 de noviembre de 1931. Fueron sus padres la maestra Cruz Mata y el caballero José Loreto Arismendi, quienes no se casaron. Incursionó en la política, fue periodista, fundó junto con Andrés Vigas el diario El Universal, en 1909. Su nombradía se debe, ante todo, a su pasión por la poesía. Lo califican de romántico unos, de modernista otros. Sus principales poemarios son PentélicasIdilio trágico y Arias sentimentales.

El torero se llamaba Francisco González, “Faíco”, nació en Sevilla el 14 de noviembre de 1873 y murió en la misma ciudad el 8 de agosto de 1933. Comenzó a ser nombrado al encabezar una cuadrilla llamada De Los Niños Sevillanos, luego toreó durante dos temporadas en Venezuela, pero su mayor popularidad la consiguió por espacio de varios años en la plaza de Acho en Perú.

El nombre de la dama quedó oculto para el público grueso y, paradójicamente, nadie lo supo todavía más cuando ella abandonó el país tras el amor de Faíco. Contribuyó a la ausencia de su nombre el hecho de que Rufino Blanco Fombona la llamara Olga Emerich en su novela panfletaria El hombre de oro, aparecida en 1914.

Veamos, entonces, la verdadera identidad de nuestra dama. Después de afanosa búsqueda, encontré en los archivos del Concejo Municipal de Caracas el acta matrimonial fechada el 3 de octubre de 1896, suscrita por ella y el poeta. Se le pregunta a él: “¿Queréis y recibís por mujer a María Teresa Suárez?”. Y el poeta, periodista, soltero, de 28 años, natural de Carúpano del estado Bermúdez, hijo natural, contestó en alta, clara e inteligible voz: “Sí, la quiero y la recibo”. Lo mismo declara María Teresa, dedicada a las ocupaciones propias de su casa, de 22 años, natural y vecina de Caracas, hija legítima de Cesáreo Suárez, difunto, y de Concepción Smith de Suárez.

Deben agregarse ciertos datos sobre la condición social de la dama María Teresa para corroborar el misterio que oculta su nombre. Sus antepasados eran de peso: muy remotamente encontramos a Fernando Miyares Pérez y Bernal, gobernador de la Provincia de Venezuela de 1810 a 1812. Luego viene Concepción de Smith, fundadora del Colegio Smith, esposa de Guillermo Smith, hijo del legionario británico que combatió por la independencia de Venezuela. Y figura también su hermano, Alberto Smith, ingeniero civil, académico, participante de la expedición del Falke de 1929 para derrocar al tirano Gómez.

Ahora bien, el arrobo de María Teresa por el torero fue cuestión de instantes. Ella, junto con varias mujeres, asistió a la corrida de toros del 13 de abril de 1902 en el Circo Metropolitano y ocupó el palco especial para señoras y señoritas asignado por la empresa. Al dar la vuelta al ruedo llevando en mano el trofeo de las dos orejas cortadas a la bestia, Faíco recibió una zapatilla lanzada por María Teresa. El matador la recibió y vertió en el calzado un poco de vino de la bota que también le habían lanzado. Al beber el vino quedó sellado el embrujo. Varios de los asistentes, entre ellos María Teresa, acudieron a un acto especial en la noche donde estaba Faíco. Recordaron el brindis, en fin, se enamoraron. Faíco la lleva a un hotel y a los pocos días, el 22 de abril, los dos están a bordo del Vapor La France, rumbo a Colón y de allí a México. He anotado sus nombres (el de él, Francisco González) en dicho vapor al consultar el diario El Pregonero.

¿Qué pasó luego? Andrés Mata asimila el golpe. Contrae un segundo matrimonio 17 años después. Afirma que es viudo desde 1906, y echa al viento uno de sus más sentidos poemas, recitado cientos de veces por los amantes del romanticismo. Se titula “Música triste”:  

“¿Un amor que se va? ¡Cuántos se han ido!
Otro amor llegará más duradero
y menos doloroso que el olvido.
El alma es como el pájaro inseñero
que roto el nido en el ruinoso alero,
bajo otro alero reconstruye el nido.
Puede el último amor ser el primero.
Mientras más torturado y abatido,
el corazón del hombre es más sincero.
Tras de cada nublado hay un lucero,
y por ruda tormenta sacudido,
florece hasta morir el limonero.
¿Un amor que se va? ¡Cuántos se han ido!
¡Puede el último amor ser el primero!”.

Faíco no se acuerda más nunca de su amante al regresar a Sevilla. Y su cartel crece en Perú.

María Teresa permanece en México, probablemente.

Según Andrés Mata muere pronto.

Según Laureano Vallenilla Lanz, hijo, en su libro Escrito de memoria (1961) afirma que ella abandonó a Mata y al hijo de los dos y que ha muerto arrepentida en un hospital madrileño.

Y según Naty Mata, sobrina del poeta, María Teresa todavía vivía en los años 30, porque en una comida con políticos en México uno de los comensales, llamado Andrés Suárez, recibió un mensaje interesante de su madre. Para Naty la tal madre era María Teresa Suárez, deseosa de comunicarse con el hijo.

¿Qué puede creerse? En este triángulo amoroso tan pasajero ¿quién lleva la peor parte? Resulta fácil dirigir el dedo. No hacia el poeta porque sigue con sus versos y aumentan sus poses fotogénicas. Y no hacia el matador porque los trajes de luces siguen brillando en su cuerpo. Es hacia ella porque ni siquiera puede reconocérsela en la imagen del grupo denominado “Cuatro damas de nuestra sociedad” que publica El Cojo Ilustrado en su edición del 1 de enero de 1897.

¡Sexo débil! 


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